Juan C. GALÁN

La tarde cae sobre Llaranes. Durante todo el día, el sol y las nubes han luchado a brazo partido. Firman tablas. Pergeñan una luz ocre sobre los tejados cenicientos del barrio. La plaza mayor despide los ecos de la actividad diaria. Se oye, en el vacío, el frenesí de los juegos infantiles, como psicofonías. La tierra descansa. Disminuye sus revoluciones y la noche se extiende lentamente. El chasquido de las persianas al bajar. El canto de los pájaros, amplificado ahora que todo lo demás está en silencio. El viento, que mece los árboles.

En el horizonte, la figura de un gigante que pierde pie. La fábrica. La Ensidesa (nadie en el barrio llama Arcelor Mittal al entramado de chimeneas y conductos). Sus humos, que cubrían Avilés hasta borrarla de la vista fueron curiosamente el pulmón de Llaranes. La Ensidesa, que convirtió a la ciudad en una de las más contaminadas de Europa, daba a los habitantes del barrio una bocanada de aire fresco a diario. De los 15.000 habitantes que llegó a tener el poblado en su época de esplendor, la gran mayoría comía de la fábrica. Alguno, incluso, vivía en la fábrica. Hoy, Llaranes alcanza poco más de 6.000 habitantes. «Muy pocos, casi ninguno, vive de Arcelor», señala Gabriel Alzola, presidente de la Asociación de Vecinos «Santa Bárbara». La reconversión industrial ha reconvertido también la realidad del populoso barrio avilesino, que busca una nueva identidad para taponar cualquier camino a la decadencia.

La ubicación de Ensidesa en las inmediaciones de Avilés forzó la construcción de, no ya un barrio, sino una zona residencial que acogiera a los trabajadores. Los promotores del proyecto vieron en una zona rural, con casas y huertos desperdigados, el lugar ideal para erigir su tierra de promisión particular. Hasta allí llegaron miles de personas, desde diversos puntos de la geografía española, en busca de un futuro.

Llaranes se diseñó como un área residencial, casi una urbanización privada, lo que fortaleció los lazos de sus habitantes. Con el tiempo, se convirtió en una ciudad en toda regla, un postizo de Avilés. Los grupos de empresa dinamizaban a los vecinos, que encontraban un referente para cualquier iniciativa. Incluso deportivamente Llaranes superó a Avilés. Merced a la fuerte inyección económica de la empresa, el Ensidesa llegó a Segunda División. El campo de Santa Bárbara, hoy Muro de Zaro, era un hervidero.

El desmantelamiento de la fábrica ha provocado un efecto dominó cuyo movimiento final es aún impredecible. Los hijos y los nietos de los primeros pobladores han decidido mudarse, en su mayoría al centro de Avilés, en busca de un porvenir que Llaranes no ofrece. A excepción de algún establecimiento hostelero o de contados supermercados, el barrio carece de comercios. Muchos de los que han abandonado Llaranes se han llevado consigo a sus mayores. Así, el barrio de Llaranes es hoy un conglomerado de jubilados de Ensidesa, poca gente joven y una incipiente población de inmigrantes.

Todos y cada uno de los habitantes del barrio recuerdan con exactitud el año en el que se asentaron en Llaranes. No en vano, fue un momento crucial en sus vidas. Un punto de inflexión. Son los casos de Isabel Álvarez y Mari Paz Pérez. Entre las dos llevan viviendo en Llaranes 63 años: 26 la primera, 37 la segunda. Ambas caminan por las inmediaciones de la plaza mayor, desiertas en el crepúsculo. Pasean su mirada en torno a ellas. «A la vista están las diferencias entre lo que hay ahora y lo que había cuando la Ensidesa estaba a tope», comenta Mari Paz Álvarez, con sus ojos clavados en la plaza mayor, solitaria. «Ahora, Llaranes es un barrio de jubilados. A este paso, nos vamos a convertir en una atracción turística», añade la vecina de Llaranes, con un soniquete agridulce.

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