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Carta a los Reyes Magos

Una misiva a la esperanza y a la inocencia

El Rey Gaspar, ayer, en Avilés. Ricardo Solís

Queridos Magos de Oriente: en esta carta llena de amor hacia la humanidad, escrita con el amor más profundo de mi alma, os ruego que nunca jamás faltéis a vuestra cita anual de entusiasmo compartido para que los niños sigan siendo niños, los mayores sueñen y los ancianos vean la vida un poco mejor. Allí donde hay esperanza brota la semilla de una nueva vida, la inocencia es el aroma de la eterna juventud, la chispa divina de una ilusión constante e ilimitada. Cuando los niños son niños el mundo va bien, las guerras se detienen, el hambre desaparece, las estrellas lucen en el cielo y los corazones rebosan fe y entusiasmo; cuando dejamos de ser niños el corazón se pone a llorar, la sonrisa se esfuma del rostro, caen las ilusiones y empezamos a morir lentamente, poco a poco, como si fuera lo más normal del mundo. Gracias a vosotros sigo siendo el mismo que cuando nací: mi ilusión me lleva hacia los altos andamios de la alegría, me transporta a pensar bien de todo y de todos. A pesar de ver lo que veo sigo creyendo en el ser divino que yace dentro de cada uno de nosotros, en el hombre que se supera a sí mismo, en la bondad humana como causa necesaria y suficiente para lograr un universo rebosante de luz. Todas las mañanas cuando me levanto os recuerdo emocionado porque en vuestra silenciosa compañía tengo fuerzas especiales para seguir adelante, mis ideas creativas y de añoranza hacia un destino mejor se multiplican por doquier, encuentro en mi alma las energías invisibles que me empujan a dar todo lo que soy y me instan a dejar este mundo un poco mejor de lo que lo encontré. Os pido fantasía para ver el lado secreto de las cosas, felicidad para que quienes no creen en ella conozcan el camino hacia la dicha, amor para construir entre todos un mundo mucho mejor, más humano, más sereno, donde las envidias no tengan cabida y los más nobles sentimientos depositen su mejor cosecha en el nido de nuestros corazones, fe para que los más tristes y desamparados del planeta puedan mover todos los obstáculos que la vida les pone y magia, mucha magia, para creer en lo fantástico e imposible y fuerza para elevar los ojos al cielo cuando las circunstancias no se ponen de nuestro lado. ¡Qué maravilloso es vivir cuando el espíritu está contento, late en todas direcciones, el amor triunfa y los vientos desapacibles han dejado de susurrar sus melodías preferidas!

Sin amor no somos nada, sin el misterio de lo invisible nuestras vidas son como los ríos que van a morir en la mar de la perdición. Llevamos en lo más hondo de nuestras entrañas la semilla todopoderosa de la divinidad, el poder de convertir en real todo lo imaginado, el sueño único de volar hacia los elevados ideales que hemos olvidado. Me gustaría que los hombres no perdieran la humanidad que en otras épocas les catapultó hacia lo más noble de sí mismos. No nos dejéis seguir como hasta ahora. Si no cambiamos la mente vamos muy mal, las posibilidades de prosperar se reducen hasta el ostracismo; el excesivo progreso técnico y el desarrollo informático que tantos alaban sin profundizar va en contra del progreso espiritual del ser humano cuando le convierten en un mero apéndice o subproducto de sí mismo: cuando el hombre depende de las máquinas, las máquinas se adueñan del hombre. No permitáis que la necedad y tontería universal lleguen a ser un dogma de obligado cumplimiento, no toleréis que los niños no sueñen con los juguetes de ser felices, los adultos olviden el corazón que tienen y los ancianos no contemplen la vida superior que les espera más allá de esta vida. ¡Qué triste es vivir sin soñar, amar, jugar y sonreír! Sólo la virtud nos hace mejores, sólo el amor nos convierte en seres superiores, sólo la inclinación hacia el bien y la belleza va a impedir que la humanidad vaya al desastre y que los hombres se salven de verdad. Gracias a vosotros nunca he perdido el contacto con el niño que soy ni con el ángel que llevo dentro: esta es mi mayor riqueza porque sin ilusión el día a día se vuelve insoportable, se transforma en una tortura sistemática, en un jungla de asfalto no deseada. En estos tiempos de oscuridad y renuncia voluntaria a los más indeclinables derechos y libertades de siempre se considera normal que muchos hablen todo el tiempo de dinero, poder y ambiciones ciegas como si fuera de esas negras convenciones no mereciera la pena vivir. Qué equivocados están: la humildad es más fuerte que la soberbia y la sencillez es más difícil de lograr que la atracción hacia la apariencia y los decorados superficiales. Mientras haya un niño que pase hambre no tenemos derecho a hablar.

Hacer despertar al hombre de la ignorancia, de su patológica inclinación hacia lo material, esa tendencia suya crasa y maloliente que experimenta hacia la adoración del becerro de oro. ¿De qué sirve ser esclavo de las cosas si dejamos de ser personas? ¿Qué utilidad tiene o reporta lo que tenemos si en nada nos sirve para crecer hacia Dios y el paraíso? Sólo vuestra magia de oriente puede transformar la mente del hombre moderno y poner una gota de sentido común allí donde abunda el egoísmo y florece el olvido de lo eterno. La verdadera crisis no consiste en lo que nos dicen que pasa sino en lo que ocurre dentro de nuestro corazón y nos empeñamos en negar, mirando hacia otro lado. Cuanto más nos separemos en la luz más oscura veremos la realidad: los grandes triunfos sólo ocurren dentro de uno mismo. La magia de la infancia crea, todo lo consigue, nada es imposible para ella. Para ser niño es necesario creer en el cielo, en los ángeles, en los seres queridos con hechos favorables y tangibles hacia ellos, en la vida y, sobre todo, en uno mismo. Todos los que lloran sus pérdidas y ganancias son incapaces de derramar una sola lágrima por un viejo abandonado o por alguien necesitado que pasa a su lado. Hasta que no ganemos en humanidad, amor y compasión hacia el prójimo seguiremos huérfanos de poseer la llave que abre las puertas de lo bueno y lo mejor.

Sin vosotros no habría ilusiones, los niños seguirían obsesionados con las nuevas tecnologías que les impiden jugar como lo que son y a lo que más desean. La marcha consumista y hedonista del mundo os necesita urgentemente para evitar la ceguera espiritual del hombre. Mientras haya un sólo niño que sueñe el mundo estará a salvo. ¡Que Dios os bendiga, majestades de Oriente!

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