¿Cómo pasar un día del profundo verano haciendo algo original en las Cuencas? Se me ocurren muchas posibilidades para no aburrirnos y a la vez aprender cosas de nuestro pasado. Por ejemplo, callejear mientras vamos descubriendo que por aquí también tenemos obras de arte salidas de los mejores cinceles españoles y que son desconocidas por casi todos. Resumiendo, hoy quiero hacer un esbozo que les pueda servir de guía a la hora de acercarse a las esculturas con las que en otro tiempo se quiso recordar a los próceres que dieron vida a estos valles.

La verdad es que la lista de los bustos que adornan establecimientos sanitarios, ayuntamientos, sociedades culturales, escuelas, recintos deportivos o jardines es muy numerosa, como también lo es la relación de motivos que justifican el recuerdo: escritores, ingenieros, deportistas, médicos o políticos nos esperan en los rellanos de las escaleras de los edificios oficiales, nos acompañan en los vestíbulos y los salones e incluso, en ocasiones, nos sorprenden en lugares insospechados, como sucede en la piscina de la Casa del Pueblo de Mieres, donde una enorme cabeza de Manuel Llaneza observa impasible los esfuerzos natatorios de sus usuarios. Algunos de estos retratos llevan tan poco tiempo en sus pedestales que cuando los vemos recuerdan inmediatamente al personaje que conocimos en vida, y dan ganas de darle los buenos días; al menos, eso me pasa a mí con Vital Álvarez Buylla en el hospital que lleva su nombre y, cada vez que paso a su lado, tengo una sensación incómoda por no dirigirle la palabra, o con Jhonny, en Ablaña, cuya escultura posiblemente sea la única en Europa con la que se perpetúa a un vaquero del lejano Oeste, aunque en este caso nuestro paisano no disparase en su vida más que restallones.

Lógicamente hay obras más o menos afortunadas, no sólo por la calidad de su factura sino por la fama de quien las hizo o por su ubicación. La imagen de Vital Aza es muy conocida porque saluda desde 1951 -el centenario de su nacimiento- a quienes se acercan al Ayuntamiento de Lena; sin embargo, si les pregunto por Benjamín Iglesias seguro que se quedarán a pioles, pues lo ignoran hasta sus vecinos de Villarejo, muchos de ellos hijos de los alumnos agradecidos que quisieron erigir un imperecedero recuerdo a su maestro de escuela.

También sus historias son diferentes. El busto que representa a Fermín Canella frente a las escuelas de Soto de Agues es huérfano; se colocó allí en 1924 y no conocemos el nombre de su autor. Sin embargo, el de Guillermo Schulz en las escaleras del Ayuntamiento de Mieres tiene padre y hermano, nació en el taller del santanderino José Gragera y Herboso en 1898 de un parto artístico pagado por el propio Consistorio y la Diputación de Asturias, pero, aprovechando la rebaja económica, al mismo tiempo se hizo una réplica gemela para Oviedo que se dispuso primero sobre una columna meteorológica que existía en la plaza de Riego y pasó luego a la entrada de la Escuela de Minas de la capital.

Y es que resulta habitual que algunas esculturas tarden en encontrar su ubicación definitiva. Pedro Duro fue inmortalizado por el catalán Jerónimo Suñol y Pujol, y estuvo veinte años -desde 1895 hasta 1915- vigilando su propia fábrica, ya que la obra había sido costeada por suscripción popular entre los obreros de misma factoría, pero más tarde se llevó a su actual emplazamiento en los jardines abiertos frente a la iglesia de San Pedro, en La Felguera. Aunque si ustedes visitan el Museu Nacional D´Art de Catalunya podrán encontrarse con el curioso modelo que sirvió para hacer la estatua definitiva, mide poco más de medio metro y, aunque parezca de bronce, es de yeso patinado de negro por su autor para darle esa apariencia.

El más viajero ha sido Teodoro Cuesta. Lo hizo el asturiano Arturo Sordo Álvarez, y es un magnífico conjunto de cuatro figuras de bronce -el poeta rodeado por un hombre y una mujer en actitud triste por su fallecimiento y una musa coronándolo con una guirnalda- colocado sobre un hermoso pedestal en el que baila un corro de danzantes autóctonos. Pues bien, el bueno de Teodoro estuvo dos años frente a su casa natal de La Pasera para desplazarse en 1931 hasta el Fuerte, frente al Ayuntamiento de Mieres; de allí pasó en 1956 al parque Jovellanos y, por fin, volvió a casa, a su ubicación original, en 1978. No está mal.

Quien no se ha movido de su sitio es Claudio López Bru, el segundo marqués de Comillas, que tras su defunción quedó inmortalizado por Alfredo Mariñas y, desde 1925, recibe a los visitantes en su feudo de Bustiello acompañado de su fiel Miguelón, el obrero nacido en la aldea allerana de L´Entrebu, que sirvió para inspirar la figura de piedra que ofrece flores al busto de bronce del aristócrata. La pieza también se hizo por suscripción popular entre los empleados de la sociedad Hullera Española, y está rodeada por una verja formada por picos y palas, instrumentos de trabajo muy utilizados por los mineros y algo menos por don Claudio.

Para mi gusto, el mejor de nuestros monumentos es el dedicado a Luis Adaro y Magro, que podemos encontrar en el parque Dorado, de Sama de Langreo. Fue encargado a Lorenzo Coullaut Valera, sevillano, de Marchena, y sobrino del escritor Juan Valera, autor de «Pepita Jiménez», quien se esmeró en hacer pasar a la historia al ingeniero con un conjunto de mármol, piedra del Roncal y bronce de más de cinco metros de altura. Siguiendo la misma estética de la estatua del marqués de Comillas, el homenajeado también está acompañado por uno de sus trabajadores, en este caso una mujer, y los vecinos han querido que sea ella la que dé el nombre popular al monumento: «La Carbonera». Éste de Luis Adaro es seguramente el monumento más presumido, y ya se ha sometido a varias restauraciones para conservar su prestancia original.

Cuenta la crónica que la inauguración de la obra tuvo lugar a las 3 de la tarde del 25 de julio de 1918, en un acto dirigido por el mierense Aniceto Sela -que entonces era rector de la Universidad ovetense-, en el que uno de los que intervinieron fue Aurelio Delbrouk, presidente de la sociedad La Montera, organizadora del homenaje al industrial y geólogo. Delbrouk fue otro personaje querido en el Nalón por sus actividades pedagógicas, y entonces no sabía que él mismo también iba a contar con su propia estatua en el parque Dorado, pero allí está: se fundió en bronce en 1930, en los talleres de los hermanos Codina de Madrid, según el modelo de Luis Camporro y con el presupuesto resuelto por el Ateneo Popular, el Ayuntamiento y sus antiguos alumnos.

Como vemos, los prohombres de la industrialización son quienes cuentan con las obras más espectaculares, aunque algunos como Figaredo o Numa Gilhou se quedaron sin sus efigies en relieve; así y todo, en comparación con lo que se muestra en otros concejos asturianos, no podemos quejarnos del número y la calidad de nuestros monumentos y, si aún nos sabe a poco, podemos completar nuestra excursión con una visita a los camposantos de las capitales municipales, donde algunas obras, a veces magníficas, acompañan el sueño eterno de los difuntos. Después de unas décadas en las que la escultura parecía un arte arrinconado, coincidiendo con el cambio de siglo y seguramente siguiendo la senda abierta por Oviedo, donde en cada esquina nos sorprende una figura, el bronce ha vuelto a decorar nuestras plazas adaptado a las nuevas tendencias, que requieren dotar de algún artilugio funcional a las representaciones.

Inauguró la moda el torso colosal que recuerda a los accidentados mineros, erigido frente al Campus de Mieres con fuego en sus entrañas y, hoy, sin salir del Caudal, podemos ver en Requejo a un escanciador fundido en el taller de José Manuel Félix Magdalena, que llena permanentemente un vaso con el chorro de agua que brota de su botella, agua que en el otro extremo de la villa deja de ser sidra y se convierte en leche para dar más realismo a otra figura que ornamenta una plaza recién recuperada. La firma el artista Llonguera, responsable también de alguna de las mejores piezas que podemos ver en la capital. Es de esperar que si a alguien se le ocurre homenajear a un cueteru famoso no lo haga con los mismos planteamientos, diseñando una estatua que lance al aire un volador cada cinco minutos. Y, por hoy, ya tenemos para un buen paseo, dejamos para otro día los monumentos mineros que salpican los montes y los monolitos que mantienen la memoria de la barbarie de guerras y posguerras. Ellos necesitan un capítulo aparte.