Entre el asombro y la venganza

Programa de aciertos. Con un estreno absoluto de un compositor asturiano, un estreno en España del filandés Rautavaara -uno de los grandes compositores vivos- y una sinfonía de todo un Rachmaninov que durmió el sueño de los justos cincuenta años después de su catastrófico estreno.

Y como guinda la presencia de un solista de lujo a la percusión, Colin Currie. "Danzas flamencas", la composición del clarinetista de la OSPA en excedencia Daniel Sánchez Velasco (1972-) con la que se abrió la velada no resultó innovadora en su estética. Obra ambiciosa de unos treinta minutos estructurada en cinco partes, pensada como una hibridación entre obra de concierto y el ballet -y de ahí su carácter marcadamente episódico-, tonal con tintes propios, honesta en su andalucismo -que homenajea a Paco de Lucía- en una especie de neo alhambrismo, que diría el musicólogo Ramón Sobrino, con elementos de fusión, incluidas referencias jazzísticas, y con una orquestación sensacional, transparente, que fue su mejor cualidad, para el lucimiento.

Radiante, atractiva y espectacular "Incantations" (2008) para percusión y orquesta del finlandés Einojuhani Rautavaara (1928-), también con el interés añadido de haber sido compuesta para el solista que la ha interpretado, el sensacional, desde todos los puntos de vista, Colin Currie.

El motor de la obra es absolutamente -y lo fue Currie en su extraordinaria destreza y entrega-, la percusión solística, que prácticamente no descansa un instante, la orquesta no compite en ambición y el centro de atención lo asume enteramente la percusión, con texturas de una asombrosa riqueza, poéticas, exentas de cualquier superficialidad. La composición de la cadencia fue asignada por Rautavaara al propio Currie, una magnífica y creativa aportación al bellísimo tríptico. La propina de Elliot Carter fue regalo para el final de la primera parte del concioeto del Auditorio. Muy aplaudido, mereció más de un bravo.

En el intermedio Carrie vendió -más por gentileza que por negocio- únicamente tres discos, uno de ellos ya lo estoy disfrutando de lo lindo.

La Sinfonía nº 1 en Re menor, op.13 (1895) de Rachmaninov fue rescatada y parcialmente reconstruida en 1945 -ya que el manuscrito original se ha perdido-, dos años después de la muerte del compositor, que sufrió una tremenda depresión por su fracaso inicial con un desastroso Glazunov a la dirección que hizo lo que le vino en gana con una partitura que no le gustó, lo que supuso para Rachmaninov "la hora más agonizante de mi vida", como recuerdan las magníficas notas al programa de mi querido y admirado Israel López Estelche. Sin ocultar su deuda con su maestro Tchaikovsky, y en parte con Borodin, la composición es de gran solidez, rico lirismo e intensidad, y Milanov supo armarla, sacarla a flote con una OSPA entregada. Algunas bajas en la cuerda pudieron echarse en falta para una potente orquestación de la más pura tradición rusa, pensada a lo grande en el país más extenso del planeta. Parece que el manuscrito original lo encabezaba una inquietante cita de "Anna Karenina", "Es a mí a quien pertenece la venganza". Al menos más de un siglo después de su estreno, la obra ya tiene su merecido sitio en la programación, y el compositor, finalmente, ha podido vengarse de un Glazunov -que, según cuentan, pudo incluso salir algo bebido para destrozar su querida composición- y de las furibundas críticas del estreno.

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