Oviedo, Andrea LORENZO

Arturo Alonso dejó sus muletas en la arena y se metió en el Cantábrico, que ayer estaba gris, frío y muy revuelto. Nadar en sus aguas era apostar por un mareo seguro; pero nada de eso le importaba a este cántabro de mediana edad, sin una pierna, que se convirtió en uno de los nadadores más singulares de los veintiocho que en la mañana de ayer participaron en la travesía entre las playas llaniscas de Niembro y El Sablón.

Fueron ocho kilómetros de brazadas extenuantes para una prueba que aspira a convertirse en la más dura de todas las que se celebran en el norte peninsular. Al final resultó vencedor Vicente López, que empleó dos horas y diez minutos en cubrir la distancia marcada. Arturo Alonso llegó en el puesto decimotercero, pero nada desanima a este hombre, que, pese a su minusvalía, no se amedrenta ante el mar, por muy fiero que se muestre. No en vano ya cruzó a nado el estrecho de Gibraltar en 2010.

Era una prueba a la que sus organizadores llaman «El desafío de las playas de Llanes». Y el de ayer no era precisamente un día apacible para enfrentarse con sólo un bañador y un gorro de baño al oleaje del Cantábrico. LA NUEVA ESPAÑA siguió a los participantes en una pequeña embarcación y pudo comprobar cómo cada brazada costaba un triunfo.

Un triunfo como el que aspiraba a lograr la castrillonense Susana González, de 15 años, la nadadora más joven de todos los que ayer participaron en la prueba llanisca. Era su primera carrera de larga distancia, pero, pese al debut, logró nada menos que el segundo puesto. Quizá fuera por el desayuno de campeones que se tomó a primera hora de la mañana: un zumo y bollos de leche con Nocilla.

Las condiciones del mar empeoraban a cada golpe de manecilla. Incluso los agentes de la Guardia Civil que seguían la prueba en una embarcación dudaban de que los nadadores pudieran terminar el desafío, pero ellos porfiaban contra el Cantábrico. Además de la victoria, también tenían otros alicientes: «Aquellos que tenemos brazada derecha mientras nadábamos podíamos disfrutar de las maravillosas vistas de las playas de Llanes», comentaba Oscar Sarmiento al finalizar la prueba.

Arturo Alonso nadaba con cadencia ágil. Cada vez que la barca que le seguía le ofrecía agua, él sólo preguntaba si iba bien orientado, ya que las olas, de dos metros, además de ralentizar el ritmo, desviaban continuamente a los deportistas, pero a este nadador no le frena ni un mar de cemento, curtido como está en el asunto.

A medida que avanzaba la prueba, algunos nadadores perdían fuerzas y el compacto grupo de la salida en Niembro fue disgregándose. Los primeros deportistas que decidían abandonar no lo hacían por flaqueza de fuerzas, sino por indisposición de sus estómagos. «Cometí un error al pararme a beber agua y la sensación de mareo acabó afectándome por completo», reconoció el triatleta Emanuel Rodero al ser recogido por uno de los barcos. Las sacudidas de las olas pasaban factura incluso a los más experimentados.

Todos los vigilantes de la prueba se mostraban preocupados. A las nueve embarcaciones y las diez piraguas que hacían el seguimiento de los nadadores la tarea se les hacía cada vez más difícil. De vez en cuando los perdían de vista entre el oleaje.

Brazada a brazada, los nadadores que superaron los seis kilómetros empezaban a preguntar insistentemente cuánto quedaba para llegar a la meta, entre otras razones, porque, con la mejor intención, algunos piragüistas y patrones de barco aseguraban que quedaba menos distancia de la que realmente restaba. Intentaban animar a sacar fuerzas de flaqueza, gesto que apreciaron algunos pero que cabreó a otros.

Así, los últimos 1.500 metros, la distancia entre la Punta de la Torre y la playa del Sablón, «fueron los más difíciles», comentaron al terminar la prueba Ana Villanueva y Patricia Agüero. Al final, y con más de una hora de diferencia con el ganador, llegaron diecinueve. Con una sonrisa en boca y los dientes como castañuelas.