Tino Pertierra

Crítica

Tino Pertierra

Una lágrima cayó en la arena

Hong Sang-soo hace zoom sobre una mujer que huye de un amor fallido para retratar las penas que llegan tras una ruptura sentimental, con el alcohol como suero de la verdad y la nostalgia en vena

Triunfador en Gijón en 2015 con Ahora sí, antes no, Hong Sang-soo es considerado por los reduccionistas de carreras el Rohmer coreano (del Sur). Será porque intenta colarse en la vida sin que la vida se dé cuenta. Será porque planta la cámara y la deja quieta (zoom al margen) para que capture la realidad con la sofisticada paciencia de un cazador de emociones al vuelo. Al vuelo rasante porque las historias de este cineasta huyen de las alturas de miras y se apegan a necesidades básicas del ser humano. Amar, especialmente. Y beber como manera fértil de vivir. Los personajes de En la playa sola de noche quizás hagan las suyas las palabras del gran Scott Fitzgerald, que fue peleón y también un gran derrotado: cuando bebo, pasan cosas. Pasan, sí, y se pueden llevar mejor las que más pesan. También sirve para descorchar los sentimientos, y las verdades o mentiras que se desprenden de ellos. La protagonista en este caso queda bien definida por un título que bebe de las fuentes poéticas de Walt Whitman. Nada menos. Y, una vez, más, el director divide su historia en dos. Una fractura de escenarios y personajes que, en cierto modo, simboliza la propia grieta abierta en la vida de Younghee (una perfecta Kim Minhee). Que es actriz, y no por casualidad. Y su amado distante es director de cine, tampoco por casualidad. Porque la historia, si a alguien le interesa el cotilleo, toma prestados elementos de la vida privada del autor, escándalo matrimonial incluido por una infidelidad rescatada en el guión. Una mujer que representa, un hombre que hace. Y deshace. A su antojo: los placeres tormentosos del arte. De la gelidez de Hamburgo a la cercanía no exenta de rudeza de Corea. Hay derrumbes explícitos, urbanos y playeros. Hay una corriente permanente de melancolía que recorre cada fotograma como sudario de un amor en fuga. Con la música de Schubert hilvanando tristezas y ebriedades, la película impone la ley de una calculadísima improvisación en dos escenas antológicas en las que la bebida es un suero de la verdad, o de la mentira, porque al final siempre nos quedará la duda: ¿soñamos lo que vemos o vemos lo que soñamos? No esperen respuesta.

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