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La ambición del faraón

El deseo ardiente de poder y afines quedó confirmado en la carrera de Areces, un gran inaugurador de obras

La ambición del faraón

No parecería que un chaval de 16 años que daba clases en una academia popular dirigida por un anarquista a finales de los franquistas años cincuenta pudiera tener ambición. Pero sí. Ambicionaba una sociedad mejor. Tres años después, cuando Vicente Álvarez Areces entró en el Partido Comunista, confirmó que su ambición era derribar el régimen de Franco. Que no lo lograra no quita un ápice a ese rasgo, confirmado por los años de los años de una carrera política que acabó ayer un reventón arterial en el cerebro.

El matemático Tini Areces fue un matemático que tuvo siempre en la cabeza el principio de Arquímedes y midió su volumen político por la cantidad de agua que desplazaba. Y siempre fue muy voluminoso. En la democracia, dentro del Partido Comunista, no logró desplazar a Gerardo Iglesias, pero dejó el suelo perdido después del congreso de Perlora.

En 1982, cuando el PSOE se hizo con España con ocho millones de votos, reapareció en la política atraído por Obdulio Fernández, entonces delegado del Gobierno, en Educación. Al poco, estaba en Madrid.

Su siguiente inmersión en la bañera política desplazó a José Manuel Palacio, un bancario socialista y tristón que dirigía un Gijón en llamas por el paro y la reconversión industrial. La alternativa Areces era oronda, sonriente e ilusionante y los socialistas gijoneses le eligieron para alcalde Prozac. Desplazó a Palacio y los suyos del PSOE y salió elegido alcalde.

Tini era pura fluoxetina, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina, que llevó a Gijón de la depresión a lo que hoy conocemos, dos alcaldesas después. El Gijón que apagó los neumáticos ardientes escanciando cataratas de sidra, el de la autoestima por los cielos y el aumentativo generalizado, el que sale a pasear todas las tardes para ver lo guapo que es, es un invento de Areces que lo musicó en macroconciertos y le arregló, como alcalde, la fachada litoral que le estropeó como presidente del Principado con la ampliación del Musel.

En la bañera del PSOE, donde era un recién llegado y un comunista, tropezó con José Ángel Fernández Villa, secretario general del SOMA-UGT, que le plantó cara y le obligó a acantonarse en Gijón. Así fue hasta que los socialistas perdieron Asturias por "el Petromocho" y por Marqués y España por la corrupción y Aznar y los dos personajes, que no se conocían, se acercaron y se repartieron el mapa de otra manera.

Llegó a presidente del Principado desplazando en parte a Villa y se coronó faraón engordando su gusto por las grandes obras en los años de cemento. Como alcalde hizo un campus frente a la Universidad Laboral y como presidente revitalizó la Laboral porque algo había que hacer con el conjunto universitario. También se empeñó en que el Musel fuera un superpuerto para infratráficos con sobrecostes por el mucho hormigón que ahogó Masaveu. En Oviedo dejó el HUCA de paquete y en Avilés el Niemeyer para inaugurar la crisis.

Areces era un político incansable. Se sospecha que no era otra cosa y, si lo era, quizá sólo lo conozca su familia. Entrevistarlo era un coñazo porque aplicaba a muerte un uso leninista de los medios de comunicación y su capacidad de autobombo era infinita, en la palabra, pronunciada con fuelle para el discurso largo, y con timbre para puerta de caserón.

Igual ocurría con las imágenes. Habitaba cuantas fotos podía como un sastre inaugurador. Y con la presencia. Se sentó a cuantas mesas pudo, rodeado de mujeres porque sabía dónde estaba la hinchada. En situarse junto al famoso igualó a Ander Azcárate, el cazador de autógrafos, en una trayectoria que empezó con PIT (II) en la Serrana Negra de Gijón y terminó con Brad Pitt en la cáscara blanca del Niemeyer.

La música de su discurso era "techno", una jerga de "implementaciones" que era conocida como el "tinés", mucho menos bonito, inteligible y entrañable que el asturiano, por el que tenía tan poco aprecio.

La cara visible de Vicente Areces tenía una anchura lunar y un color solar. Sin demasiada gimnasia facial podía sonreír, la actitud favorita en su inagotable carrera electoral, o ponerse muy serio en defensa propia, como las últimas imágenes que tenemos de él en una comisión de investigación.

Los chinos acaban de llegar a la cara oculta de la luna y han logrado un brote de algodón. Los rivales políticos de Tini no acaban de conseguir que brote casi nada en su cara oculta.

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