Rosario Rodríguez se despierta todos los días a las seis de la madrugada. No porque no quiera seguir durmiendo, sino porque el despertador de la industria se cuela en su habitación. Es la hora de camiones, chimeneas y máquinas, que puede contemplar simplemente con levantar las persianas. Enfrente, el gigante de Arcelor; a la derecha, una planta de tratamiento de escoria, y por detrás y a la izquierda, dos naves. Rosario Rodríguez y su familia, residentes en La Granda (Logrezana), en pleno polígono de Tabaza, respiran industria todos los días.

«Vivimos amargados con tanta contaminación, y llevamos así desde 1989», protesta Rodríguez, al tiempo que coge unas naranjas del árbol. «Mira cómo están. Negras, de toda la escoria que nos rodea. Y como ellas está toda la casa. No hay rincón que no esté cubierto por una capa de polvo negro, y eso teniendo en cuenta que me paso todo el día limpiando. Y las lechugas que planto para poder consumirlas tengo que lavarlas, primero, y luego echarles lejía», agrega indignada. ¿La razón? La planta de tratamiento de escoria, que trabaja a escasos metros de su vivienda y que genera, además, contaminación acústica. «Se llegan a alcanzar los 90 decibelios de ruido. Ya tuvimos que cambiar hasta la escalera de casa».

Y todo lo dice sosteniendo en sus manos un papel en el que se lee: «Se procederá a cerrar la instalación con pantallas para la absorción acústica no disonantes con el entorno, que a la vez servirán para dificultar el arrastre de polvo al exterior». Se trata de un documento de la Agencia de Medio Ambiente del Principado de Asturias, firmado el 11 de enero de 1989, en el cual figuran algunas de las medidas que se iban a llevar a cabo con el fin de evitar la contaminación atmosférica en la zona, medidas que «nunca llegaron, a pesar de protestar mil veces», asegura esta vecina, que ya ha removido cielo y tierra en busca de una solución. «Lo único que te dicen es que si no estás conforme, que te vayas, pero yo no estoy dispuesta a hacer eso. O me quitan la industria, que sé que es imposible, o que me den dinero para comprar otra casa como la que tengo; pero lo que no puede ser es que estemos en esta situación, pagando, además, 700 euros al año por un suelo catalogado como urbano industrial no consolidado, pero que en la práctica se traduce en suelo industrial», solicita.

Por su parte, Arcelor ya ha anunciado recientemente en el «Boletín Oficial del Principado de Asturias» un proyecto de mejora de sus instalaciones de recuperación de chatarra en la planta de escorias que afecta a Rosario Rodríguez y su familia. Las actuaciones consistirán en la instalación de nuevos equipos con menor tamaño, la cobertura o cierre de las instalaciones, así como la incorporación de sistemas de riego. Además, se prevé reforzar las pantallas vegetales para buscar un menor impacto visual y acústico.

Aun así, Rosario Rodríguez seguirá viviendo en el infierno de la contaminación de Carreño. Y no es la única. Muy cerca de ella, también en La Granda, viven Carlos Benito y Magdalena Fernández, en una casa que «se está cayendo», pero que no quieren arreglar por miedo a lo que pueda pasar en un futuro. «No sabemos si nos la acabarán quitando», sostiene este matrimonio de jubilados, que ya ha tenido que reponer el tejado, porque llegaron hasta a dormir con paraguas por las goteras en la vivienda. Y eso, además, unido a que cada vez «tenemos que pagar más. Las tasas aumentan cada año y ya no podemos con ello. Estamos jubilados. Me pasé toda una vida trabajando y ahora lo poco que tenemos nos lo llevan», sostienen con la mirada puesta en una finca rodeada de talleres y de naves industriales, muy diferente de la de hace unos años. «Vine a esta casa con tres años, crecí aquí y todo era una gran pradera, llana como la palma de la mano, pero a raíz de la llegada de Ensidesa (ahora Arcelor-Mittal) la cosa comenzó a cambiar y la industria a su alrededor no paró de crecer hasta hoy», relata Magdalena Fernández.

Para contaminación también, la que viven los vecinos de Tamón, una parroquia situada en el centro del motor económico e industrial de Asturias, con parte de Cogersa y de las multinacionales Arcelor-Mittal y Du Pont. Más de lo mismo siente en su piel Carrió, donde se concentran la fábrica de Cementos de Tudela Veguín, la central térmica y la subestación de Hidroeléctrica del Cantábrico, el parque de carbones y de minerales y parte de la estación de depuración de aguas residuales (EDAR) de Aboño. Virginia Fernández, residente en el barrio de La Sabarriona, no se cansa de repetir una misma frase una y otra vez: «Aquí no hay otra cosa que no sea contaminación, y a tope», dice esta mujer, que vive desde hace más de 60 años junto a su marido en una zona con veinte casas de las cuales hoy sólo seis están habitadas.

«Nos dijeron que nos iban a dar otra casa, pero todavía nada. Yo creo que están esperando a que estiremos la pata, porque aquí los que quedamos somos todos mayores», afirma, pasando la mano por el alféizar de la ventana. «Estoy todo el rato con la bayeta en la mano», apunta.

En la misma situación está Nélida Rancaño, residente en Aboño, una de las zonas de mayor concentración industrial en Carreño, y, por tanto, de las más contaminadas. «Estamos rodeados de industria, pero no queda otra que aguantar, aunque sea duro; te acabas acostumbrando», dice. No obstante, no oculta su descontento. «No nos dan ninguna solución. Primero decían que nos iban a reubicar en otra zona, pero ahora, como no hay perres... ¿Adónde vamos a ir? Al cementerio, que, como somos cuatros viejos los que quedamos aquí, es lo que deben de estar esperando», se responde, para continuar diciendo: «Yo llevo aquí 40 años y cuando vine ya había algo de industria, pero, desde luego, nada parecido a lo de ahora. Y la gente que conozco que es de aquí no se cree lo que está viviendo, porque esta zona antes estaba llena de casas, y había tiendas de todo tipo».

En el barrio Bandín, también en Carrió, Mary Paz Álvarez asegura que la contaminación es evidente. «Tengo todas las plantas quemadas del producto que sueltan por las noches, y la fruta la tengo que limpiar con un estropajo especial para poder comerla», señala esta vecina, que vive con la incertidumbre de lo que podrá pasar con su vivienda en un futuro.

En la parroquia vecina, Pervera, ya se han cansado de repetir siempre la misma historia. «No hay quien viva aquí. Estamos en el foco de la contaminación. Vivimos ya con la radiactividad», apunta Jesús Díaz, presidente de la entidad vecinal. «Todo lo que dejamos fuera acaba negro. Los perros blancos que están por el prado acaban completamente manchados, y la ropa directamente no podemos tenderla, porque si no hay que meterla de nuevo en la lavadora», explican María Luisa Vega y Dolores Prendes. Y qué decir de las plantaciones y de las frutas. «Acaba todo quemado», afirma Socorro Menéndez. Aun así, «queremos seguir viviendo aquí, pero, por supuesto, no con esta contaminación», destaca Dolores Prendes.

Todos ellos son vecinos que día a día observan cómo el polvo de la industria va cubriendo poco a poco Carreño.