Una vida rota. A lo mejor de ella. ¿Rota, en realidad? Bueno, se dice que no, que ella escogió la libertad que aquí no tenía. Que no tiene nadie. Asturiana, todo un privilegio, ella era una rara avis, delicada, frágil y sensitiva -demostrado al escoger carrera, la de Bellas Arte, que se encontraba desencajada en esta gran farsa que es la vida. El papel que en ella le habían asignado no le iba. No era el suyo.

Su representación, pues, en esta farsa le resultaba incómoda y le producía un total desasosiego. Vivía sin vivir. A contrapelo. Ella, que quería existir a su aire, gozando de una total independencia, transcurrir callada, silenciosamente, huyendo de las pompas y vanidades del mundo, se veía acosada por ese periodismo carroñero que es sombra pegajosa de todo aquel que sobresale, de alguna manera, en esta frívola sociedad nuestra, consumista, en la que todo vale y todo se compra, particularmente conciencias. Unos, los jetas y vividores, dan pie a ese acoso y hasta incluso lo estimulan vendiendo sus miserias y su vida privada, con descaro y desvergüenza. Otros, en cambio, como Erika, lo detestan y tratan de huir, inútilmente, sin conseguirlo, de tanto buitre disfrazado con el digno ropaje de periodista. Vano intento. No lo pueden conseguir, cual es el caso de nuestra asturiana, porque el acoso es diario, contumaz, sistemático y vergonzoso. Con una indefensión total y absoluta. Inexplicable.

Cadenas de televisión y revistas cardiacas nos aburrirán ahora con sus especulaciones y cotilleo sobre tan dolorosa cuestión, sin reparar en el daño que ello pueda ocasionar a la estimada familia Ortiz Rocasolano, a la que pertenece la Princesa de Asturias, que merece todo nuestro respeto y consideración. Desde aquí, con nuestro pesar y sentimiento, se lo expresamos, a través de nuestra buena amiga Henar Ortiz, con un abrazo.

¿Una vida rota? No. Una vida nueva, la de Erika, en un mundo libre, sin ataduras, lleno de ilusión y fantasía. El suyo, tan inútilmente buscado aquí.

Ricardo Luis Arias

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