Myriam MANCISIDOR

«Tengo sida, pero soy feliz». Carmen es el nombre ficticio de una avilesina que ahora reside en Alicante y sufre sida, una enfermedad que surgió en la década de los ochenta sin libro de instrucciones. Carmen cruzó la puerta del Hospital Universitario Central de Asturias hace ahora 22 años, más de la mitad de su vida. Freddie Mercury, el que puso voz a «We are the champions», con el rostro devastado, alertaba por entonces de una enfermedad que no entendía de clases ni condición social: el VIH (virus de inmunodeficiencia humana).

Carmen se contagió de sida por ignorancia. «Tenía veinte años, no sabía cómo protegerme, ésa es la realidad», afirma esta avilesina, que prefiere no entrar en detalles de cómo contrajo sida, una enfermedad que cada año mata a alrededor de 3 millones de personas y se transmite por tres vías: sexual, sanguínea y de madre a hijo. «Cuando decimos que tenemos sida, todo el mundo busca un pasado oscuro, un rol de juventud», afirma, y añade: «No quiero pena, ni compasión».

El sida se tradujo en ganglios en el caso de Carmen. Entonces su historia giró 180 grados. «Me hicieron pruebas de todo tipo y los médicos no daban con mi enfermedad. Un amigo tenía sida y pregunté a los especialistas si tal vez ésa era la causa de mis dolencias. Otra vez me sometí a exámenes y, efectivamente, me diagnosticaron sida», explica. Carmen se quedó de piedra, sin respuestas. Al salir de la consulta, su mundo carecía de porvenir.

«Tuve miedo y empecé a ver un futuro corto. Dejé de plantearme la posibilidad de estudiar o buscar un trabajo. ¿Para qué iba a hacerlo, si me iba a morir pronto?», dice Carmen. Contrario a lo que creía, esta avilesina está a punto de cumplir 43 años. Y rebosa vida. «Te das cuenta de que es un enfermedad crónica. Tomo seis pastillas al día -mañana, tarde y noche- y sigo un tratamiento aparte. Pero se me ve bien», destaca.

A Carmen le transmitieron el sida en una época en la que algunos bolígrafos tenían grabados mensajes que ya forman parte del recuerdo. Decían: «Si tienes sida, no tengas hijos». A ella le hicieron un legrado y la obligaron a pasar por el quirófano para someterse a una ligadura de trompas. Ya no puede ser madre.

Durante años, vivió la enfermedad en solitario. «Era una carga muy dura y tuve que contárselo a mi familia y a mis amigos. Me di cuenta de que sufría una enfermedad, no era una asesina», subraya. Aun así, Carmen no predica a los cuatro vientos que sufre sida. Prefiere salir de espaldas en la fotografía que acompaña a este reportaje y afirma que sus vecinos en Alicante desconocen que sufre VIH. En Avilés conserva a sus amigos. «Allí viví el principio de mi enfermedad. El sida me lo diagnosticaron en Oviedo, pero luego acudía a revisiones al Hospital San Agustín», asegura esta mujer que se casó con un avilesino con el que convivió catorce años.

Las recetas médicas de los enfermos de sida se marcaban por aquel tiempo con un punto rojo. Carmen luchó junto a algunos colectivos contra el sida para que se eliminaran. Siempre reivindicó sus derechos y los de otros afectados por el sida. Hace pocos días, reclamó al Inem (servicio público de empleo) que no pida el dictamen médico a la hora de inscribirse en el paro. «Hay días en los que siento rabia, miedo al rechazo. En ocasiones, me siento cansada, agotada, y en pleno siglo XXI tengo respuesta para callar muchas voces; no se puede permitir que aún se discrimine a los enfermos de sida», sentencia.

Carmen es consciente de la gravedad de su enfermedad, pero cada 1 diciembre -«Día mundial contra el sida»- recibe una dosis extra de alegría. «Felicito a las asociaciones que trabajan y luchan por nuestro bienestar y tengo un recuerdo especial para la gente que ya no está», afirma. También le satisface que cada primero de diciembre se «remuevan conciencias». «Parece que el sida ya no existe, y hay muchos chavalillos que no se protegen a la hora de mantener relaciones sexuales, como si estuviéramos hablando de una cosa del pasado. El sida está ahí», concluye esta superviviente del VIH.

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