Crítica / Danza

Rodin me robó la vida

Eifman cada vez se aleja más del ballet y del contenido virtuosista para acercarse a la danza moderna

El Eifman Ballet de San Petersburgo regresó a Oviedo con "Rodin", un producción de 2011 en la que se cuenta la tormentosa relación entre August Rodin y su amante-musa y también escultora Camille Claudel. Fue una amistad llena de interrupciones y crisis, que acabó en ruptura ya que el escultor siempre estuvo comprometido con otra mujer -Rose Beuret- madre de su hijo y con la que acabó casándose al final de su vida. Camille fue encerrada en un asilo mental por su familia los últimos treinta años de su vida. Este triste y turbulento trama es ideal para el director y coreógrafo Boris Eifman que se especializa en dramas psicológicos. Aunque la danza es su esencia, siempre concibe su trabajo como un evento teatral en el que existen reminiscencias del musical.

La narración no atiende al desarrollo cronológico de la vida y obra del escultor. El espectáculo empieza en el asilo donde está internada Camille (Maria Abashova). A partir de este momento el relato utiliza el flashback intermitentemente. El taller del escultor será el escenario de algunas transformaciones en las que se busca una estética escultórica usando el cuerpo de los bailarines como si fuera arcilla, estirando, doblando o colocando sus brazos y torsos para que ellos mismos se conviertan en estatuas. Durante la función se distinguen referencias visuales de algunos de los más conocidos trabajos de Rodin. Entre otros, "Los burgueses de Calais" y "Las puertas del infierno" (ésta representó un verdadero vivero para sus creaciones). La primera parte termina con la escenificación de "El ídolo eterno" a los acordes de "La danza macabra" de Saint-Saëns. También hubo evocaciones de las obras de Camille, como "Clota" y, una fugaz alusión de "La edad madura" durante la ejecución de un trío formado por los protagonistas. La adaptación de los rusos proyecta aflicción, desolación, aridez y una estética pálida y gris, por eso, y quizás con la intención de añadir colorido y un divertimento; en el segundo acto se incrustan dos secuencias que resaltan por su regocijo y animación. Una de ellas representa la festividad de una vendimia en la que hay un encuentro entre Rodin (Sergey Volobuev) y su compañera Rose (Lilia Lishchuk). En la otra se baila un delirante can-can. Durante toda la representación se utilizan músicas de compositores franceses del siglo XIX como Satie, Massenet, Ravel, Debussy.

Eifman cada vez se aleja más del ballet y del contenido virtuosista para acercarse a la danza moderna. Su vocabulario es fluido pero muy limitado y repetitivo, imprimiendo a sus versiones una teatralidad efectista, con un ritmo vital antes que poético. Los solos, dúos y tríos, más que por el baile, se caracterizan por su energía, acrobacia, expresiones exageradas y contorsionismo. He visto casi todas las producciones de Eifman y, coreográficamente hablando, ésta es la más floja. Elogios a una lograda tarea interpretativa del conjunto. Abashova y Volubuev (ambos actuaron en Oviedo hace diez años) asumen el amor y el dolor con determinación fiera. Camille Claudel nunca se pudo quitar de encima el cartel de amante. "Rodin me robó la vida" fueron sus palabras. El poeta cubano José Martí escribió: "La vida humana sería una invención repugnante y bárbara, si estuviera limitada a la vida en la tierra". Yo le deseo a la desdichada Camille que la felicidad que no encontró en este mundo, la esté disfrutando en el otro.

Compartir el artículo

stats