Turista de tu juventud

El estilo de Boyle envejece mal y el flojo guión se aferra al icónico original para contentar a incondicionales

Y tanto que hemos cambiado en estos veinte años. Danny Boyle hace ahora caramelitos como Slumdog Millionaire o se pone dócilmente a las órdenes de férreos guiones como Steve Jobs. Ewan McGregor empalma thrillers con superproducciones e incluso patina en comedias. Y Robert Carlyle hizo de villano en un James Bond. Ni siquiera el escritor Irvine Welsh ha conseguido estar a la altura de aquel logro que fue Trainspotting. Ver su secuela es como encontrarse por la calle con un antiguo amigo al que perdimos de vista y al que nos cuesta reconocer. Por una parte es agradable pero seguro que te da un bajonazo.

A las nuevas generaciones, esta continuación de una obra que en su día le dio un revolcón a la sociedad bienpensante no les dirá nada. Uno tipos tirando a inmaduros que tenían gracia si se pasaban de la raya cuando eran jóvenes son ahora unos desgraciados más bien patéticos. Tampoco el estilo de Boyle ha madurado, pero lo que en el original rompía unos cuantos moldes aquí se ha convertido en una fórmula gastada, previsible, irritante de puro vacía. Viejuna, que se dice ahora. Quizás intente camuflar así las debilidades de un guión embarullado, por momentos caótico y que desaprovecha de forma incomprensible las posibilidades de la novela Porno en que se basa, de la que se aleja demasiado. La contradicción campa a sus anchas: ¿si la nostalgia es un error para Boyle por qué demonios le guiña tanto los dos ojos a la primera entrega? ¿Para tener buen rollito con su legión de devotos y no estrellarse en taquilla? Ni siquiera la banda sonora tiene la potencia demoledora de entonces. Pero lo que realmente molesta en esta secuela (y las que vengan, si la pasta llega en cantidades suficientes) es su falta de valor. En todos los sentidos. La primera película mostraba una visión reveladora, casi documental, de una sociedad gangrenada. Y se acercaba al mundo de las drogas o el sexo sin complejos, a quemarropa. Ahora, Boyle y sus chicos se han convertido en una sombra de sí mismos que no tienen nada interesante qué decir de ellos mismos ni de la suciedad que les ha tocado vivir.

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