El Valle del Chota es una región pobre del Ecuador, famosa por en ella han nacido la mayoría de los jugadores de la selección nacional de fútbol de aquel país, a pesar de que sus habitantes son poco más de 2.000. Todos son negros y descienden de los esclavos que se llevaron allí en el siglo XVII para trabajar en las minas y en las plantaciones. La zona se conoce también como «Coangue», una palabra que indica sufrimiento y puede traducirse por «muerte», «fiebre» o incluso afinando más como «calenturas malignas».

Puede deducirse por este nombre que se trata de un lugar insalubre y efectivamente, su temperatura media ronda siempre los 24º centígrados por lo que el paludismo ha sido una amenaza constante para sus pobladores.

Cuando los españoles llegaron allí tras el Descubrimiento, los indígenas se dedicaban a los cultivos de coca y algodón obedeciendo la autoridad de los caciques; entonces los primeros hacendados introdujeron también vides, olivos y caña de azúcar y en 1575 llevaron a los primeros esclavos negros, originarios de Angola y de Guinea y comprados en Cartagena de Indias. Entre estos últimos estaban los famosos mandingas, con fama de rebeldes y también de cultos, que destacaban sobre las otras etnias por su fortaleza física, una característica que desplazó a los indios autóctonos y les hizo abandonar la zona.

Pero los verdaderos cambios llegaron en 1620 de la mano de las Órdenes religiosas y sobre todo de la Compañía de Jesús, que empezó a comprar propiedades en la región para emplear en ellas a las familias negras que seguían ofreciéndose en los muelles de Cartagena, llegando en algún caso a revenderlos después. Pero como los indios eran todavía una mano de obra más barata, en 1648 no dudaron en desplazar a varios grupos acostumbrados al frío de sus poblados de montaña hasta aquella zona abrasadora, con las consecuencias que pueden suponerse.

Sin ningún reparo moral, los jesuitas siguieron adquiriendo haciendas y trapiches y en 1659 ya monopolizaban el comercio del azúcar, la panela y los cordobanes, lo que provocó que algunos propietarios particulares se quejasen ante la Audiencia de Quito. No sólo fue inútil, sino que a partir de ese momento se dedicaron con ahínco a deshacerse de la competencia gracias a su conocida habilidad para ganarse la confianza de las autoridades y también por su constancia, la eficacia de su jerarquía y sobre todo la enorme cantidad de dinero que podían manejar.

Como ejemplo de su riqueza está la compra por la enorme cifra de 22.000 pesos de la famosa hacienda de Cuajara, que no podía medirse del todo por su extensión. Para poder cultivarla se vieron obligados a seguir introduciendo esclavos de forma masiva, secuestrados por compañías portuguesas, francesas e inglesas en la región de Loanda, que comprendía Angola, el África Central y las orillas del río Congo, aunque de manera temporal también seguían utilizando la mano de obra indígena, pero el caso fue que cuatro décadas más tarde ya eran dueños de un enorme complejo de haciendas cañeras que las autoridades decidieron incorporar a su registro de impuestos.

El encargo lo recibió el visitador Antonio de Ron y Bernaldo de Quirós, que pertenecía a una ilustre familia asturiana, representada en uno de sus tíos, Canónigo de Santiago de Galicia, Calificador del Santo Oficio de la Inquisición, miembro del Consejo del Rey y Capellán del mismo.

Aunque Antonio de Ron nació en el pueblo de Cecos, en el concejo de Ibias, donde tenía su solar su padre el capitán Alonso de Ron y Valcarce, podemos incluirlo en la lista de los hombres ilustres y olvidados de la Montaña central por el linaje de su madre, Ana Bernaldo de Quirós, natural de Pola de Lena e hija a su vez de Francisco Bernaldo de Quirós, también de la Pola, y de Ana Bernaldo de Quirós, de la casa de Figaredo.

Nuestro hombre fue caballero de Santiago y Fiscal de la Real Audiencia de Quito y llegó al valle del Chota en 1692 con la responsabilidad de poner al día los tributos y ajustarlos a la realidad y multar a los propietarios de tierras cuyos títulos no hubiesen sido refrendados por España, algo que al parecer no iba con los hijos de Loyola que seguían haciéndose con las tierras de aquellos españoles que no podían pagar las deudas contraídas si fracasaban en sus cultivos.

Su estudio es impreciso en la información de las tierras que habían sido de los «indios del común», pero por él conocemos que en 1694, los padres dominicos poseían dos haciendas, una los agustinos, otra los mercedarios y los jesuitas siete, que sumaban más de 6.000 hectáreas, lo que venía a ser la tercera parte de todo el Coangue y según una denuncia no habían dudado en meter el arado por todas partes, llegando a destruir en su afán cementerios e incluso iglesias?

Pero, aquí no cabía duda de que el fin justificaba los medios, por la misma época, los inventarios de la Compañía de Jesús recogieron los frutos de su trabajo, con generosos cultivos, construcción de acequias, trazado de caminos y puesta en funcionamiento de una fundición, una herrería, varios trapiches y una abundante producción de azúcar, panela y aguardiente.

Antonio de Ron estuvo en El Chota hasta 1696 y murió, anciano y sin descendencia, cuando volvía a España en 1741 con licencia del Rey Felipe V y su buque fue hundido por los ingleses en el curso de una de las batallas que ambas potencias mantenían por sus diferencias en el comercio marítimo entre Europa y América. Y aquí no puedo pasar sin contarles dos anécdotas, porque creo que merecen la pena.

La primera es que en Gran Bretaña este conflicto se conoce como Guerra de Jenkins porque se inició para salvar el honor de la monarquía después de que el contrabandista Robert Jenkins compareciese en 1738 en la Cámara de los Comunes mostrando en su mano una oreja amputada mientras aseguraba que se la había cortado unos años antes el capitán español, Julio León Fandiño, tras apresar su nave, al tiempo que le decía: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve».

La otra se produjo el año de la muerte de Antonio de Ron, cuando los españoles derrotaron con 3.600 hombres a la mayor flota vista hasta entonces, compuesta por 186 naves y más de 27.000 hombres. El artífice de la hazaña fue Blas de Lezo, conocido como «mediohombre» porque como consecuencia de combates anteriores era tuerto, cojo y manco; pero unos días antes los ingleses que daban su victoria por segura lo celebraron anticipadamente acuñando unas medallas en las que Lezo se representaba humillado y de rodillas, pero sin mutilaciones para que no pareciese un enemigo fácil.

Actualmente la relación de Antonio de Ron es imprescindible para entender cómo se fue conformando la producción de la caña en el Ecuador en la segunda mitad del XVII. Sabemos que cuando él se fue la Compañía de Jesús continuó diversificando su actividad y que en 1715 poseía en tres de sus haciendas 8.500 ovejas y 3.500 cabras atendidas por esclavos. Lo que no consta es que hubiesen montado para ellos elementos de tortura, como los que sirvieron a sus hermanos dominicos en la cercana localidad de Pusir para martirizar a varias generaciones de negros. Ya ven que la realidad se parece poco a aquella película de «La misión», pero la historia ya está escrita.