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La columna del lector

Ser o no ser

El (siempre) profesor José Coca sube a la Tribuna de LNE con un artículo -"El respeto a la bandera. Francia vs. España"- de esos que muchos querríamos haber escrito de la primera a la última línea y que muchos más, monárquicos o republicanos, heteros o trans (antis, anarcos y tribales autoexcluidos), deberían leer antes de ponerse a reflexionar, con o sin calavera en la mano. Ya saben, acerca de eso de quiénes somos, de dónde venimos, de qué pie cojeamos, etc.

Se trata de un análisis certero, a la par cruel y divertido, escéptico y estimulante, que algún día se debería incluir en las antologías de cualquier texto (no sectario) de "Educación para la Ciudadanía" destinado -con tres o cuatro generaciones de retraso y veinte o treinta páginas menos de doctrina oficial y demagogia- a contribuir honradamente a formar españolitos sin las taras, intrínsecas y adquiridas, que llevan demasiado tiempo realimentando nuestra subnormalidad como pueblo, como país, como Estado y como nación. [En lugar de taras llámenlas "diferencias" si lo que queremos es seguir engañándonos con edulcorantes, euforizantes y anestésicos. Vale, pues, diferencia como animal de compañía histórica].

La primera pregunta que deberían hacerse, que deberíamos hacernos, tras reflexionar -con o sin calavera, ya digo- sobre el bochornoso contraste que Coca evoca, es inmediata. Y a cualquiera no demasiado tarado, no demasiado diferente, se le puede ocurrir solito al comparar el comportamiento de ciudadanos -como ellos- tan cabal, crítica y respetuosamente orgullosos de la Historia, de la cultura, del presente y de los símbolos de su Patria*, con el comportamiento de gentes -como nosotros- que parecen ignorarlos, falsearlos, despreciarlos o aborrecerlos.

Y esa pregunta podría formularse como una versión, en tiempo continuo del verbo, de otro interrogante de viejo cuño y reciente manoseo: ¿Desde cuándo anda jodiéndose España?

No se equivoquen creyendo que esta maldición nuestra se conjurará el día, ya próximo, en el que, por voluntad soberana y decisión parlamentaria demos el sesudo, heroico y trascendental paso de liberarnos, de una vez por todas, en cualquier cuneta, vertedero o incineradora, de los restos de cierto caudillo de opresora férula y omnipresente, obsesiva, instrumental y perturbadora memoria histórica. Tenemos experiencia en enterramientos, desenterramientos y profanaciones necrófagas: reyes, validos, nobles, prelados, monjas, frailes, paisanos y guerreros han pasado antes por el ara expiatoria de mano de la gente, del pueblo o de la plebe. Y a todas luces ha sido manifiesto el éxito terapéutico obtenido. Pero como dirían quienes ustedes y yo sabemos: No hay mal que por bien no venga y... si sale, sale.

Y ya sin ataduras ni causa primera y última de tan malas digestiones y tan peor baba como destilamos, lo que resta, consensuar principios, ideales, objetivos, reglas, bandera y música debe ser fácil. Para otros países, naciones o estados así lo parece.

(*¡Huy lo que he dicho!)

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