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VIRGINIA ÁLVAREZ-BUYLLA | Profesora de Inglés jubilada

"Pasé años duros, trabajando y criando cinco hijos que adoré y no sé si se enteraron"

"Fui de intercambio a Burdeos para aprender francés, pero me hice amiga de una muchacha que era de Moreda y volví sabiendo, sobre todo, bable"

Virginia Álvarez-Buylla, en su chalé de Somió. JUAN PLAZA

Virginia Álvarez-Buylla (Avilés, 1944) vivió en Oviedo, reside en Somió y tuvo tempranas estancias en Burdeos (Francia), Perugia (Italia), Londres (Reino Unido) y Madrid. Licenciada en Filología Románica y Filología Inglesa, dio clase de Inglés en Secundaria a la vez que criaba a los cinco hijos que comparte con su marido, Josechu Valdés. Es bisnieta de Adolfo Álvarez-Buylla, del krausista Grupo de Oviedo, e hija del recordado profesor y poeta José Benito Álvarez-Buylla. Vive en Somió y tiene ocho nietos.

-Su clase de Filología.

-Setenta chicas, algunas muy guapas, y veinte evadidos de presidio; léase, salidos del Seminario. Entonces llevaba un pelo cardado que me quedaba fatal y vestía moda saco y parecía un saco.

- Era la Facultad roja.

-Mis amigas eran de familias conservadoras. Mi hermana Lucía se hizo de izquierdas y tenía al novio en Carabanchel. En casa no se hablaba de política. Supe que mi padre había estado en la cárcel a los 15 años por unas primas de Madrid que eran unas cochinas y me lo contaron mal. Lo hablé con él y lo entendí. Tres hermanas me llaman facha, pero soy del medio, no me meto con nadie y lucho por los demás.

-¿Qué le pareció Oviedo?

-Un aburrimiento. En cuarto, cambió todo. Me resigné a vivir en casa de mi tía y a seguir las normas y encajé. Dejé de comer dulce y adelgacé. Empecé a pasarlo mejor, a conocer más gente y a estar más relajada. Me dejé melena y salí con algún chico, aunque no me gustaba ninguno. Uno me dijo que andaba conmigo por la melena y lo dejé.

- Ya había salido de España.

-Todo el horrible verano de los 18 años en un intercambio en el que la chica francesa vino a Oviedo cuando estaba en Burdeos. El padre era un teniente alcalde con una fábrica de zapatos, distinguidísimo. Su mujer bebía y la chica tenía que esconderle las botellas. Los primeros quince días fui sordomuda, y el decimosexto, en un coche, en medio de una conversación sobre el aborto y yo, hija del Espíritu Santo, di una pía conferencia en francés sobre la vida. Me hice íntima de la muchacha, de Moreda. Aprendí, sobre todo, bable.

- ¿Viajó más veranos?

-En casa, para un viaje, había dinero. A los 19 y 20, en Perugia, conocí la felicidad de la libertad con tres becarias más en la habitación de una pensión. El primer año estudié bastante; el segundo fue la juerga padre entre griegos, persas guapísimos...

- Ninguno italiano.

-No, hasta el viaje de fin de carrera, en quinto. Para sacar dinero hice subasta de cuadros por la radio, bailes los martes en una discoteca. Fuimos 24 días al sur de Francia e Italia hasta Nápoles.

- Cuente lo de su italiano.

-Me había estado escribiendo con él cinco años y nos vimos en Roma. Era rubio, de ojos azules, me daba regalos... No me gustó... pero yo a él sí. Fui amable porque había escapado de un submarino para conocerme. Pensé que no lo iba a ver más, pero al día siguiente volvió, y al siguiente. Vino con nosotros hasta Venecia y no miré para él. Se sentó con una chiflada que se interesó por él y pasó el día llorándole que quería casarse conmigo y llevarme a un pueblo de Sicilia. Luego me mandó dos cartas poniéndome a caldo. Hace seis años me encontró por Facebook y vino a Gijón con su mujer, pero yo estaba fuera. Nos escribimos.

- Acaba la carrera y...

-Lectorado en Londres: 1967, "Beatles", "Stones", vi a "Beach Boys"... tres días puse cara de horror por las minifaldas y al cuarto estrené una, aprendí a bailar suelto, fui a los clubes del Soho. Estuve en una residencia de monjas irlandesas, muy malas y estrictas. Aprendí todo el inglés y mucho italiano porque mi compañera era de Génova. Me creían italiana y una preguntó si Gijón estaba cerca de Nápoles.

- ¿Volvió para quedar?

-No estaba preparada. Cuando estaba en casa, quería marchar. Cuando estaba fuera, añoraba la casa. Gijón me parecía un petardo. Mis amigas se habían ido fuera. Mi padre me cogió una beca para aprender lengua y literatura francesa en Niza. Piraba clase e iba a la playa. No me examiné pero gusté a un chico de la oficina y me dio el diploma.

- Regreso y...

-Fui a Madrid para buscar trabajo. Un día fui a vender enciclopedias en inglés por las casas. Trabajé tres meses en una empresa italiana en la que no hacía nada. Fui seis meses azafata en Spantax. Tenía un novio que estudiaba perito de telecomunicaciones que no me gustaba nada y quería que nos casáramos.

- Volvió en 1968.

-Mi padre me decía que ya tenía que ir al instituto. En Navidades conocí a Josechu en un baile de ingenieros para Hugo de Borbón Parma. Fui porque nunca me había vestido de largo. Ese día nos hicimos novios.

- ¿Cómo fue?

-Me preguntó dónde iba a pasar Fin de Año y le contesté que en Madrid con mi novio. Me dijo: "No, a partir de ahora vas a pasar todos los fines de año de tu vida conmigo". Pensé que estaba muy chiflado. Pues hasta ahora. Quedamos para conocernos dos días antes del baile. Me propuso que saliéramos al día siguiente y le dije que no, que tenía que lavarme la cabeza. Le sentó como un cuerno. Supe después que era el donjuán gijonés de la época y con ese "no" le gusté más. El domingo en vez de ir al Sporting fue a verme a Oviedo. Fui a Madrid para despedirme del otro.

- ¿Cuándo se casaron?

-En 1970. Ya trabajaba en el Instituto del Coto. El primer hijo fue la locura del chinito. Cuando nació la quinta, paramos: criaba, trabajaba tres días a la semana y dos estudiaba Filología Inglesa.

- ¿Qué madre fue?

-Muy presente, pero demasiado preocupada. Las muchachas me tomaron el pelo porque las necesitaba tantísimo. Mis hijos y mis vecinos recuerdan que gritaba demasiado.

- ¿Hubiera preferido ser madre a tiempo completo?

-Lo pensé, pero una vecina me dijo que si lo dejaba no volvería. Josechu y yo acordamos que alguien tenía que estar con los niños. Él ganaba más que yo, trabajaba en Oviedo y viajaba. Yo llegaba al instituto físicamente cansada. Fue duro. Años corriendo.

- ¿Ahora es pía?

-Respeto las creencias...

- O sea, que no cree.

-Ay, se nota. Dejé la misa porque con los hijos era un malabar. Hay cosas que no tengo claras.

- ¿Por ejemplo?

-El aborto. Fui tutora de una alumna de 16 años que me contó que estaba embarazada y que iba a abortar. Le dije que lo pensara, pero ya tenían cita. Quería que se lo dijera a su madre.

- ¿Se lo habría dicho usted a la suya?

-No lo sé; es inimaginable. Le advertí de que podría necesitar un psicólogo, pero por dentro pensaba: ¿qué hace una chica con un hijo y un novio que no le va a durar, como así fue? Sin dar nombres, consulté al cura y a la jefe de estudios, y ni caso. Me reuní con el novio y le dije que el día del aborto fuera con ella y que me llamara al acabar. Salió bien. A final de curso la ayudé a sacar tres asignaturas. Para mí, una vida humana es muy importante. Entiendo que se aborte en casos, pero no puedo oír a esas memas diciendo: "Tenemos derecho a nuestro cuerpo".

- ¿Qué tal siente que le ha tratado la vida hasta ahora?

-Bien. Traté yo mal a la vida. Sufrí por idioteces. Hubiera querido hacer muchas más cosas. Quería hijos y tuve cinco muy bien; el marido, bien también; yo fui más mala esposa porque me preocupé más de mis hijos. Cuando nació el primero, Josechu dijo: "Ya soy el segundo". Así hasta cinco. Los adoraba y no sé si se enteraron. Como mi madre era muy poco física emocionalmente, las hermanas lo heredamos y algún hijo que es muy cariñoso echó de menos besos y abrazos.

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