El hielo se podía traspasar aún en un lugar tan caluroso. Hacía quince días que el escudero de Paul Collins, Octavio Vinck, gijonés, había sido reemplazado en la formación a la que insufló un estímulo nuevo. Le pese a quien le pese, eso estaba en el ambiente cuando el cuarteto abrió con, casualidades, «I Still Want You». Más inclinado a dibujar su lado rockero, Collins no eludió los apuntes sobre ese pasado glorioso («Hanging On The Telephone», «Working Too Hard»), pero matizándolos con una acusada inclinación a sus devaneos con el rock americano de guitarras, ése que fluye como una autopista desde las enseñanzas de Neil Young hasta las revisitaciones de los ochenta. El concierto remonta con las aportaciones de su nuevo álbum y del repertorio de siempre hasta un tremendo final que se remata con un bis de altura. Salen chicas a escena para montar una coreografía a lo Stranglers con su «Nice'N'Sleazy» con el enorme «Look But Don't Touch» y llegan a un final apoteósico donde cabe «I Don't Fit In» (antes, esa joya cuasi punk «She Doesn't Want To Hang Around With You») como regalo.