La rebeldía de un pueblo... ¿punto final?

Las fuerzas vivas de Mieres lucharon contra el desmantelamiento industrial

Hunosa y los sindicatos mineros acaban de firmar un plan de futuro para la empresa pública que establece una actividad mínima en su contendido, pero garante en el tiempo más allá de 2018. La presidenta afirma categóricamente que esa fórmula pactada va a exigir sacrificios y esfuerzos de todas las partes. Bien está el aviso aunque uno entiende que todo el mundo consciente es de la demanda. Al menos Mieres, por su parte, salva la continuidad del pozo Nicolasa, el único que queda en la piel de toro del concejo.

Esta situación trae a la mente de los recordatorios y los estudiosos una etapa anterior, pertenecientes a las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, cuando el desmantelamiento siderúrgico y el éxodo de mano de obra hacia el litoral cantábrico puso en jaque el espíritu de rebeldía del pueblo llano, personificado en determinados movimientos representativos. Igual actitud se vivió posteriormente ante el anuncio de que la minería ponía punto final unos cuantos años más tarde. Fueron dos gritos de supervivencia contrapuestos en los resultados, ya que, mientras el segundo levantó, con ciertas garantías en el tiempo, la bandera del éxito, el primero hubo de claudicar con todas las consecuencias de un designio irremediable. Y en este episodio, en su segunda y definitiva parte, es obligado detenerse hoy para recordar que, pese a ello, la fuerza de un pueblo estaba en plena efervescencia.

Se había producido de forma sistemática y bien estudiada, antes de finiquitar el franquismo, la primera fase de un desmantelamiento en las instalaciones de Fábrica de Mieres, tal como ocurrió en las de Duro Felguera y otras factorías regionales, con el traslado de un gran contingente de trabajadores del metal, hacia las nuevas instalaciones de Uninsa y Ensidesa, en las zonas costeras de Gijón y Avilés, donde se habían levantado zonas de habitabilidad para recoger al personal y allegados. Por ciertas características de especial concepción y del momento histórico, no hubo una reacción fuerte, en esta primera fase, contra la medida, máxime teniendo en cuenta que, por lo que respecta a la capital del Caudal, aún quedaban en su lugar de origen ochocientas piezas humanas que sugerían la continuidad de la labor metalúrgica y siderúrgica. Pero llegaron los años setenta y las decisiones gubernamentales de ordeno y mando pusieron la piel de gallina en la ciudadanía mierense, haciendo que surgieran sarpullidos de dolor, traducido a una respuesta de coraje contra la injusticia y de facto de acción colectiva capaz de presentar batalla.

Ese espíritu de lucha puso en movimiento los resortes de organización, para mover hilos y plantar batalla. Así nació la Plataforma Ciudadana contra el Desmantelamiento, comandada por el Jurado de Empresa de la llamada ya Ensidesa-Mieres, y al frente, como secretario, su líder Manuel Fernández Pello, hoy tristemente fallecido.

A ella acudieron también otros colectivos entre ellos la Unión de Comerciantes del Caudal que, nacía con toda una inquietud reivindicativa de la mano de Mario Martínez en plan de presidente y un grupo de incondicionales del sector a su lado. Y se puso en marcha toda una máquina de acciones encaminada a frenar lo que parecía inevitable. Eso sí, fueron movimientos, acciones y manifestaciones, dentro de un estricto sentido de respeto a la normalidad, aunque con talante enérgico y alguna que otra salida individual -caso del malogrado Manuel Álvarez Cuevas, que permaneció horas y horas colgado de una de las grandes chimeneas de la factoría en señal de protesta, o el grupo que sentó su reales en las alturas de los gasómetros, a la espera de respuestas- que demostraron la intención de luchar por unos derechos muy legítimos.

En el primer sábado de la segunda quincena de julio de 1976, de las cercanías de la iglesia de San Juan, partió una manifestación gigantesca y nunca vista, a la que, como era de esperar, se unieron colectivos sindicales, sociales e incluso políticos, de matiz emergente ante el advenimiento de un sistema democrático para España, que lograron reunir la increíble masa, para entonces, de más de treinta mil asistentes. El recorrido por varias calles fue una constante demanda de soluciones que se elevaron de tono a la llegada al Ayuntamiento, cuya plaza, hoy de la Constitución, resultó incapaz de albergar toda la corriente humana.

Posteriormente la reivindicación de un Mieres cansado de llamar a puertas sin respuestas, fue decayendo y aunque el Jurado de Empresa se entrevistó con políticos y personalidades de nuevo cuño, como el caso de Felipe González, el que más tarde sería presidente del país por mayoría absoluta, ya bajo la exigencia de que hubiese, al menos, una compensación a la pérdida de puestos de trabajo perdidos, el caso es que, la única respuesta positiva fue el derribo, por arte de explosivos, de todas las instalaciones anteriores del metal, urbanización de un polígono industrial en los terrenos de "La Frabricona", con anuncio de firmes compensaciones económicas para la iniciativa privada que, de mano pareció subirse al carro pero que, a la larga se fue diluyendo para quedarse con tres o cuatro, quizás cinco o seis proyectos, muy loables todos ellos, pero insuficientes en envergadura de empleo, pese a que ahora se anuncia la puesta en marcha de las naves y dependencias de la antigua Metalsa, para el traslado, desde el Nalón, de parte de la empresa Felguera Melt, lo que viene a ser un simple cambio de ubicación.

¿Ha perdido Mieres, como otros concejos de los valles mineros, la rebeldía que lo caracterizó históricamente? Pasen ustedes y vean.

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