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GONZALO ESPINA PERUYERO | Sacerdote asturiano, administrador apostólico de Valdivia

"En Chile hay dolor por tantos casos de abusos, pero empieza un nuevo tiempo"

"Llegué a este país en 1990, cuando aún estaba reciente la dictadura, y lo primero que hicimos fue montar un comedor infantil para que los niños tomaran al menos una comida al día"

Gonzalo Espina Peruyero.

- ¿Qué hace un sacerdote piloñés en Valdivia, el corazón de Chile?

-Llegué hace 28 años y acabo de cumplir 65. Media vida. Ejerzo de administrador apostólico de la diócesis, que es algo así como un obispo interino, con atribuciones muy parecidas a las del obispo, con algunas restricciones.

- ¿Sabe que suena como obispo titular?

-Pues no tengo ni idea. Llevo casi un año en mi nuevo cargo y aquí no hay plazos. Me dicen que va para largo, pero no es algo que me preocupe. Me toca hacer lo que me pidan.

- En una de éstas le piden ser obispo de Valdivia...

-Mucha gente me dice que le gustaría que lo fuera. Pero no es algo que me preocupe. Mientras tanto me absorbe el servicio a la diócesis, recorriéndola, participando en confirmaciones y reuniones. Ésta es una Iglesia con pocos curas, pero mucha participación de los laicos.

Gonzalo Espina Peruyero nació en Bierces, un pueblo de Piloña, en 1953. Sacerdote diocesano, en 1990 se fue para Chile y allí sigue.

-Llegué a un país que había recuperado la democracia tras aquellos años 17 terribles de dictadura y con un 40% de la población en situación de pobreza. Hoy ésta se ha reducido a un 10%, estando a la cabeza del desarrollo de los países latinoamericanos, enfrentándose actualmente a una gran inmigración, principalmente de haitianos y venezolanos.

- ¿Los haitianos?

-Huyendo de la pobreza. Los 250.000 pesos que son el salario mínimo en Chile y equivalen a poco más de 300 euros son para ellos un dinero que ayuda y mucho a sostener a la familia en Haití. Ocupan muchos puestos que ya los chilenos no quieren tomar.

- ¿Los venezolanos?

-Es una inmigración más coyuntural marcada por la situación en Venezuela. En Valdivia hemos puesto en marcha la pastoral de emigración, con grupos de voluntarios muy comprometidos y con clases de castellano para los inmigrantes procedentes de Haití, que hablan francés o su lengua local.

- ¿Qué le motivó para dar el salto desde Asturias a Chile?

-Estaba en la parroquia de Ventanielles, en Oviedo, feliz y contento. Había mucha labor pastoral que hacer y en un momento dado los obispos nos dicen que hay que pensar en salir de España y conocer otras realidades. Desde la Comisión Nacional de Misiones se echaron cartas en busca de destinos y una de las primeras respuestas en llegar fue la del obispo de Valdivia. No había internet y me fui a la Biblioteca Pública a ver dónde quedaba aquello.

- Y quedaba muy lejos.

-Pues sí. Los vuelos más largos que tiene Iberia son a Santiago de Chile y a Tokio. Y desde Santiago a Valdivia hay más de 700 kilómetros. Estamos por debajo del paralelo que coincide con el sur de África. Tenga en cuenta que Chile, de Norte a Sur, tiene 4.500 kilómetros, más de cuatro veces el mapa de España.

- ¿Y qué se encontró?

-Fue un cambio enorme, como empezar de cero en casi todo. La parroquia que me encomiendan estaba ubicada en una zona muy pobre. Teníamos goteras y cada poco nos cortaban la luz por falta de pago. Empezamos a poner en marcha comedores infantiles porque había niños que apenas comían en todo el día. No estaban acostumbrados al consumo de leche. Conté con mucha colaboración desde Asturias. También abrimos hogares universitarios para estudiantes sin recursos. Fue un éxito de autogestión. Era normal encontrarse con chicos que sólo hacían una comida al día.

- ¿Cuál era la infraestructura?

-Formamos una comunidad Adsis compuesta por un matrimonio con un hijo, tres hermanos célibes y el sacerdote, que era yo. En Asturias sigue funcionando una comunidad Adsis, radicada mayoritariamente en Gijón. Su proyecto más significativo está relacionado con la reinserción de personas privadas de libertad.

- ¿Cómo evolucionó el país?

-Para bien, aunque las desigualdades entre la población son abismales. Se han mejorado los servicios estatales en salud y educación. Cuando el Gobierno puso comedores escolares, nosotros iniciamos otra nueva etapa, con servicios de comedor para niños los sábados y para adultos todos los días.

- ¿Algo parecido a una cocina económica?

-Sí, pero con alguna diferencia. Es gratis total y está a cargo de los laicos de la parroquia. Tenemos unos cuarenta comensales al día y no queda otro remedio que buscar alimentos aquí y allá; en las misas hay feligreses que nos llegan con un kilo de arroz o cualquier otra cosa, y todo es muy bien recibido porque lo necesitamos. Mi responsabilidad es estar detrás, dando ánimos, buscando recursos, pero a veces también me pongo el mandil.

- Dicen de Chile que es el país más europeo de Sudamérica.

-Y es verdad, gracias a una evolución muy acelerada. Recuerdo aquel barrio de Ventanielles de principios de la década de los noventa. Había muchas dificultades, pero una madre gitana podía dar a luz en condiciones iguales o muy parecidas al del resto de asturianas. Cuando llegué a Valdivia recuerdo a un padre que vino a pedirme algo de dinero para comprar penicilina para su hija enferma. Ahora las diferencias sociales entre Chile y España se han estrechado, pero siguen existiendo. En muchos aspectos se sigue la estela española, ahora hay un gran desarrollo de la construcción, espero que esto no acabe en una burbuja inmobiliaria como en España.

- La renuncia de 34 obispos, la suspensión de 14 sacerdotes por abusos a menores, la intervención directa del Papa Francisco ante el escándalo. ¿Cómo se vive todo esto desde la propia Iglesia de Chile?

-Esto es un tsunami terrible. Sentimos dolor y vergüenza, pero es bueno que salga a la luz todo lo que había debajo de la alfombra. Yo quiero entender todo esto como un tiempo de catarsis, tenemos una herida abierta, pero ya lo dice la parábola: la vid se poda para que salga mejor fruto.

- ¿Le tocó algún caso de abusos en su diócesis de Valdivia?

-Por fortuna, no. Quiero mirar el futuro con esperanza, hay que trabajar en la prevención de casos como éstos y seguir creciendo en una sociedad que nos lo demanda y que está además muy involucrada en el terreno social y en el de la solidaridad. Aquí, si hay que costear una operación la familia entera se empeña y el vecindario se vuelca, desde la venta de empanadas a la celebración de bingos solidarios. En Chile es muy habitual la presencia de diáconos permanentes, laicos con trabajo y familia, que ejercen labores pastorales. Hacen un gran papel. Hay unos veinte en la diócesis y ya estamos formando más grupos.

- ¿Qué relación guarda con Asturias?

-En Lugones tengo hermanos y sobrinos. Y claro, muchos amigos, compañeros de los de toda la vida, como el párroco de Santa Olaya, en Gijón, Fernando Díaz Malanda. La parroquia inauguró templo el pasado mes de mayo. Hago lo posible por viajar a Asturias una vez al año.

- No se arrepiente de su experiencia chilena.

-Claro que no. Y animo a vivir la emigración pastoral. Conocer el mundo abre perspectivas.

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