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V Centenario de Pedro Menéndez de Avilés

Crónica del último "viaje" del Adelantado

Elías Meana, que iba en el barco que llevó a Estados Unidos la estatua de Pedro Menéndez donada a San Agustín, evoca aquella azarosa travesía

El barco "Liana", atracado en un muelle neoyorquino.

Un barco carguero de nombre "Liana" tripulado por un buen número de avilesinos, un cargamento de espato flúor de la mina asturiana de Villabona que llevar a Nueva York, una previsión meteorológica que hacía presagiar una travesía plácida.. y en la bodega del buque, un viajero de excepción: Pedro Menéndez de Avilés en formato broncíneo, la escultura del Adelantado de la Florida que Avilés donaba a la ciudad hermana de San Agustín, en Estados Unidos. Estos son los ingredientes de un viaje no exento de épica, como casi todos los que protagonizó el marino del que Avilés celebra este año el V Centenario de su nacimiento. Un protagonista de aquella travesía, el radiotelegrafista del "Liana", el salmantino Elías Meanas, evoca en declaraciones a este diario cómo fue aquel traslado desde Avilés a Nueva York de la efigie del hombre que fundó San Agustín de la Florida en septiembre de 1565. Corría el año 1969...

"Por aquel entonces, yo estaba enrolado en el 'Liana', barco del que guardo los mejores recuerdos de mi época de marino. No era un barco grande (medía 90 metros de eslora y desplazaba unas 3.500 toneladas), pero era moderno y confortable para la época; y lo mejor de todo: era como un segundo hogar para los 27 hombres -la mayoría asturianos- que componíamos su tripulación. A la sazón, andábamos fletados por Ensidesa, sita en Avilés, puerto del que partíamos hacia las acerías del norte de Europa cargados con grandes piezas de acero en bruto para su laminación en frío ('tochos' de 10 toneladas), regresando con los que habíamos dejado en el viaje anterior ya convertidos en bobinas del mismo peso; una carga que, dicho sea de paso, era de lo más puñetera, pues por muy bien trincadas que estuvieran siempre se corría el riesgo de que alguna se soltase, algo que, aunque no frecuente, ocurría de cuando en cuando. ¿Se imaginan una de esas bobinas saltando en la bodega en medio de un temporal?"

Y en ésas andaba la tripulación del "Liana" cuando, al regreso de uno de aquellos viajes al mar del Norte , le comunicaron al capitán, José Urrutia, que el próximo viaje sería a los Estados Unidos, cargados con espato flúor. "El mineral tenía como destino el puerto de Nueva York y la vuelta la haríamos cargados con el primer tren de laminado en frío que se instalaría en España, una maquinaria enorme que nos esperaba desmontada en los puertos de Filadelfia y Baltimore", relata Meana.

"Aquel día -¡qué casualidad!- era el 15 de febrero de 1969, fecha en la que se conmemoraba el 450º. aniversario del nacimiento de Pedro Menéndez de Avilés. Estábamos atracados al muelle de su pueblo natal y la tripulación del 'Liana' iba a tener el honor de transportar la estatua que había ofrecido Avilés a la ciudad de San Agustín con motivo del cuarto centenario de su establecimiento, celebración que, cuatro años atrás, habían compartido ambos municipios a una y otra orilla del Atlántico", cuenta el exradiotelegrafista.

La estatua en cuestión, destinada a presidir el frontal del Ayuntamiento de San Agustín, era una réplica de la que se alza en el parque del Muelle de Avilés, y para poder modelarla con toda exactitud había sido necesario trasladar la original a la fundición madrileña en la que había sido fabricada en 1917 la original, de unos 400 kilos de peso.

Retoma la historia Meana: "Al costado del barco llegó en un camión cuando quedaba muy poco para dar por terminada la carga. Venía embalada dentro de una enorme y robusta caja de madera, y tal como vino la depositamos tumbada en el centro de la segunda bodega sobre el espato flúor que ya casi la llenaba, cubriéndola después con el que restaba por cargar, con lo que quedó enterrada bajo algo más de un metro de mineral. El 24 de febrero partimos rumbo a Nueva York; el tiempo no era ni bueno ni malo y así continuó hasta que, estando a unas 800 millas del destino, recibimos por radio el aviso urgente de que un ciclón tropical se interponía en nuestra ruta con vientos sostenidos de 80 nudos. Por si esto fuera poco tuvimos una avería en la sala de máquinas que obligó, por precaución, a ralentizar nuestra marcha a una velocidad de solo 6 nudos. La navegación hasta llegar a puerto fue una auténtica zurra, sometidos a la fuerza del viento y tensos por lo que el temporal pudiera depararnos. Pero, al final, llegamos sanos y salvos... también la estatua".

En los muelles neoyorquinos de Brooklyn esperaba al barco una delegación de San Agustín agobiada por el retraso y la tensión vivida en los días previos, pendientes del parte meteorológico y de la lucha del "Liana" contra los elementos. Querían llevarse la estatua, y pronto. El capitán del barco ganó unas horas alegando que anochecía, que al día siguiente bajarían el bulto a tierra. "Una delegación oficial a pie de muelle y Pedro Menéndez enterrado bajo toneladas de espato flúor en la bodega... A nosotros nadie nos había dicho que habría tanta institucionalidad. Lo que hicimos fue izar la caja de noche con una grúa, quitarle el polvo, dejarla lo más digna posible y depositarla en cubierta para tratar de que la entrega tuviera la mayor dignidad posible", explica Elías Meana. Y así fue cómo Pedro Menéndez culminó su último "viaje" a tierras americanas.

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