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Los Tesoros Forestales De Asturias | Rebollares Del Entorno De Muniellos

El refugio del tociu en el Suroccidente

Los bosquetes de rebollo o melojo se distribuyen por las laderas de las sierras del Acebo y del Rañadoiro al amparo de estaciones de influencia continental

Rebollar en la subida al puerto del Connio. JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ DÍAZ-FORMENTÍ

Los bosques del suroccidente asturiano destacan por su calidad (Muniellos) y por su extensión (el hayedo de Monasterio de Hermo -ya tratado en esta serie- es uno de los mayores de la comunidad), pero, con ser estas sus virtudes principales, no son las únicas. La variedad de la cubierta arbolada es igualmente notable. Basten, como ejemplo, los rebollares o melojares que se intercalan o entremezclan con robledales albares, hayedos y carbayedas en las laderas de las sierras del Rañadoiro y del Acebo.

La presencia y la dominancia local del rebollo en estas montañas (otras manchas destacadas se localizan en el valle del Narcea) se explican por la peculiar disposición arqueada de la cuenca del río Ibias, acomodada al cierre del Arco Astúrico, y por su alejamiento del Cantábrico, que crean una situación de aislamiento geográfico y climático con respecto al resto de Asturias y establecen, al mismo tiempo, una relación con las comarcas gallegas de Suarna y Fonsagrada, y con las leonesas de Laciana y el Alto Bierzo. Es decir que esta zona disfruta de un microclima de neta influencia contienental, submediterráneo, que favorece a las especies vegetales termófilas, entre ellas el rebollo, melojo, marojo o tociu (su nombre asturiano).

No obstante, el rebollo requiere ciertas precipitaciones: entre 650 y 1.200 milímetros anuales, bien repartidos a lo largo del año, con un mínimo estival de 100 o 200 mm (por eso, las poblaciones más meridionales ascienden más en altitud, buscando la lluvia). Su rango de tolerancia térmica es amplio, de forma que soporta valores medios -5 y 22º C en invierno y en verano, respectivamente.

La disposición de los melojares en las laderas, habitualmente por debajo del horizonte del hayedo y con mezcla de carbayos, no implica que este tipo de estaciones representen su óptimo, sino más bien que en las tierras más llanas ha sido eliminado para dejar espacio a los cultivos y al ganado. No en vano, se trata de un árbol que crea suelo (las llamadas "tierras de melojar" o, en lenguaje edafológico, cambisoles húmicos) y que elimina la acidez de la capa superficial al bombear sales del subsuelo. En las laderas cumple también ese papel y, además, su entramado radical superficial fija el suelo y previene la erosión.

Los melojares suelen ser bosques muy alterados por las talas, las rozas y las quemas, lo que condiciona su estructura poco densa y su conformación abierta, que deja pasar mucha luz al suelo y, en consecuencia, permite un amplio desarrollo del sotobosque, en particular de los matorrales y arbustos, que pueden representar hasta el 60 por ciento de ese estrato forestal: piornos, brezos blancos, espinos, acebos, arraclanes, perales silvestres, zarzas y otros. Como árboles acompañantes, aparecen carbayos, arces, fresnos y, ocasionalmente, robles albares.

Estos melojares, y el grueso de los que se distribuyen por el cuadrante noroeste peninsular (sobre todo circundando la cuenca del Duero), contrastan con los pequeños rodales y los ejemplares aislados que aparecen salpicados por estaciones costeras, en Cudillero, en el cabo Peñas y en la rasa de San Emeterio, así como en otros puntos de la costa atlántica gallega y del resto del Cantábrico.

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