Se cierra el telón. Durante tres intensas jornadas ese interesantísimo (y aún desconocido) «cajón desastre» llamado Laboral Escena albergó el IV Festival Música y Palabra «Spoken Word». Tras dos días de baja afluencia, el impresionante cartel del domingo no dejó indiferente a los amantes de la música y la literatura y el público respondió llenando el patio de butacas.

La tarde se inició con una potentísima carga de profundidad a cargo del poeta y dramaturgo Fernando Mansilla, que escoltado por la minimalista banda formada por los hieráticos «Mister y Master», saxo, contrabajo y coros, ofreció un recital que derrochó litros de poesía surrealista y humor corrosivo, políticamente muy poco correcto. A medio camino entre lo lírico, lo teatral y lo cabaretero, poeta y músicos funcionaron como un artefacto de enorme precisión, perfectamente engrasado. Tal vez el mejor espectáculo visto-oído a lo largo del festival.

En un registro totalmente distinto, y con una actitud vital bien diferente, John Cooper Clarke conquistó al público con su buen humor, falta de pretensiones y extravagancia británica. Si Mansilla reivindicaba al poeta maldito en el anterior espectáculo, Cooper bien podría pasar por ser la reencarnación punk de un Baudelaire surgido del Manchester de la efervescencia musical y las ruinas industriales. Recitó a ritmo de metralleta poemas airados como «Coche de alquiler» o «El día en que mi apartamento se volvió loco», arrancando en las pausas sonoras carcajadas del público con sus constantes chascarrillos. Todo ello a pesar de la pésima traducción simultánea.

En un festival en el que el realismo sucio y sus alrededores han sido la nota predominante, no venía mal que Baricco y «Marlango» llevasen la contra a todos con su reivindicación del lenguaje como laboratorio para la creación de belleza. No se esperaba menos de consumados estetas como ellos. Baricco, escritor de prosa elegante y cineasta en ciernes (pronto estrenará su primera película como director), prefirió recitar fragmentos de sus autores favoritos antes que leerse a sí mismo. «Marlango», por su parte, rehusó a todo protagonismo dejando claro quién era esa noche la estrella, mostrando que el grupo de Leonor Watling tiene ganas de experimentar y aprender y que no se resigna al papel de banda sonora para cafetería de diseño al que muchos nos temíamos que se hallaban avocados. Una lectura del cuento de Osvaldo Soriano «El penalti más largo del mundo» a dúo entre un Baricco y una Watling rebosantes de simpatía y buen rollo y magníficamente respaldados por los músicos supuso un excelente final para unas jornadas de culto a la música y a la palabra que bien merecen ser repetidas el año que viene en Asturias. Uno de los eventos culturales más sugerentes y atrevidos que se han celebrado en esta región en bastante tiempo.