Abrid la muralla y largaos, por favor

Pretenciosa hasta la náusea, Divergente: Leal repite la repugnante estrategia de partir en dos su última entrega

La serie Divergente probablemente no sea la peor saga para adolescentes que se haya estrenado en los últimos años, aunque esa es una postura difícil de defender a la vista de su lamentable tercera entrega. Confusa, mal escrita, peor interpretada (y doblada), horriblemente dirigida y con una inexplicable incoherencia en los efectos especiales (que lucen en las escenas de más complejidad para luego insertar algún "croma" de acabado deficiente), Divergente: Leal flaquea además por el tono solemne que quiere imponer a cada trivial andanza de su protagonista. Una herencia, sin duda, de Los juegos del hambre que arrastra a este filme hasta las fosas abisales de lo ridículo.

A la hora de buscar culpables, en todo caso, hay que apuntar antes que a nadie a su director, Robert Schwentke. Aunque tiene alguna película potable a sus espaldas (RED, principalmente), cualquier acierto pasado parece mera coincidencia a la vista de Divergente: Leal. Y si Sam Peckimpah levantara la cabeza, le echaría un buen rapapolvo por el uso indebido (y sistemático) que hace de la cámara lenta

Para más inri, Divergente: Leal es pretenciosa hasta la náusea. Con su indisimulada intención de convertirse en una suerte de 1984 de la nueva generación, Divergente haría sonrojar al bueno de George Orwell. Porque toda la carga de profundidad real que anida en su portentosa novela se convierte aquí en envoltorio, en mera apariencia de profundidad para atraer a adolescentes adocenados.

La propia base en la que se sustenta la distopía, ese sistema sociopolítico en el que se desarrolla la saga, no deja de ser una poco afortunada mezcolanza de lugares comunes e ideas ajenas, desde el control estatal y las referencias a la eugenesia hasta la gran muralla que separa la ciudad sin ley de una tierra maldita, a la manera de la que contenía Mega-City Uno en los cómics de John Wagner y Carlos Ezquerra sobre el Juez Dredd.

Sin un mensaje claro, sin un sistema que permita una lectura nítida de nuestro presente (como logran los mejores escritores y realizadores del género), Divergente: Leal se limita a una sucesión de clichés con cierta presencia pero sin nada de carne. Una auténtica chorrada que, además, agrava sus limitaciones con esa desmedida pretenciosidad.

Por si esto fuera poco, sus productores han replicado una de las más repugnantes estrategias comerciales de los últimos años, ensayada ya en la citada Los juegos del hambre: dividir en dos la última entrega de la saga para doblar beneficios. Se ve que "tetralogía" es la palabra de moda. A ver si, al menos, en la cuarta entrega los chavales derriban la muralla y se largan de una vez.

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