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ANITA SIRGO SUÁREZ | Histórica comunista, promotora de la resistencia civil femenina durante las huelgas mineras de los cincuenta y sesenta

"Abracé a mi padre a los 13 años, no sé en qué cuneta está"

"Las huelgas mineras surgieron para reclamar toalla, jabón y agua caliente en las duchas y cristales en la sala de aseo; las condiciones eran pésimas"

Anita, en París, con su marido, Alfonso, su hija Etelvina y la hija de Tina, Blanca.

"Lo mío ye muy largo de contar. Muy largo... Nací aquí al lado, en El Campurru, en Lada. Aquí p'arriba. Y de piquiñina paselo muy mal. Nací en 1930, me tocó la guerra, mi padre y mi madre, perseguíos. Mi madre estuvo presa cinco años en el penal de Figueras, allá pa Cataluña. Y mi padre? mi padre no sé tovía en qué cuneta está".

Recuerda Anita Sirgo unos pasos recurrentes y nocturnos por el camino que conducía a la casa donde ella y su hermano, un año mayor, vivían con su abuela, ya terminada la guerra. "Les daba igual la hora, veníen por la noche a sacanos, y al cuartelillo de la Guardia Civil en El Carmen, en Lada, por caminos de vaques. Querían conocer a toda costa dónde se escondía mi padre, pero es que ni lo sabíamos. Papá se fue al monte, anduvo por aquí un tiempo, pero después se fue a la zona de Llanes. En el cuartelillo nos metían la metralleta en el pecho; fíjese, una cría de 10 años y un crío de 11. Y venga a amenazarnos. Total, pa nada".

Anita Sirgo vive en Lada, en uno de esos barrios cuadriculados, con la carretera cerca y los perfiles industriales en el horizonte. En la sala, un retrato de La Pasionaria. Sigue militando en el PCA y en Comisiones Obreras. "A los 12 años ya era enlace de la guerrilla. Mi tío Fidel lo había sido hasta que lo cogieron, años después, y lo mataron. Lo llevaron en un camión para Laviana, lo fartucaron a palos y lo remataron a tiros. Y yo, ya le digo, con 12 años por el monte llevando comida a los que andaban por allí escondíos. Yo era alta y delgada, delgada porque no había qué comer. Prometía más de los años que tenía, me ponía a la cabeza una banasta llena de grana y, en el fondo, tapadas con una sábana, les potes con la comida. A veces me encontraba con los guardias, y yo muy educada, y ellos también: buenos días, buenos días. La táctica era sentarse como si estuviera cansada, dejar en el suelo la banasta y para abajo. Al día siguiente iba a recoger les potes".

"Mi padre andaba por el monte. Ocurrió que un guardia civil se infiltró entre un grupo de la guerrilla y cayeron todos. Bueno, casi todos, porque mi padre no se fió de aquel hombre y dijo que él se marchaba. A los demás los mataron en El Carbayu, al lao del lavaderu. Eran cinco o seis, los bajaron pa Sama, los metieron en un portal grande, allí en el suelu pa que los familiares los reconocieran. Estaban tapaos con unas sábanas y había un guarda jurado al que llamaben El Pantuxu que daba patades a los muertos. Qué tremendo. Resulta que al día siguiente a El Pantuxu lu mataron y nunca se supo quién fue".

El padre de Anita Sirgo, Avelino Sirgo Fernández, se fue a los montes del oriente asturiano. La guerra había difuminado el rostro paterno para aquella niña que creció huérfana de facto. Pero el destino le iba a dar una última oportunidad.

"Yo tenía 13 años y mi tío Fidel me dijo que me iba a llevar a conocer a mi padre. Fuimos hasta Posada de Llanes, a una casa en la que vivían dos hermanas que eran sastres. Al parecer, les ayudó un tiempo a coser hasta que se tuvo que marchar, más que nada para no comprometerlas porque en aquellos tiempos te jugabas la vida".

- ¿Lo vio?

-Sí. Era bajo, llevaba puesta una gorra. Y me dio un abrazo fuerte, fuerte. Y así, abrazadinos, nos pasamos un buen rato. No lo volví a ver más, y nunca supimos de él. Pasó el tiempo, muchísimos años, y yo tenía media idea de dónde estaba aquella casa en Posada, al final de una calle ancha llena de árboles, en primera línea de la carretera. Volví a ver con la familia, y yo creo que di con la casa, pero estaba cerrada. Me dijeron que aquellas dos mujeres se habían marchado para Francia, y yo me quedé con las ganas de darles las gracias.

"Con mi padre huido y mi madre presa, nos quedamos con la abuela y después me llevaron a Andrín, a casa de unos tíos que se portaron con nosotros de forma maravillosa. En Andrín se me quitaron les fames porque allí, que era una casa de campo, había de todo. En realidad, yo estaba destinada a ser una niña de la guerra".

Los recuerdos se amontonan y, en cierta medida, se distorsionan, incluso para alguien con la memoria nítida y sólida, a base de palos. Un barco en Gijón "donde sólo nos daban leche condensada", un viaje posterior a Barcelona "donde nos metieron en un edificio muy grande. Sentíamos caer las bombas y romper los cristales de la casa? y al final no llegué a marchar porque mi tío se fue a buscarnos a mi hermano y a mí y nos llevó a Andrín. Gente buenísima, teníen dos vaques y yo, una rapacina, me dedicaba a cuidarlas. Llegaba la hora de la comida y allí tenía el platu lleno. Para mí aquello era una novedad, yo que los artos gordos del monte los comía como si fueran jamones".

En Lada había un asilo social que también tapó muchas hambres. "Había que coger un vale y con él te daban lo que hubiera. La condición antes de darte comida era que se rezara un padrenuestro, y a mí me costaba, pero qué remediu? Nunca pude ir a una escuela, yo llegué a la juventud sin saber leer ni escribir".

Tras salir de prisión, la madre de Anita Sirgo fue a buscar a sus hijos a Andrín, "y regresamos a El Campurru. La casa vacía, unos falangistas nos habían llevado todos los muebles, hasta una muñequina de trapu que yo tenía nos desapareció. Mi madre, que se llamaba como yo, trabayó como una burra, a ayudar por les cases, a cargar camiones de grijo a palaes. Igual que un hombre. Mi madre tiene el cielo ganao. Se murió de Alzheimer después de siete años de enfermedad sin salir de casa, y cinco de los cuales en una cama. En este hogar ella estaba como una reina, sin una herida ni una llaga, hasta que no hubo más remedio que trasladarla al hospital. Y se murió en seguida porque la probe estaba muy malina".

"Me casé a los 20 años. Voy a decilo, embarazada de nuestra primera hija. Mi marido, Alfonso Braña, era mineru en El Fondón. Había entrao con 12 años, de guaje. Llegó a picador, a vigilante de primera y, después, a la calle. Despedido y preso. Mi tío Fidel trabajaba con él y queríanse mucho. Si te cases con la mi sobrina yo te reservo una xatina para el banquete, le decía mi tío. Y nos casamos, hicimos una comida en un bar que había en El Campurru, había cocinado en casa de mi abuela una vecina que era muy curiosa. Yo me hice el vestido de boda a partir de un retal que había comprado en el economato. La tela estaba tasada porque no había. Cuatro metros pa hacer el vestido. El bar aquel tenía una bolera que iluminamos con bombillas, nos casó don Román, el cura, que conocía a Alfonso porque paraben los dos en el bar de Celsín a tomar un vino. Alfonso venía siempre de cortejar y hablaben un rato. Mi vestido era de color azul, pero nadie había reparao en que necesitaba un velo y un rosario. Me los prestó la madrina. Aquello prometía ser un día muy feliz, pero pasó algo que no se lo va ni a creer".

- Cuente, cuente?

-Pues en eso que empiezan a aparecer guardias y policías. Pero como mosquitos, en camiones. Veníen a buscar a mi padre porque suponían que papá no iba a perderse la ocasión de ver casase a su hija. Registraron el bar, la casa, la cuadra, la tenada, los praos de los alrededores? Cachearon a la gente y en casa nos organizaron una buena porque levantaron unas tablas y nos pisaron las tartas que teníamos allí preparadas para cuando los postres. Fue una boda de cinco minutos, con todos los guardias en el exterior de la capilla. El cura don Román portose muy bien porque después de la ceremonia salió, preguntó por el que mandaba y púsolos a parir. Yo me dije: se me acabó la boda porque los invitaos van a coger miedo y se van a marchar. Pero nada de eso, no marchó nadie, comimos, bailamos con canciones de acordeón y hasta cenamos en la bolera. Vaya fiesta? y los policías allí, observando la velada.

- ¿Y su padre?

-Por supuesto no apareció porque habría supuesto lo que podía pasar. No tuvimos viaje de novios, nos fuimos a vivir con mi güela y después para esta casa de Lada. Fuimos de los primeros en venir a vivir al barrio, 68 años ya.

Anita vendió en Lada el pan que hacía en casa una vecina, Carmina la Marrona. "En madreñes cuando llovía. En realidad, no tuve mis primeros zapatos hasta que cumplí 17 años. Andaba con unas alpargatas negras, con cintas de esparto, fartucas de ser remendadas. Al mi hombre conocilu con eses alpargates a las que les echaba betún negro pero que en seguida quedaben descolorides. Aquí las diversiones eran un cine cerca de Lada, el baile de El Sindo y una pista para celebrar alguna fiesta".

En 1950 nació Etelvina, la primera hija de Anita y Alfonso. En 1965 nació Sara. En medio, una niña que se murió a los quince meses. "La familia ye lo que compensa. Las dos vieron mucho, como me tocó ver a mí de niña; mucha visita policial a casa, de madrugada. Les importaba poco que las niñas fueran pequeñas". Ella, hija sin padre, también tuvo que jugar el papel de esposa sin marido. Los primeros conflictos en la mina llevaron a Alfonso Braña a pasar por las cárceles de Oviedo, Madrid y Burgos. Anita trabajó "por les cases, y sirviendo bodes en el bar de Alegría, que era gente que me ayudó muchísimo. Gracias a ella llevaba tarteras de pollo a la cárcel de Oviedo, para que los presos pudieran repartirlo, porque allí toda la comida que llegaba se ponía en común".

"Antes de la huelgona de 1962 hubo otras. En 1948, en 1958... Y se protestaba porque las condiciones de trabajo eran pésimas. Cobraban cuatro perres. ¿Sabe lo que se pedía? Se pedía un segundo uniforme para que no tuvieran que ir el lunes a la mina con la ropa aún mojada, y una toalla y jabón a cargo de la empresa para lavase cuando salieran del pozu. Se pedía que pusieran cristales en la sala donde se cambiaban, y que se pudieran duchar con agua caliente. Ahora nos parece increíble que hubiera que luchar por esas reivindicaciones, pero así era esto. Y por pedir, acababas en una celda".

Mañana, segundo capítulo

Maíz para esquiroles, unas mujeres valientes y una "escuela" en París.

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