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Los episodios de tensión por desobediencia en los arenales

"Todos los días nos enfrentamos a imprudentes en las playas"

Las quejas y amenazas de bañistas son "típicas", aseguran los socorristas: "Piensan que ponemos bandera roja para fastidiar"

"Quién eres tú para decirme dónde me tengo que bañar". "Tú trabajas para mí y haces lo que yo te mande". "Antes de que tú nacieras, yo ya me bañaba aquí". "¿Cómo te llamas? Te voy a amargar la vida". Los 300 socorristas que vigilan las playas asturianas tienen que lidiar a diario con comentarios de este tipo. Malas contestaciones, amenazas, descalificaciones e insultos conforman la sintonía más "típica" del verano. El caos vivido este fin de semana, con dos ahogados en Barayo y Buelna además de múltiples rescates en otros arenales, no es más que un ejemplo "de lo que en verdad pasa todos los días". "Piensan que ponemos bandera roja para fastidiar. Y estamos para ayudar y evitar situaciones de riesgo", se quejan.

Verano de 2016 en Salinas. Un usuario exige el rescate de su hijo, de unos 14 años, que rema con una tabla de surf detrás de una pelota. "Le contestamos que no estaba en peligro y que le estábamos vigilando, pero el padre se puso violento. 'Tú haces lo que yo te diga; te voy a perseguir el resto de mi vida como no entres a buscarlo'. Lo siguiente fue agarrarme del brazo. Fue un espectáculo", relata Ignacio Flórez, coordinador de salvamento de Castrillón, que tuvo que acabar llamando a la Policía. Por suerte, el porcentaje de bañistas que se encara con los socorristas es "minoritario", aunque genera "mucha frustración" en el colectivo.

"Por mucho que les explicas que es peligroso meterse en el agua, el criterio que impera es el suyo propio. Y los profesionales somos nosotros, no queremos arruinar el día de playa a nadie", recalca Javier Reguera, responsable de socorrismo de la empresa Gesprin, que atiende seis municipios: Ribadedeva, Ribadesella, Colunga, Caravia, Valdés y Carreño. "A mí me llegaron a poner la mano en el pecho. Hay pocos días de sol y cuando llega uno, quieren bañarse sí o sí", comenta Fernando Balbín, socorrista en Salinas y surfista. "Algunos piensan que somos sus criados", denuncia Ignacio Flórez.

La desobediencia, insiste el colectivo, se produce siempre por desconocimiento. "Lo que no se ve es lo que más riesgo tiene: las corrientes. Tenemos que ser conscientes de que la mar no es una piscina, hay que tenerle respeto", indica el gijonés Iván Rodríguez Pulgar, socorrista en La Espasa (Colunga), donde por lo general los usuarios "hacen caso". No obstante, siempre hay alguna excepción. "El otro día avisé a un señor y la mujer me contestó: 'Es asturiano', como queriendo decir que conocía bien el Cantábrico. Y cada playa tiene sus zonas de corrientes y remolinos", cuenta Pulgar, de 25 años. Y esas corrientes, abunda Javier Reguera, aparecen cuando el oleaje pierde intensidad: "Muchos te dicen: 'Pero es que ya no hay olas'. Y no son conscientes de que ese es el peor momento para darse un chapuzón". De cualquier forma, Reguera recuerda que la bandera roja, que el pasado sábado ondeó en 33 playas, es la última medida que toma el servicio de salvamento. "La ponemos cuando no queda más remedio. Antes, agotamos vías intermedias como delimitar zonas de baño", afirma.

Aun así, los usuarios entran igual en el agua. Sobre todo, a partir de las siete y media de la tarde, hora en la que la mayoría de los socorristas se retiran de las playas. "La gente normal no entra, pero la que no es normal es cuando aprovecha para meterse", se queja José González Viña, responsable municipal de socorrismo en Gozón. "La imprudencia de una persona pone en riesgo al resto. Porque aunque la ley nos ampara a omitir el socorro, si hay bandera roja acabas yendo por una cuestión ética", añade. Javier Reguera no olvida el 15 de julio de 2016 cuando a última hora de la tarde murió ahogado un joven de 19 años, vecino de Oviedo, en la playa de Carranques, en la Ciudad de Vacaciones de Perlora. Pese a su lucha, las lágrimas fueron inevitables. "Me había pasado toda la tarde señalizando y pitando. Fue marchar, desaparecer una persona y tener que rescatar a otra", rememora.

66 playas bajo vigilancia

El Principado puso en marcha este año el plan de salvamento en playas "más potente del último decenio": dieciocho concejos, uno más que en 2016, y trescientos profesionales, nueve más que el verano pasado. Desde el 1 de junio hasta el 30 de septiembre, los vigilantes cubren 66 arenales, 59 con servicio diario y siete los fines de semana, que suponen una inversión de 371.000 euros. A pesar de este refuerzo, el número de ahogados continúa. Este fin de semana, en menos de 24 horas fallecieron dos personas: un vecino de Puerto de Vega de 73 años en Barayo (Valdés) y un vasco de 52 años en Buelna (Llanes). El sábado fue especialmente frenético con numerosos rescates en las playas de la región tras negarse algunos bañistas a cumplir las recomendaciones.

A consecuencia de ello, el Servicio de Emergencias del Principado de Asturias (SEPA) hizo el lunes un llamamiento a los usuarios para que respetasen las indicaciones que hace el servicio de salvamento. Los socorristas tienen entre sus funciones, indica el SEPA, "velar por su seguridad y advertirles de los riesgos que hay en cada momento". Bañarse con bandera roja puede conllevar multas de entre 151 y 1.500 euros, en función de cada municipio. Gozón, Villaviciosa, Tapia de Casariego, Ribadesella, Castrillón, Caravia y Cudillero tienen regulada la sanción en sus respectivas ordenanzas.

Ignacio Flórez, coordinador de salvamento en Castrillón, está en contra de que los vigilantes pongan multas a los usuarios: "No creo que sea lo correcto y tampoco pienso que estamos capacitados". José González Viña, responsable en Gozón, discrepa. "Deberíamos tener la categoría de agentes de la autoridad. No para poner multas, pero sí para identificar a los bañistas que se salten nuestras indicaciones. Porque en playas rurales, mientras que llega la Policía o la Guardia Civil, el usuario ya se fue", argumenta. Por su parte, Fernando Balbín, profesional en Salinas, reconoce que los bañistas "se aprovechan de la ausencia de autoridad" del colectivo para desobedecer las normas.

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