Gloriosa y frágil

La respuesta francesa ante una acción terrorista en su propio territorio

Si el día de los atentados de Atocha el Gobierno de España declara el estado de excepción y saca el ejército a la calle, aquí arde Troya. A pesar de que el Gobierno no hizo nada sino aguantar con franciscana paciencia su soledad y el acoso de toda la izquierda, lanzada contra él a los gritos de "¡Aznar, asesino!", atacando sus sedes y exigiéndole responsabilidades e informaciones que en aquellos trágicos momentos eran imposibles de proporcionar, un personaje de la catadura de Pedro Almodóvar lanzaba gritos de socorro porque la derecha estaba dando un golpe de estado mientras el líder del principal partido de la oposición convocaba a sus huestes contra el gobierno. ¡Qué vergüenza nacional la de aquel día! El miserable comportamiento del principal partido de la oposición, que después de haber violado la jornada de reflexión dedicó todos sus esfuerzos a defender a ETA, alegando que no había participado en el atentado, tuvo su contrapartida en la irresponsabilidad y cobardía de Aznar, que no se atrevió a desconocer las elecciones previstas para el día siguiente. De este modo, se cumplió ampliamente el principal objetivo del atentado: un cambio de gobierno por otro más favorable a ciertas apetencias extranjeras y un cambio de posición geopolítica. No era de extrañar que Chirac y Schröeder se rieran obscenamente a la vista de aquellos resultados.

Los atentados a las Torres Gemelas de nueva York y a los recientes de París demuestran que no todos los partidos de oposición son como los de España y que en los Estados Unidos y Francia hay pueblo y no chusma. Algunas cadenas de televisión, algunos periódicos, preguntan a sus usuarios si no tienen envidia de los franceses. ¡Claro que la tienen las personas de bien! Hollande, no menos socialista que el progresista Z., hizo lo único que se puede y debe hacer ante una acción de guerra en su propio territorio: responder con contundencia. En España hubiera sido imposible que a alguien se le hubiera ocurrido bombardear las bases enemigas. Toda la "progresía" andante del país se hubiera lanzado a la calle defendiendo los derechos de los terroristas. De manera que el día de Atocha a Aznar y a Acebes no se les ocurrió otra cosa que hacer de Don Tancredo, titubear y finalmente perder, como estaba previsto.

Una España como ésta, en un momento en que se plantea con rigor la defensa del Occidente frente a las declaraciones de guerra islámicas, es mala aliada, poco de fiar. El PP no se atrevería a secundar acciones militares y el PSOE y todo lo que hay a su izquierda, no lo permitirían. Y así España, una vez más, se resigna a ser una nación de segunda o tercera fila. Como lo fue siempre, a partir del siglo XVII. El historiador Delumeau la califica de "gloriosa y frágil". ¡Qué amarga verdad! Hoy recordar que fue gloriosa sería el colmo de la "incorrección política". En cuanto a su fragilidad, ahora es tanta que está a punto de romperse. ¡Qué envidia me dan los franceses!

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