Charles Dickens -ahora que se celebra el bicentenario no está de más recordarlo- detestaba a los que bebían de modo incontrolado. Lo cuenta el escritor e historiador británico Paul Johnson en su libro Humoristas, y el mismo autor de David Copperfield dejó constancia de ello en las crónicas que firmó bajo el seudónimo de Boz, al describir las licorerías frecuentadas por caballeros en buena disposición, damas caritativas y borrachos embrutecidos. «Beber ginebra es uno de los grandes vicios de Inglaterra, pero la pobreza y la suciedad son otros mayores, y hasta que no mejoremos los hogares de los pobres, o persuadamos a un desgraciado muerto de hambre de que no busque alivio en el olvido momentáneo de su pobre desdicha con la miseria que, dividida entre su familia, proporcionaría un mendrugo de pan a cada uno las licorerías seguirán aumentando en número y en esplendor», escribió para denunciar que el alcoholismo no era más que una consecuencia de cómo malvivían las clases más desfavorecidas de la sociedad.

Nadie vio jamás a Dickens borracho, pero el vino, los licores y el whisky eran bebidas esenciales que, como escribió Johnson, «engrasaban la precisa maquinaria de su ajetreada vida, de su trabajo y de su ocio, y le conectaban con sus múltiples conocidos». Sin la moral victoriana como incómodo testigo, se ha dicho que los escritores empezaron a beber copiosamente en el siglo XX. No habitualmente, como es lógico, cuando tenían que escribir, pero sí entre horas. Abundantemente. Hay casos como los de Malcolm Lowry, Hemingway, Dylan Thomas o Brendan Beham en que el alcohol ha ilustrado incluso las biografías hasta el punto de convertirse en protagonista de sus vidas.

Dickens, no. Dickens era un moderado. Tan pronto como se hizo famoso, a los veinticuatro años, Paul Johnson cuenta cómo creo una bodega que llegó a albergar gran número y variedad de licores, en barriles, latas y botellas. Permanecía celosamente guardada con una llave sobre cuya custodia tomaba mil precauciones. Para el autor de Humoristas, la protección de la bodega llegó a convertirse en una auténtica obsesión. El propio Paul Johnson, para describir esa paranoia, cita la anécdota de la carta que le envió desde Estados Unidos a su cuñada Georgiana con el fin de encomendarle la salvaguarda de las llaves del preciado almacén. Y no sólo se preocupaba por que los ladrones pudiesen colarse en la bodega, sino por la calidad de la bebida que almacenaba. A Seager Evans & Co., almacenistas de licores, les animaba a probar la ginebra que le suministraban por considerar que podía haber sido objeto de una adulteración durante el transporte por ferrocarril.

Según Johnson, Dickens compraba al por mayor, como si en algún momento sintiese el temor a quedarse sin existencias en su bodega. Eran toneles, garrafas y barriles no sólo de cerveza, sino también de vino, whisky, ginebra y ron. «Un pedido a su licorería consistía en seis barriles de whisky, dos barriles de jerez, dos de vino tinto y cierta cantidad de champaña». Pero no era para emborracharse vilmente. No. Creía en la bondad medicinal del alcohol en sus cualidades reparadoras. Cuando se sentía acatarrado solía tomar una combinación de brandy, ron, cerveza y nieve fresca que llamaba Estornudo de las Rocosas.

Necesitaba, como otros escritores hicieron después no sólo para relacionarse socialmente, el estímulo del alcohol en pequeñas dosis, en parte para no transgredir la moral de su tiempo en Inglaterra. Lo que Johnson cuenta en esta semblanza del personaje escritor era que nunca se chispaba ni arrastraba las palabras y jamás dijo algo de lo que se arrepintiera después de haber ingerido un trago, aunque eso resulta algo complicado de probar, pero sí el impulso de los licores como un vehículo de gasolina.

Bebía con moderación, pero tampoco es que se ocultara para hacerlo. Frecuentaba al lado de St. Dunstan's Church, la iglesia cuyos restos fascinaron a Dickens cuando era niño, el famoso Ye Olde Cheshire Cheese, uno de los pubs más viejos de Londres, probablemente el más viejo de todos. Abierto en 1538, lo tuvieron que reconstruir después del gran incendio de 1666. Dickens bebía y comía allí welsh rarebit, la popular crema elaborada con queso Cheddar, cerveza, mostaza y salsa Worcester que se sirve caliente sobre pan tostado. Otros parroquianos del Cheshire Cheese fueron Alfred Tennyson y Arthur Conan Doyle, al igual que el americano Mark Twain, que visitó el pub con cierta asiduidad. No muy lejos vivió Samuel Johnson.

¿Beneficios del alcohol? El vino es histórica y moralmente uno de los fundamentos de la civilización. Consumirlo de manera prudente y adecuada puede ser beneficioso desde el punto de vista mental. El único problema es que el vino, de la misma manera que nos ayuda a mejorar, también puede contribuir a empeorar las cosas. Es decir, ayuda a pensar y, también, a lo contrario. Según el escritor y filósofo británico Roger Scruton, el problema del alcoholismo radica en que las personas carecen de nivel cultural e intelectual, por lo cual son incapaces de mantener una conversación profunda y por eso consumen bebidas alcohólicas con resultados negativos.

La mejor bebida es el vino, por encima de alcoholes más fuertes, por ejemplo, el whisky o la ginebra. En palabras de Scruton: «El vino es una adición a la sociedad humana siempre que se utilice para propiciar la conversación y siempre que la conversación sea civilizada y general. Nosotros nos sentimos mal por las borracheras en las calles de nuestras ciudades, y muchos se ven tentados a condenar el alcohol por ocasionar disturbios, porque el alcohol es parte de la causa. Pero la borrachera pública, que condujo a la prohibición, surgió porque las personas bebían las cosas equivocadas de la manera equivocada. No fue el vino, sino su ausencia, lo que causó el alcoholismo con ginebra en el Londres del siglo XVIII, y Jefferson tenía razón cuando dijo que, en el contexto norteamericano, el vino era el mejor antídoto para el whisky. En lo que el autor insiste a lo largo de su refrescante tratado I drink therefore I am: A philosopher's guide to wine (Bebo luego existo) es que cuando se bebe vino socialmente durante una comida o después, y con plena conciencia de su delicado sabor y aura evocativa, rara vez esta bebida conduce a borrachera y mucho menos a un comportamiento revoltoso.

Dickens, hijo de una sociedad y de una época donde se bebía de manera desordenada o por razones de miseria, ajena por lo general al vino, con la excepción de las clases acomodadas, mantuvo una moderación en el consumo necesario para sus actividades. Pero no se olvidó de mantener la bodega siempre bien llena para no tener que lamentar ausencias. Dickens y Scruton habrían hecho buenas migas de haberse conocido, cosa, por otro lado, imposible porque les separaron decenas de años bastante etílicos, por cierto.