«Si no fuera de Candás, entonces ya no sería yo». Está más que demostrado: la periodista y escritora María Teresa Álvarez es candasina de los pies a la cabeza. Y eso a pesar de que gran parte de su vida transcurrió entre Oviedo y Madrid. Pero la distancia nunca fue enemiga de sus sentimientos. Todo lo contrario. Siempre paseó con orgullo sus orígenes de pueblo por la capital, presumiendo de aquella canción que dice: «Que soy de Candás, de Candás, de Candás. Que soy de Candás y mi vida está en el mar».

Dejando a un lado los cánticos, Álvarez prefiere revelar su amor por la villa marinera a través de las palabras, pues son sus amigas de profesión. Las conoce y sabe conjugarlas como nadie, al tiempo que les entrega su corazón. Y, así, confiesa: «Yo quiero a Candás». Y quizás ahora más que nunca, porque, como dice, «estoy redescubriéndolo»: «Antes me fijaba menos en las cosas pequeñas y no disfrutaba tanto de su belleza. Estoy disfrutando de rincones preciosos y siento, de esta forma, que recupero a mi pueblo», se sincera. Y en consecuencia también está redescubriendo a su gente. «Siempre me sentí querida, pero es verdad que tenía la impresión de no estar muy integrada», reconoce. Pero eso ya ha cambiado y de María Teresa Álvarez, la condesa viuda de Latores, ha pasado a ser «Tere», la vecina de Candás. Antes hacía muchos viajes exprés para ver a su madre, pero es ahora cuando más tiempo pasa en la villa.

Aun así, sigue viviendo a caballo entre Madrid y Carreño. De hecho, suele estar tres semanas en la capital y una en Candás, excepto en los meses de julio y agosto, cuando aprovecha al máximo su tiempo para «descubrir» el nuevo rostro de la tierra que la vio nacer y crecer. No obstante, asegura que la vida que lleva en Madrid no difiere mucho de la de Candás. «Quizás allí tenga más relación social y trabaje más que aquí, pero de igual forma hago una vida muy normal», sostiene. Pero eso sí, si tiene que elegir entre Madrid y Carreño, la periodista no se anda con contemplaciones. «Por sentimiento, me quedo con Candás», asegura, dibujando una perfecta sonrisa en su boca.

Su amor por esta villa es más que evidente, pero, por si había alguna duda, Álvarez anuncia que convertirá a este «pueblo de olores» -como así lo define, por la marañuela, el cenoyo de Semana Santa y el pescado- en el protagonista de su próxima novela. «Será una historia con personajes de ficción, pero nacidos en la villa y que arrancará en el año 1877, con la tragedia de los 34 marineros fallecidos en la mar. También abordaré el exilio a La Habana y el amor», comenta a propósito de esa historia que, aunque todavía no ha empezado a escribir, ya da vueltas por su cabeza. «Ahora estoy documentándome mucho en los archivos municipal y parroquial; estoy disfrutando un montón. He recuperado mucho vocabulario e información interesantísima sobre la Sociedad de Mareantes, como que en el pasado tuvo un médico y un farmacéutico, y hasta llegó a crear una escuela de adultos para chicos mayores de 14 años que sólo duró dos meses» por falta de asistencia, comenta con cierta pena.

Todo ello, dice, le está sirviendo para recuperar la memoria. En todo caso, María Teresa Álvarez tiene buena cabeza y conserva sus recuerdos de infancia como si de tesoros se tratase. «Yo pertenecía a la pandilla de "La lata" y lo pasábamos genial jugando en el muelle, a "tres marinos a la mar". Además, todos los domingos íbamos al cine, a la sesión de las cinco de la tarde, y a la salida comprábamos en la confitería La Favorita lenguas de merengue. Puf, ¡estaban riquísimas!», afirma. A la mente también le vienen las chocolatadas en la fuente de Los Ángeles y las verbenas en el parque de Santarúa. Pero si hay un momento en su niñez que reproduce con especial énfasis es, sin duda, el de su faceta como periodista. «Lo descubro en un viaje a Roma, pero, en realidad, esto ya viene de años atrás, porque siempre me gustó comunicar. De hecho, cuando era una niña, el párroco de Candás tenía un magnetófono en el local de Cáritas, a donde acudía con mis amigas los fines de semana, y allí hacíamos seriales radiofónicos y yo era siempre la que escribía los textos», relata. Y, de ahí, a su debut en los escenarios, que fue, precisamente, en Candás, «en El Manila, en una gala de fin de curso».

Tere, como le gusta que le llamen, se define como una persona espiritual, sensible, fuerte, a la que le gusta ser ella misma y que no puede con la indiferencia. También es presumida. «A pesar de mi edad, me sigo mirando en todos los escaparates; me gusta agradar a la gente y, sobre todo, a mí misma», sostiene, entre risas. Tanto es así que para salir en esta foto, en las escaleras de bajada de la iglesia de San Félix, hubo que concertar otra cita, porque Tere se gusta más con la melena al viento que con la cola de caballo que llevó a la entrevista.

Justamente ese espacio en el que posa ante la cámara es uno de sus rincones preferidos. Tanto por su belleza exterior como interior. Y es que esta candasina también es una persona muy religiosa. «Soy creyente, pero también tengo dudas. Por eso, le pido a Dios que cada día me ayude a disipar esa incertidumbre. De todas formas, me gusta pensar que, aunque mi fe no encontrase respuesta después de la muerte, me compensa en esta vida porque me ayuda a ser mejor». De ahí que vaya todos los días a misa, tanto en Madrid como en Candás, donde se ha convertido en clave de la recuperación del Vía Crucis candasín, con la redacción de las meditaciones. «Para mí este es uno de los momentos más especiales de la Semana Santa. Siempre digo que con él se abrieron mis ojos a la fe», afirma.

Por todo ello, el recorrido de madrugada del Vía Crucis es único para María Teresa Álvarez, que habla también de lugares entrañables de su pueblo como San Antonio, la zona de la biblioteca y, cómo no, el muelle. «Adoro el mar». También le atrae el colorido de las casas. «Estoy descubriendo que el color es muy importante; yo pintaría todas las viviendas de un tono distinto», explica. A lo mejor esto nunca podrá hacerlo realidad, pero siempre le quedará la ficción. Esa novela que empieza a tomar forma y que derrochará color y olor candasín.