Cuando hace años la grúa de Gijón intentó llevarse el coche del Pinfi, un maestro que había aparcado mal en Cimavilla, las pescaderas salieron a las ventanas y pusieron a los agentes como chupa de dómine. Tanto que allí quedó el coche mal estacionado hasta que llegó el paisano. Es un ejemplo de una raza especial de mujeres que son las del barrio alto gijonés y las de Candás, primas hermanas por motivos históricos ya muy repetidos. Son de esas mujeres que se pueden tomar a risa lo del Día de la Mujer Trabajadora porque no conocen otra cosa que el trabajo duro, muy duro, más duro de lo que muchos hombres serían capaces de aguantar. Es cierto que ellos se iban a la mar, pero ellas quedaban en casa con los críos, luego vendían el pescado y, además, hicieron grandes las conservas de la villa. Las mujeres de Candás, y por extensión de Carreño, se merecen un monumento más alto que la torre de la Laboral. Ahora, después de una vida luchando, les ha dado por hacer teatro, olé sus ganas.