A veces tengo la sensación de que vivimos de milagro. Recibimos mensajes heredados que asumimos como verdades absolutas para descubrir tiempo después que eran una falacia. Mi padre, sin ir más lejos, se pasó años sin probar una sardina porque los médicos le aseguraron que el pescado azul era perjudicial para el colesterol, y ahora no sólo no se considera dañino, sino que se recomienda su consumo para las enfermedades cardiovasculares. Vivimos de milagro, como conejillos de Indias en un mundo de mensajes contradictorios. Hace un par de semanas, mientras asistía con mis alumnos a un taller de primeros auxilios, comprobaba que, efectivamente, hemos crecido creyendo mitos y siguiendo consejos con fecha de caducidad. Mi generación, sin ir más lejos, lució con complacencia las rodillas cubiertas de mercromina, aunque parece que en la actualidad ésta se considera un pésimo antiséptico. Tampoco es cierto que la pasta de dientes cure las quemaduras, como no es verdad que si te arrancas una cana te salgan más, ni que la leche y la naranja sean incompatibles en el estómago, ni es cierto que la fruta consumida como postre o el agua engorden más durante las comidas ni que las agujetas desaparezcan tomando un vaso de agua con azúcar.

Nada permanece inalterable porque la experiencia se empeña en demostrar que las verdades absolutas ya no existen. Hoy todo esto son disfraces, falsos mitos, como también lo son otras cuestiones más serias que parecían regir el mundo y que ahora se desmoronan ante nuestros ojos. Lo que durante años creímos como una gran verdad ha perdido validez, porque ya no es cierto que el que estudia podrá en un futuro conseguir un buen trabajo, porque estudiar no es garantía de nada. Ya no. Hoy los que estudian una carrera y hablan idiomas son becarios que cobran a duras penas. Somos testigos del absurdo: para dirigir un país, una comunidad autónoma, un ayuntamiento, no se pide ningún requisito académico, pero para acceder a un trabajo precario se necesita un currículum bien nutrido de estudios universitarios, másteres e idiomas que el candidato jamás utilizará en ese puesto.

No es fácil transmitir en el aula la necesidad de estudiar por un buen futuro. No es fácil convencer a nuestros alumnos de que el esfuerzo que les pedimos tendrá recompensa. Los medios de comunicación nos muestran a políticos corruptos, nos hacen ver que ellos mismos se suben el sueldo mientras las reformas laborales endurecen las condiciones del resto. Hoy se manda al paro a ingenieros, abogados, médicos... y se encumbra y enriquece a analfabetos que copan todos los programas de televisión aireando su vida privada o inventándose la que no tienen, porque el esfuerzo, a día de hoy, ya no es un valor en alza.