Una tierra de obstáculos físicos, políticos y localistas. Como si no hubiera transcurrido ya casi siglo y medio, ésa fue la Asturias que conoció el ingeniero y geólogo alemán Guillermo Schulz Sweitzer (1805-1877), un profesional que, sin embargo, «trabajó por la región como un servidor público ejemplar, entregado en cuerpo y alma». Así lo describe Pelayo González-Pumariega Solís, profesor titular del departamento de Explotación y Prospección de Minas de la Universidad de Oviedo, y autor en 2011 de la tesis doctoral «Guillermo Schulz y su obra: aportaciones a la modernización de Asturias» (dirigida por Gaspar Fernández Cuesta y premio extraordinario de doctorado del departamento de Geografía), así como del libro, en colaboración, «Guillermo Schulz y los primeros proyectos para la enseñanza en materia de minas» (2000). También obtuvo el pasado año el XVIII Premio «Padre Patac» de la Consejería de Educación del Principado y el Ayuntamiento de Gijón por su trabajo «El mapa topográfico de la provincia de Oviedo de Guillermo Schulz».

A Schulz se le debe «la primera imagen cartográfica moderna que tuvieron los asturianos de su región», gracias a su mapa topográfico publicado en 1855, del que se extrajeron numerosas aplicaciones, desde la inicial, para uso de la Dirección General de Minas del país, hasta la de trazado de «caminos de ruedas y de hierro», pasando por la organización de Correos, la de la diócesis o como mapa militar en octubre de 1934. Pero Guillermo Schulz, además de ingeniero al servicio público, fue también testigo de la primera industrialización asturiana e impulsor de caminos y puertos y de ejes estratégicos de comunicación.

Tras realizar «estudios equivalentes a lo que hoy es la Ingeniería de Minas en la Universidad de Gotinga», Schulz llegó a España contratado por la compañía anglo- española que explotaba los plomos de las Alpujarras. Cinco años después, y ya de regreso a su país, «la Dirección General de Minas, que nacía en aquellas fechas, dispuesta a impulsar nuevas explotaciones en España tras la pérdida de las colonias de América y de sus metales, le nombra comisario de Minas y le encarga la elaboración del mapa geológico de Galicia, que traza durante dos años, «un tiempo récord», y publica su «Reseña geonógstica del Reino de Galicia», explica Pelayo González-Pumariega. Recibe entonces el nombramiento de inspector primero de Galicia y de Asturias, y se establece en medio de ambas provincias, en Ribadeo. En 1833 presenta sus credenciales a Bartolomé Hermida, gobernador civil, una figura política creada en ese tiempo. Es también la época en la que nace la Real Compañía Española de Minas, en Arnao, por impulso de empresarios belgas, la primera gran empresa asturiana, que, en palabras de Schulz, explotaba el carbón «conforme a los principios del arte». La llegada de nuevas empresas y la competitividad entre ellas están también marcadas por elementos políticos. El marido de la Reina Isabel II, el duque de Riansares, invierte como accionista en las empresas de Langreo, con lo que se dio prioridad política a la Cuenca del Nalón frente a la del Caudal, y de ahí nacerá el Ferrocarril de Langreo hasta Gijón.

Pero Schulz, que ya era conocedor de la región y de sus posibilidades, «apostó por un ferrocarril que fuera desde Mieres al puerto de Avilés (un proyecto en el que trabajaron ingenieros ingleses)», aunque con la idea de que el embarcadero final fuera el puerto de Luanco, «al que el ingeniero alemán veía más posibilidades por estar a resguardo del Cabo Peñas». Por su parte, el puerto de Gijón, también al oriente de Peñas, «ya estaba ocupado por las salidas carboneras del Ferrocarril de Langreo, y el de Avilés estaba al servicio de la referida Real Compañía de Minas».

En cualquier caso, la idea de Schulz era que el enclave ferroviario de Mieres resultaba el idóneo «para después darle a la región una salida hacia la Meseta, mientras que el Ferrocarril de Langreo terminaba en un fondo de saco». A su vez, el eje Mieres-Luanco «podría, mediante ramales, dar conexión a las cuencas carboníferas de Riosa o Ferroñes y Santo Firme en la zona central y luego podría enlazar incluso con el Langreo-Gijón», y eso conectaría todas las explotaciones con los puertos y posteriormente enlazaría con la Meseta. Pero los choques con los intereses políticos y la gran pugna de aquellos años entre la burguesía de Gijón y la de Oviedo decepcionarían a Schulz.

No obstante, su labor fundamental fue la de elaborar durante veinte años, aunque con interrupciones, el mapa topográfico y geológico de Asturias, «una labor titánica desarrollada prácticamente con un ayudante de campo, una brújula y mediante el procedimiento de triangulación; pese a sus errores, estos son comprensibles por la precariedad de medios». Publicado en 1855, Asturias habría quedado sin cartografía hasta 1875, que es cuando se publica el plano de Coello, «más perfeccionado, pero mucho menos legible por abigarrado en cuanto a la inclusión de numerosos datos». Los trabajos cartográficos de Schulz sirvieron de base para que el gobernador Bartolomé Hermida y su sucesor, el marqués de Gaztañaga, le encargaran los proyectos de las primeras carreteras asturianas.

Del mapa de Schulz se extrajeron también numerosas aplicaciones. Por ejemplo, «el primer mapa de Correos, o el primer mapa de las parroquias de la diócesis, cuyo obispo era entonces Martínez Vigil». También fue «mapa militar». En efecto, su última edición, con correcciones ya acumuladas durante años, «data de 1935, al año siguiente de la Revolución de Octubre de 1934». Una foto muy conocida del general Ochoa, que reprimió dicha revolución, «está tomada precisamente con el militar ante el mapa de Schulz».

Y un dato curioso con plena vigencia en la actualidad es que Guillermo Schulz ya se percató «del gran número de concejos en Asturias y planteó la necesidad de una redistribución de los mismos». Proponía incluso «cambiar límites y llegó a presentar un plan en tal sentido al gobernador, pero dicho documento no se ha encontrado».

En 1854 abandona Asturias por enfermedad y cuando estaba poniendo en marcha la Escuela de Capataces de Mieres, que frente a Oviedo, Gijón o Avilés defendió «para ese municipio por la proximidad a las minas y fábricas siderúrgicas». En su epitafio del cementerio de Aranjuez, donde falleció en 1877, se leía: «Murió sin ascendientes ni descendientes, y pobre, pero sin deudas». A Asturias le había entregado lo mejor de su profesión y sus ideas.