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Una de las mayores tragedias ocurridas en las carreteras asturianas

Cinco billetes a un funesto destino

Reconstrucción de las horas previas al grave accidente de autobús que el lunes causó cinco muertos y quince heridos a las afueras de Avilés

Cinco vidas quedaron unidas para siempre el pasado lunes por unos dígitos horarios: las 13.40 horas. Cinco personas -algunas conocidas de verse las caras en el autobús que solían coger para ir o venir de Gijón, otras ni eso- sin más nexo que la fatalidad de haber elegido los asientos delanteros del autobús número 6053 de Alsa, el que el lunes realizaba la ruta Cudillero-Avilés-Gijón con salida de la capital pixueta a las 12.30 horas. Al volante, un conductor apreciado por su empresa, por sus compañeros y lo más importante, por los viajeros: Omar López Macías, de 40 años, siete de ellos a los mandos de los populares autobuses antiguamente pintados de gris. En la zona del pasaje, veinte viajeros, la mayoría con ganas de llegar a su casa en Gijón para comer.

A las 13.40 horas, una plácida jornada de lunes que había amanecido soleada se tiñó de negro cuando el convoy de viajeros chocó de frente contra el pilar de hormigón de un paso elevado en la incorporación desde Avilés a la autopista "Y". Esto fue lo que, según los indicios recabados y los testimonios recogidos, pasó en las horas previas al brutal y fatídico accidente.

Cuando el despertador del chófer sonó esa mañana aún era de noche. Nada a lo que no estuviera acostumbrado Omar López Macías, hijo, hermano y sobrino de conductores; miembro de una familia de Santoseso (Candamo) que tiene muy a gala su vocación de transportistas de viajeros. El turno asignado para el primer lunes de septiembre ponía a López Macías a cubrir la línea Cudillero-Avilés-Gijón, la cual conocía sobradamente y le venía bien por la cercanía a su casa en Pravia. A las 6.30 horas arrancó el vehículo y con el clarear del día se dispuso a hacer los primeros kilómetros de la semana.

La rutina del conductor de autobús de línea se cumplió esa mañana escrupulosamente, según la empresa Alsa. Omar López hizo el descanso horario pertinente a media mañana y a las 12.35 horas inició otro "bucle" desde Cudillero. El servicio de mediodía suele ser el menos concurrido en el punto de origen de la línea, por lo que a Omar López no debió extrañarle la baja ocupación. El pixueto David García iba a coger ese autobús con su pareja, embarazada de seis meses, pero un dolor matutino le hizo cambiar de parecer. "Ya iremos por la tarde", pensó. Su reloj no estaba sincronizado para pararse a las 13.40 horas.

Primera parada: El Pito. Y así, seguidamente, Muros de Nalón, San Esteban, Soto del Barco... Allí esperaba su cita con el destino, sentada en un marquesina, Begoña Miranda Herrero, una mujer luchadora. A sus 55 años ya le había plantado cara -y vencido- a un cáncer de mama y no hacía ni doce meses que había tenido la desgracia de perder a sus padres, naturales de Soto de Luiña, a donde precisamente el fin de semana había ido para limpiar la casa familiar. El lunes su destino era otro: Gijón, donde la esperaba la cara luminosa de su nieto Iván, uno de los motivos que le daban alegría y ganas de vivir. La abuela Begoña, de 55 años, cuidaba al pequeño en semanas alternas haciendo equipo con su consuegra para facilitar la conciliación laboral de sus respectivos hijos. Fiel a su costumbre, saludó al conductor Omar López y se sentó detrás suyo, bancada derecha de asientos, en las filas delanteras. Por lo del miedo a marearse.

Superado el Alto del Praviano, el autobús numerado como 6053, un Setra matriculado en 2002 y por tanto en el tramo final de su vida útil, pasó por la parada de Carcedo -donde casi nunca sube nadie- y entró en Piedras Blancas. En la capital castrillonense, Arcadio Suárez García, de 75 años, se había levantado ese día con "mono" de carretera. Viudo, independiente y exconductor de camiones en la extinta empresa Carneado, nada le gustaba más en el mundo que sentir la vibración de las ruedas bajo su cuerpo. Por eso se sentaba indefectiblemente encima del eje delantero de los autobuses en los que viajaba por placer, unas veces por la comarca de Avilés y otras, como ese lunes, hasta Gijón, donde mataba el tiempo paseando por el Muro de San Lorenzo. Con más razón si hacía solecito.

El autobús pasó por Salinas y llegó puntual a la estación de Avilés. En la dársena 4 esperaban al vehículo una docena de viajeros, entre ellos otras tres de las personas citadas con la muerte a las 13.40 horas: Ana Pilar Tuya Santamaría, de 52 años; José Emilio Menéndez Díaz, de 58; y Senén Álvarez González, de 77.

Ana Pilar Tuya, licenciada en Derecho y empleada de la tienda avilesina de Cocinas y Armarios Asturcón, regresaba a comer a su casa de Gijón tras haber hecho la mitad de una de las jornada laborales más duras del año: la de la reincorporación al trabajo tras las vacaciones estivales. Sabía que en casa tenía un buen argumento para hacer más leve la vuelta al tajo: su marido, Carlos Bermejo, con el que sólo hacía dos años que había iniciado una feliz convivencia. Tomó asiento cerca de Begoña Miranda.

José Emilio Menéndez acababa de bajar la persiana del "sexshop" El Duende que regentaba en la calle Concepción Arenal de Avilés y en cuatro pasos se plantó en la estación, que está a tiro de piedra de su negocio. Tal era la comodidad del transporte público que hace años había renunciado a moverse en coche. Ya en el bus eligió la cuarta fila, bancada izquierda; tenía tendencia a ir cerca del conductor, aunque el lunes los "mejores sitios" para hablar con el conductor ya habían sido ocupados por Arcadio Suárez y Senén Álvarez.

Este último, otro desertor del coche particular, volvía a Gijón tras haber realizado unas pruebas médicas rutinarias en Avilés. Para estas cuestiones de salud solía ponerse en manos de un sobrino que trabaja en la Villa del Adelantado. Soltero y jubilado, la vida de este exgestor que tuvo despacho en la calle Donato Argüelles de Gijón transcurría plácida. Gozaba del aprecio de sus vecinos y gustaba de participar en tertulias.

A las 13.30 horas dos autobuses salen parejos de la estación avilesina: uno va para Oviedo y el que el lunes conducía Omar López, para Gijón. Circulan por la calle del Muelle, ralentizan la velocidad en la siempre concurrida calle Llano Ponte y enfilan hacia la autopista por la avenida de Gijón. Ya en carril de incorporación a la "Y", debido a las obras de construcción de los accesos al parque empresarial "Principado de Asturias", los conductores se encuentran con una señal limitadora de velocidad a 70 kilómetros por hora y decenas de conos y barreras de plástico que delimitan el borde de la calzada o carriles provisionales.

Omar López condujo el autobús a 55 kilómetros por hora en los segundos previos a las 13.40 horas. Eso dicen los datos enviados a la central de control de tráfico de Alsa por un dispositivo electrónico que a modo de chivato informa periódicamente de la velocidad de los vehículos. En segundos, suficiente para desatar una tragedia, el autobús aceleró hasta más de 80 kilómetros por hora, se salió de la vía, invadió la zona balizada, hizo volar conos y barreras y recto como una flecha se estampó contra un pilar de hormigón que lo detuvo en seco. La presunción generalizada, avalada por las pruebas recogidas en el lugar de los hechos, es que el conductor sufrió un desvanecimiento y el autobús quedó sin control.

Hubo quien lo vio venir, como Álvaro Fueyo, que volvía para Gijón tras una mañana de prácticas laborales en Avilés y tuvo la destreza de ponerse el cinturón de seguridad antes del brutal impacto. "Nací", diría más tarde a la puerta del hospital donde curaron sus heridas.

Un camionero que iba detrás del autobús accidentado, Cándido Álvarez, no daba crédito a lo que veían sus ojos. Como otros muchos conductores detuvo su vehículo y sin dudarlo acudió al rescate. También vecinos del cercano núcleo de Llaranes Viejo y trabajadores de las obras que en ese momento habían marchado a comer. Algunos describieron la escena como "lo más parecido a un atentado": cadáveres, personas moribundas, heridos, gemidos, gritos de dolor... Un infierno entre el amasijo de chatarra. Eran las 13.40, la hora en la que se detuvieron cinco relojes y se apagaron cinco vidas.

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