Oviedo, Marcos PALICIO

Ya no es posible mantener las pantallas fuera del alcance de los niños, pero sí mantenerlos a ellos lejos de sus peligros. Eso vinieron a decir ayer las VIII Jornadas que organiza la Asociación de Telespectadores y Radioyentes de Asturias (ATR) al hablar de la tele y los niños, de enseñar a éstos a utilizar aquélla y de racionalizar su empleo. El debate tomó la televisión como punto de salida y se hizo plural al saltar hacia las otras «ventanas» descontroladas que «compiten» en condiciones de franca desigualdad con la educación tradicional. Está la del ordenador, se encienden las videoconsolas, suena el teléfono móvil... La detección de los riesgos de tener tanto y tan atractivo condujo a los participantes hasta una llamada a la responsabilidad en el control de contenidos y en la protección del sector social más «vulnerable» al mensaje nocivo. Los interpelados, múltiples, están al menos en las escuelas, las familias, las administraciones públicas o los programadores.

Todos ellos recibieron su llamada de atención desde un punto de partida en el que apareció la certeza de que las pantallas escupen demasiada información poco recomendable para los niños. El informe «El consumo televisivo y de videojuegos de los escolares asturianos», expuesto por la profesora de la Universidad de Oviedo Lourdes Villalustre, puso en seria duda la supuesta función socializadora de las pantallas e hizo visible «la preocupación ante la falta de referentes televisivos óptimos que secunden los objetivos televisivos propugnados desde la escuela».

Desde ahí, los ponentes se sumergieron en el debate, en la discusión sobre las más de veinte horas de pantallas a la semana que se les suponen a los niños -casi tantas como de clases- y la consiguiente construcción de un «aprendizaje paralelo» poco controlado, convinieron. En una mesa redonda moderada por María Esther del Moral, presidenta de la ATR, fue Nicanor García, jefe del servicio de Formación del Profesorado, Innovación y Tecnologías Educativas del Principado, quien primero introdujo las exigencias de «enseñar a ver la televisión». De eso y de ejercer en las familias «la autoridad para controlar horarios, consumos y contenidos», de «no dejar a la tele la función de niñera», pero también de responsabilizar a las cadenas de «respetar, por ejemplo, el horario de protección a la infancia y adolescencia, que no se respeta». Hacia los responsables de contenidos dirigió su argumento el filósofo Gustavo Bueno Sánchez, dentro de cuya visión escéptica «nunca existe ingenuidad en los programadores» y se genera una abierta contradicción en las televisiones públicas, cuando «el propio Gobierno es productor de contenidos. De este modo, el niño ve una televisión privada corrompida por los intereses del mercado o programas de humor deleznable como los que financia el Principado en la TPA». También es el suyo el mensaje de «cada parte su responsabilidad» empezando por «vacunar a los niños contra lo que pueden ver en televisión. De nada sirven los horarios y las regulaciones si el niño puede ver pornografía casi en cualquier escaparate».

Esta idea sobre la prioridad de la formación es en parte la de Javier Fernández Teruelo, profesor de Derecho Penal, a quien le cuesta convencerse, dijo, «de que la solución sea la censura previa. Tenemos que aprender a autotutelarnos y dejar de trasladar todo el control al poder estatal. Tal vez sea el problema la gran capacidad que tienen los medios para manipular a los adultos», concluyó. Ana Álvarez, coordinadora del proyecto «Internet y familia» de la Fundación CTIC, dio el salto hacia las otras pantallas, las cibernéticas, exponiendo los pormenores de esta iniciativa ideada con el propósito de «fomentar la tecnología, pero a la vez su uso correcto y responsable».