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JUANJO RODRÍGUEZ DEL BARRIO | MÉDICO Y DENTISTA, SE JUBILA TRAS 40 AÑOS DE CARRERA EN LA CIUDAD

El dentista que siempre fue médico

Alumno del San Luis, estudió Medicina en Oviedo y recaló en Avilés tras pasar por Tineo, las cuencas mineras y Villaviciosa

Juanjo Rodríguez del Barrio. J. RUS

La aparente seriedad de Juanjo Rodríguez del Barrio se esfuma en las distancias cortas. "Vivo de dentista porque no podía vivir de humorista", bromea este praviano afincado en Avilés desde hace cuarenta años. Por su consulta sabuguera han pasado en las últimas cuatro décadas miles de pacientes para los que Juanjo no tiene más que palabras de agradecimiento. Ellos destacan del facultativo su perfeccionismo, profesionalidad y empatía y lamentan que su dentista "de toda la vida" cuelgue definitivamente la bata. El dentista del número 11 de Carreño Miranda acaba de dar el paso a la jubilación.

Rodríguez del Barrio nació en Loro (Pravia) en diciembre de 1953. Hijo único de Arsenio y Purita, su infancia está ligada al bar tienda familiar, esos establecimientos de pueblo en extinción en los que "se fiaba" y había de todo: legumbres a granel, tabaco, periódicos y hasta medicamentos. "Recuerdo cuando llegaron los primeros calderos de plástico. La gente tenía miedo a echarles agua caliente por si se derretían", rememora. El negocio familiar era también un centro de ocio: "En la zona solo había tres sitios donde se veía bien la tele. Así que muchísima gente iba a mi casa a ver los partidos, los toros en nuestra Telefunken".

Al pequeño Juanjo le "marcó muchísimo" el viaje que hizo a Madrid en 1964. Tenía diez años. "Teníamos un primo (de origen estadounidense) destinado en la barre de Torrejón de Ardoz que era piloto. Imagínate un niño de pueblo viviendo diez días en plan americano, entre aviones de guerra, comidas en plan bufet en la base, ascensores enormes. También fuimos al palacio de El Pardo a una cena por conexiones de un familiar. Vi que había más mundo y que para verlo había que estudiar, salir del pueblo", relata.

Fue de los internos del Colegio San Luis de Pravia, "en la época dura", con una formación que define como "casi militar": misa diaria a las siete de la mañana, ducha en agua fría, el "ángelus" al sentarse a la mesa, confesión, ejercicios espirituales, "corrección física", asistencia obligatoria los domingos al fútbol, un deporte que desde entonces odia.

Buen estudiante, al adolescente Juanjo le atraían las materias de ciencias pero siempre que no tuviesen mucha matemática. Se acabó decantando por Medicina en la Universidad de Oviedo. Se mudó a la residencia universitaria de la plaza de América, "junto a las oficinas de Hunosa, donde había altercados continuamente, desórdenes públicos y presencia constante de 'los grises'". Recuerda con añoranza aquellos tiempos universitarios, una época feliz que se vio truncada por un "golpe brutal". Corría el mes de marzo de 1975: "Mi padre se murió delante de mí de un infarto fulminante a los 53 años. Yo estaba en cuarto de Medicina y me convertí en el cabeza de familia, con todas las papeletas para abandonar la carrera. Mi madre siguió con el negocio y yo no volví a Oviedo, más que a los exámenes y poco más. Ya no tuve el mismo rendimiento. Aún así, la saqué año por año. La muerte de mi padre me hizo comprender desde muy joven la interinidad de la vida".

Su primer destino profesional fue Tineo, cubriendo una sustitución como médico de asistencia pública domiciliaria que incluía desempeñar también funciones de forense. A los 15 días de su llegada asistió su primer parto y en los meses tinetenses también acudió a varios suicidios, entre ellos un envenenamiento en un pajar. "Guardo buenos recuerdos, lo peor era el aislamiento. Había un teléfono por parroquia, era dificilísimo hacer llegar las medicinas a los pacientes, había zonas a las que solo se podía ir a caballo", prosigue.

Después pasó varios meses en las cuencas mineras (en la zona del Pozo Monsacro, donde convivió con la "enorme problemática laboral"), una especie de puente a la plaza que obtuvo en Villaviciosa, donde residió en la Casa de Socorro. Compatibilizó su labor médica con la Escuela de Estomatología, que echaba a andar entonces en Oviedo. "Entramos diecisiete y fue complicado compatibilizar el trabajo con la especialidad", dice.

Ya como médico estomatólogo, decidió abrir clínica en Avilés (principalmente por cercanía a su Pravia natal). Eligió en sexto piso del número 11 de la calle Carreño Miranda, en pleno Sabugo. Éxito rotundo. Le desbordó el trabajo. "De aquellas te daba vergüenza decir que eras dentista. Se relacionaba con dolor, con sufrimiento, como si fueras un verdugo. Pero los de nuestra época ya sabíamos controlar el dolor. Fue cambiando el concepto y dejó de ser un sacrificio ir al dentista", explica.

En aquellos inicios "la prevención, la revisión y la puntualidad no existían". "Era una asistencia a demanda. Como cuando se te pincha una rueda y vas a que te la arreglen. Si acudes al dentista cundo ya tienes un problema en la boca, mal. Resulta más caro y difícil de solucionar. Y la gente hacía cola en las consultas, hasta que le tocara el turno. Empezamos a dar cita y los pacientes no lo entendían", prosigue. Rodríguez del Barrio incide en que "la boca no son solo los dientes". "Es también la lengua, las glándulas salivales, la articulación temporomandibular, los huesos. La boca tiene más cosas que dientes y de más trascendencia. Un lesión en las partes blandas sin causa aparente que no pasa en tres semanas es de consulta obligada y requiere como mínimo una biopsia", advierte.

Lamenta que "no son buenos tiempos" para su profesión porque "se está mercantilizando con las franquicias". "Estoy cansado de ver sobretratamientos. Es una pena que se haya perdido el ser médico. Me retiro como dentista, pero siempre fui médico", se despide.

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