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NOLY ROCA OCHOA | Sobrina y ahijada del premio Nobel de Medicina Severo Ochoa

"Cuando le dieron el Nobel, creo que no éramos conscientes de la dimensión del premio"

"El galardón fue en buena parte gracias a tía Carmen, que le quería muchísimo; si por él hubiera sido, se habrían quedado para siempre en Inglaterra, en Plymouth"

Severo Ochoa, durante la entrega del Nobel.

Noly Roca Ochoa es sobrina y ahijada de Severo Ochoa, el premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1959. Para ella no era el prestigioso científico, sino un tío, tío Severo, con el que pasaba los meses de vacaciones en la casa familiar de Villar, en Luarca. En aquella casa compartían charlas, comidas y desayunos, y desde allí hacían excursiones. Noly también recibía las visitas de su tío en la casa de Oviedo, en la que vive junto a su marido, Armando Sierra Blanco, primo de una discípula de Severo Ochoa, Margarita Salas. En esta segunda entrega de las Memorias, la mujer narra el momento en el que la familia se enteró de que el menor de los hermanos Ochoa había sido galardonado con el premio Nobel.

La noticia del Nobel. "Cuando nos enteramos de que le habían dado el premio Nobel estábamos solas mi madre y yo en la casa de Villar. Subió mi tío Pepe diciendo 'Manolita, Manolita, traigo una noticia muy buena', y mamá le dijo que se alegraba porque no le gustaban las malas noticias. Entonces, Pepe le dijo que le habían dado el Nobel a Severín. Yo estaba en el jardín y me llamaron, me dijeron 'tenemos un Nobel, tenemos un Nobel'. Aquel día no hicimos nada especial. Sí que vino gente a visitarnos y ya por la tarde mamá organizó una meriendita de ésas que tanto le gustaban, con café, té y bizcochos. Nos visitaron algunas personas. Nos alegramos muchísimo del premio, pero no sé si éramos conscientes de su trascendencia. Mamá lo único que hacía era acordarse de la abuela. Buena parte del premio fue gracias a Carmen. Si fuese por él, se hubiesen quedado a vivir en Inglaterra, en Plymouth, y nunca le hubiesen dado el Nobel, pero ella le quería muchísimo, era muy buena e hizo mucho por él".

Las visitas en Oviedo. "Venía muchas tardes y se sentaba aquí conmigo, en esta casa. Le gustaba mucho ir al Reconquista. Yo estaba muy orgullosa de él y del premio Nobel, pero para mí era mi tío, un hombre muy cariñoso con toda la familia, aunque yo era la única que le reñía. En realidad, nunca digo que soy sobrina de Severo Ochoa, aunque sí que me sirvió a veces con los médicos, pero no porque yo lo dijese sino porque ellos ya lo sabían, ahora ya no. Yo estoy acostumbrada a que me reconozcan como la sobrina de Severo Ochoa, pero cuando fui a Puerto Rico no sabían quién era él. Fui a Puerto Rico porque mi madre vivió allí hasta los 7 y yo quería conocer los sitios de los que tanto me había hablado. Allí yo era la nieta de mi abuelo, también Severo Ochoa, y me sentí muy orgullosa. Él había hecho muy buenas obras en Puerto Rico, había sido presidente del Socorro Mutuo y había hecho una gran labor. La gente que le había tratado me decía que era un honor conocer a una nieta de Severo Ochoa. Me sentí muy orgullosa. Incluso en un club muy elitista, en el que era muy difícil entrar, nos dijeron a Armando y a mí que nos comprásemos un apartamento en Puerto Rico y que nos harían socios de honor".

Pasión por los coches. "Con mi tío Severo andábamos mucho por Villar. Él era la persona más sencilla del mundo y hacíamos muchas excursiones. Recuerdo que trajeron un coche, un Oldsmobile, y mamá, tío Severo y la abuela hacían muchísimas excursiones. Iban por toda Asturias y también fueron a conocer Orihuela, el sitio de donde era mi abuela. Él se llevaba muy bien con la gente de Villar, con la gente del pueblo, le querían mucho. También hacía muchas excursiones con Simón, que era el chófer de la abuela. A tío Severo le encantaban los coches, le volvían loco. Recuerdo que una vez me esperó en Villar para traerme a Oviedo, a mí me espantaba. Conducía bien, pero muy rápido. Un día nos quedamos con dos ruedas en el aire al borde de un terraplén y otro día que veníamos a Oviedo al médico con mamá y mi tía chocamos con un carro de heno en La Espina. Yo a última hora ya no me fiaba de él como conductor. En una ocasión le tocó un coche en un sorteo de El Corte Inglés y me dijo 'mira ne, este coche va solo', y yo le dije que sí, que iría solo por las autopistas alemanas, no por La Espina. Otra vez él, Simón y un amigo se pegaron un tortazo contra un tractor en la recta de Otur que casi no lo cuentan. Recorrían toda Asturias, yo creo que comieron en los restaurantes de todos los pueblos de Asturias".

Enfermo en el hospital. "Estuvo unos días ingresado en el hospital por una gripe. La habitación estaba en la zona donde aterrizaban los helicópteros, en esa zona del hospital daba mucho el sol. En aquella habitación hacía mucho calor. Yo iba a pasar todas las mañanas con él y con aquel solazo me decía que le quitase el camisón que te ponen en los hospitales. Tío Severo durmió desnudo toda su vida y por eso quería que le quitase el pijama. En esa ocasión también me pidió que le pusiese unas toallitas húmedas en la frente. Conseguí las toallitas y llegó la enfermera preguntado que para qué hacía aquello. Él le explicó que estaba haciendo lo que me había enseñado mamá y que era lo que mejor le había sentado de todo lo que le habían hecho esos días en el hospital. También llegaron dos médicas, dos chicas, y le preguntaron qué quería comer. Les dijo que me preguntasen a mí y nos dijeron que le iban a traer un caldito y unas verduras, que no le gustaban nada. Al final no recuerdo qué restaurante de Oviedo le llevaba la comida al hospital. Esto también lo hizo otra vez que estuvo ingresado en Nueva York, pedía que le llevasen la comida de un restaurante. Le gustaba mucho la comida, le encantaban el marisco, las sardinas, el arroz y se moría por un filete con patatas".

Los desayunos en Villar. "En Villar teníamos servicio y nos preparaban el desayuno. Había unas jarras termo con café con leche, había bizcocho y nos hacían tostadas. Cada uno desayunaba cuando se levantaba. Armando y yo siempre coincidíamos con Severo y Carmen. Mi marido y yo nos reíamos por la cantidad de pastillinas de colores que tomaban, y ahora somos nosotros los que las tomamos".

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