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La Colosal pasa el testigo

Javier Rodríguez traspasa el negocio familiar, que mantendrá su esencia, y se dedicará al sector de la automoción: "Me enorgullece que el comercio siga adelante"

Javier Rodríguez Suárez y Juan Carlos Requejo, en el interior de la tienda. MARA VILLAMUZA

La clientela de La Colosal, el establecimiento de ultramarinos con más solera de Avilés y el gran superviviente del comercio tradicional avilesino, compra estos días apenada. "Liquidación total por cambio de gerencia a partir del 21 de septiembre", avisa un cartel en la puerta de la tienda de la calle San Francisco. "Los voy a echar de menos, son muy buena gente. Hasta me enfadé con ellos cuando me dijeron que se iban", lamenta bolsa en mano María Aurora Barros Villa, "Mayoya". Su tendero Javier Rodríguez ha encontrado a quien traspasar finalmente el negocio familiar tras casi un año de búsqueda. Cansado, sin vacaciones desde hace ocho años, cambia de vida en plena crisis del coronavirus. Da el testigo del negocio familiar con cierta nostalgia, pero pueden más las ganas de disfrutar de la vida. "No es que la tienda no fuera rentable, es que sacrifiqué por ella mi vida personal. Tengo nostalgia por el tiempo pasado, pero me ha condicionado la vida. De pena no se vive. Me enorgullece que siga adelante", sostiene Rodríguez.

Y es que el establecimiento, ya nonagenario, mantendrá las puertas abiertas y su encanto original. De milagro. "Antes de la pandemia ya teníamos el traspaso cerrado. La tienda iba a transformarse en un negocio de hostelería. Con la irrupción del coronavirus, y todo lo que supuso para el sector, el tema quedó paralizado y (el inversor) se echó para atrás", cuenta el último de la saga de La Colosal. Fue un comerciante amigo quien puso en contacto a Javier con quien heredará el negocio de ultramarinos que fundó a principios del pasado siglo el sombrerero cubano Florentino García y que a principios de los cincuenta pasó a manos del avilesino de Valliniello Marcelino Rodríguez, padre de Javier. El leonés Juan Carlos Requejo, afincado en Asturias desde hace 22 años, mantendrá abierta la tienda de San Francisco junto a otros dos socios.

La Colosal fue el primer establecimiento de la ciudad en vender productos de dietética y delicatessen de Avilés, y los artículos gourmet tendrán un papel destacado con el cambio de manos, pero manteniendo la esencia de los ultramarinos de antaño. Requejo Gallego pretende que la clientela de siempre apenas note el traspaso y ofrecer "algo más" para atraer también a otra nueva. "El negocio estará solo dos o tres días cerrado en octubre, el tiempo justo para colocar la mercancía. Tras la campaña de Navidad cerraremos para hacer una pequeña reforma, pero el espíritu del local se va a mantener. Seguirá la parte de ultramarinos, pero con más productos, y queremos habilitar en la parte de atrás una zona para celebrar catas de quesos y vinos. Buscamos diferenciarnos. También habrá venta online y mantendremos el reparto a domicilio", explica el inversor, con negocio de hostelería en la calleja de los Cuernos.

Un arquitecto trabaja en el plan de reforma, pero el objetivo es mantener prácticamente tal cual está La Colosal. La remodelación será mínima y habrá dos personas tras el mostrador. Quien ya no estará es Javier Rodríguez, el menor de siete hermanos y el único que no vino al mundo en la popular tienda (la parte trasera estaba habilitada antiguamente como vivienda). Porque La Colosal era también un hogar y fue la vida del patriarca, Marcelino Rodríguez, quien empezó a trabajar con 14 años en la tienda de ultramarinos que primero ocupó la Ferretería Prada.

Javier Rodríguez cambia el mostrador por el sector de la automoción, en el que ya había hecho sus pinitos antes de que los suyos lo reclamaran para La Colosal. Las motos son una de sus pasiones desde que se subió a una a los 19 años. "Un amigo me animó a unirme a su negocio aquí en Avilés, una tienda taller", explica ilusionado. Se va, además, en un momento álgido. "Desde que estalló la crisis del coronavirus, cuadruplicamos las ventas", sostiene.

Para el recuerdo quedará aquellas navidades de locura en La Colosal, cuando el niño Javier forraba de cartón las cestas de metal donde aún hoy se exponen hortalizas y que en aquellas vorágines de antaño le servían de cuna para descansar un rato antes de seguir la faena. Aquellos tiempos en que la calle San Francisco se llenaba de basura solo con las cajas que salían del establecimiento. O aquel día, ya más reciente, en que una mujer se plantó en la tienda "en pelota picada" y su hermana consiguió vestirla con ropa vieja que encontró en el almacén.

"Tengo que bajar a la tienda, todavía tengo que hacer unas cosas", dijo a los suyos el patriarca el mismo día de su muerte, en 1995. Siempre quiso que La Colosal no muriera y su hijo menor la ha mantenido a flote hasta hoy. Ahora da el testigo con el "orgullo" de que la tienda que fue el hogar familiar siga adelante , y con la misma esencia, en su nueva andadura. Javier y La Colosal inician una nueva vida.

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