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Carmen Nuevo

Anoche tuve un sueño

La conexión con la realidad de los estados febriles

Anoche tuve un sueño, una gaviota de hielo que había sobrevolado varios mares blancos y gélidos, descendía a la orilla de mi siempre amada playa de Salinas.

Supongo que los estados febriles a veces nos hacen conectar de un modo extraño con la realidad, pero fue tan hermoso que me niego a pensar que no pudiera ser verdad. Ojalá pudiera atrapar en mis manos a esa gaviota helada e inconsistente sin que perdiera, al menos, su realidad onírica y esencial. Y puestos a soñar, qué bonito sería poder compartir su visión celeste del trigo dorado relumbrando entre la humanidad de la nieve, pronunciar como un éxtasis novedoso las simples sílabas de la paz, horadar las máscaras dolorosas de este mundo tan ajeno, liberarnos de la enajenación de los inviernos vacíos y convertir nuestras ansias en una convergencia eterna de transparente benignidad.

Algún día llegará la primavera de verdad y resonarán de nuevo azules y lunares los versos más románticos de las páginas que habrán dejado de ser prohibidas. Divisaremos de nuevo las cúpulas cobalto y a los jinetes de bronce, porque el mundo será de nuevo extenso sin muros ni fronteras, los museos vencerán a la vil demagogia, las óperas pondrán fin a la despreciable manipulación y, sobre todo, dejaremos de ser replicados e inertes.

Anoche tuve un sueño, los caminos lejanos se construían sin asfalto, solo con alma y, en ellos, como en santuarios de añoranza nos reencontrábamos. Me niego a pensar que no exista siquiera una palabra que nos devuelva los faros más luminosos, los instantes de cordura, las notas arrolladoras de los pianos, el arte en los espejos, nuestra imagen más sincera y atemporal.

Supongo que anhelar ese instante de quietud imperecedera que vence a la tormenta o los jardines frondosos y espesos, liberados de las lápidas de la muerte, puede resultar insustancial desde la vorágine deleznable de lo imperante, de los tambores estridentes de la conflagración, pero algún día el hombre dejará de ser un lobo para el hombre y también lo será la mujer.

Aquí, en esta playa, aunque solo sea desde la imaginación, dejando caer la arena de mis manos sobre la arena, deseo que este sueño pueda convertirse pronto en realidad y que ya no haya más muertes prematuras ni hambre ni cadenas ni llantos prolongados ni artefactos letales, ni sudarios, ni funerales ni ceniza, sino solo luz rebosante y una gaviota de hielo, aunque sea solo una entelequia, sobrevolando cielos distantes encendidos solo de rocío.

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