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El Palacio Valdés programa con buen tino: suele traer obras que acaban premiadas

El odeón avilesino acoge desde hace años los montajes que acaban destacando cada primavera en los premios “Max” de artes escénicas

Juan Diego Botto, en su última actuación en el Palacio Valdés Miki López

El otro día resucitó Federico García Lorca. Mediaron en el sortilegio dos grandes de la escena española: el actor Juan Diego Botto, que se apropió de la encarnadura del poeta, y el director Sergio Peris-Mencheta, que se encargó de remover los ingredientes de la pócima que se iba a llamar “Una noche sin luna” e iba a vencer en la última edición de los premios “Max” de teatro, los que se celebraron en el auditorio municipal de Mahón, en Menorca: los de su vigésima quinta edición.

En enero de 2021 salió a la boca del escenario del teatro Palacio Valdés el actor Juan Diego Botto. Las luces de la sala estaban prendidas, el actor se dirigió directamente a los espectadores. Les dijo –este periodista estaba presente– que suspendía la función. Y el personal se lo creyó –venía de las medidas de contención del virus que unas semanas eran de una manera y otras, distintas–, pero no pasaba nada: seguía hablando y, mientras tanto, el actor iba cobrando forma de poeta. Ese montaje ganó el “Max” al mejor espectáculo de este año.

Los primeros galardones a las mejores producciones dramáticas españolas se entregaron en 1998, cuando el teatro Palacio Valdés llevaba ya seis años reabierto de par en par. Desde entonces, han corrido vidas paralelas: el teatro, en su trigésimo cumpleaños de reactividad ha sido el escenario de los mejores montajes –los que señalan estos premios que homenajean cada año al héroe principal de “Luces de bohemia”–. Y prueba de ello no solo es el Lorca de Peris-Mencheta y Botto.

Hace veintidós años, en mayo de 2000, Vicky Peña fue la protagonista de “La reina de la belleza de Leenane”, de Martin McDonagh, el mismo de “El hombre almohada”. Estaban sobre la escena las actrices Vicky Peña y Montserrat Carulla: hija y madre perdidas en los acantilados irlandeses. Mario Gas las dirigía. Aquel montaje se había estrenado en 1999, en el teatro de la Abadía de Madrid. Tres días después de la visita avilesina, los “Max” reconocieron el espectáculo como el primero de aquel año milenial.

Otro ejemplo de la puntería de los responsables del teatro Palacio Valdés se produjo en 2001. Entonces fue cuando programaron el “Panorama desde el puente” de Miguel Narros. Habían pasado sólo tres meses desde su estreno nacional (fue en el Calderón de Valladolid) y tuvo que pasar casi un año para que los productores del drama de Arthur Miller subieran al escenario del teatro Principal de Valencia para recoger el reconocimiento de la profesión teatral española.

En 2006 en Avilés se dio tres veces en el clavo: se programó la mejor producción y también sus dos finalistas. Aquel año fue el de “Hamelin”, el drama de Juan Mayorga que produjo la compañía “Animalario” que, por entonces, a principios de siglo, era la que sonaba con los mejores aplausos. El Palacio Valdés reservó hueco al espectáculo en mayo. Unos meses antes, en febrero, lo que se vio en Avilés fue “Celebración”, un montaje basado en la película de Thomas Vinterberg que, en aquellos entonces –hace más de tres lustros– era supermoderno. De febrero de aquel año fue “La cena”, uno de los espectáculos más recordados de la historia trigésima del Palacio Valdés: porque el texto de Jean-Claude Brisville era tan perfecto como fueron resultaron perfectos los actores Josep María Flotats y Carmelo Gómez que hacían de Talleyrand y Fouche repartiéndose Francia mientras Francia ardía al otro lado de las ventanas.

Pero esto solo una aproximación del Palacio Valdés y los “Max”. La búsqueda de su lugar en el tiempo del teatro avilesino se reconoce todos los años, como este de la resurrección de Lorca.

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