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De lo nuestro | Historias heterodoxas

El cementerio musulmán de Santumillano

Mieres tuvo proyectado en el año 1950 un lugar de enterramiento para estas tropas, pero nunca se construyó al ser trasladadas antes a África

El cementerio musulmán de Santumillano

En condiciones normales los enterramientos musulmanes siguen unas normas concretas: el difunto debe ser bañado ritualmente, luego se tapan todos los orificios de su cuerpo con algodón perfumado y es envuelto en una mortaja blanca de dos o tres piezas sin costuras, después se hace una oración en la mezquita o en la vivienda familiar y por último, sin esperar 24 horas desde el momento de su muerte, recibe sepultura sin ataúd, en contacto directo con la tierra, inclinado sobre el costado derecho y con la cara mirando hacia La Meca.

Como verán, algunas de estas reglas incumplen la normativa vigente en muchos países occidentales, entre ellos el nuestro, y por eso deben adaptarse en cada caso a la política mortuoria de cada lugar -aunque a veces es al revés, pero eso es otro cantar-. Hace muchos años, durante y después de nuestra guerra civil, estos requisitos se reducían al mínimo para los soldados que fallecían en la Península, lejos de su tierra y de sus familias, pero uno se cumplía siempre: los creyentes en Alá no pueden yacer en el mismo recinto junto a personas de otras confesiones, lo que hizo necesario la construcción de sus propios cementerios, que ahora intentan restaurarse en aplicación de la ley de memoria histórica porque forman parte del patrimonio de la guerra civil.

El más conocido de los asturianos está en Barcia, en el concejo de Valdés, y alberga unos quinientos cuerpos de musulmanes fallecidos en combate, pero hay otros casi olvidados o cuya pista se ha perdido definitivamente. Y aún se pensó en construir más, como vamos a ver ahora con un caso que creo que es muy poco conocido.

Para ello debemos viajar hasta el día 23 de diciembre de 1949, cuando el Comandante Militar de las Unidades expedicionarias del Grupo de Regulares de Larache dirigió al alcalde del Ayuntamiento de Mieres don José María Álvarez una petición en estos términos: "Por interesarlo el Excmo. Señor General Gobernador Militar de Asturias en T.P. número 180, sección segunda de fecha 22 del actual, ruego a V. tenga a bien dar las órdenes oportunas a fin de que se construya un Cementerio Musulmán al objeto de dar sepultura al personal Indígena de las Fuerzas de Regulares que fallezcan, toda vez que el que para estos fines estaba habilitado en Lada (Sama de Langreo), se encuentra agotado, esperando de su atención me comunique el lugar de su emplazamiento para dar cuenta a la antedicha autoridad. Dios guarde a usted muchos años?".

La demanda tardó en ser atendida, pero finalmente se optó por un lugar ubicado en la confluencia de los caminos a Santumillano y La Cantera. En el Archivo Municipal se conserva un plano firmado por el Arquitecto Director de Obras Municipales en agosto de 1950 donde puede verse un recinto de forma trapezoidal con 4 metros en su entrada y 16 en el fondo por 26 de lado, con una superficie disponible aproximada para el enterramiento de 250 metros cuadrados. El proyecto debía completarse con la habilitación de otro espacio para el servicio, situado frente a la entrada, de 12 metros de largo por 10 en su parte más estrecha.

Una vez concluido este croquis, se presentó al Alcalde acompañado por un escrito en el que se informaba que no había ningún obstáculo para iniciar la obra, ya que el terreno era propiedad de don Joaquín Monte Cuervo, vecino del lugar, quien estaba dispuesto a venderlo por 1.250 pesetas y los caminos que se dirigían hasta el lugar solo necesitaban de una pequeña ampliación para que pudiesen pasar por ellos vehículos grandes; pero antes de iniciar este proceso se aconsejaba a las autoridades municipales que invitasen primero al jefe Militar a desplazarse hasta allí para que diese su conformidad.

Así se hizo, y el 22 de septiembre el Comandante Militar firmó su visto bueno al lugar y a las dimensiones elegidas para el cementerio, por lo que la Comisión Permanente del Ayuntamiento se reunió quince días más tarde para acordar por unanimidad la operación de compraventa y encargar con carácter de urgencia al Arquitecto-Director de Obras Municipales la redacción del proyecto definitivo.

Sin embargo, hasta febrero de 1951 no se presentó un presupuesto detallado de contrata con un gasto previsto que no parece muy elevado, ya que incluyendo la excavación de zanjas para cimientos, la mampostería con mortero de cal y arena para la construcción de tapias, los metros lineales de albardilla para coronarlas, la carpintería de la puerta de entrada, herrajes, dos manos de pintura y otros detalles, ascendía a 26.213,54 pesetas.

Entre tanto, el tiempo iba pasando y a pesar de que todo debía tramitarse con urgencia la burocracia municipal no pudo seguir el ritmo de los cambios que se estaban sucediendo con rapidez en la sociedad de la posguerra y se empezó a hablar de que las tropas moras podían regresar a sus cuarteles del norte de África.

El 23 de febrero de 1951, catorce meses más tarde de que se hubiese dado entrada a la petición del Grupo de Regulares de Larache, el Pleno decidió aprobar por fin en una sesión extraordinaria el proyecto de Cementerio Musulmán y los pliegos de condiciones facultativas y económico-administrativas para su ejecución y al mismo tiempo convocó una subasta para su adjudicación a cargo del presupuesto de gastos de aquel año.

Cuando se cerró el plazo previsto, sobre la mesa solo había un pliego, suscrito por don Elías Godoy Cruz, vecino de la villa y con domicilio en la calle conde de Guadalhorce, quien también presentó a tiempo el depósito provisional de dinero exigido como fianza, por lo que su propuesta fue admitida y adjudicada provisionalmente; pero desde este momento ya no hubo más movimientos.

El motivo del parón aparece escrito en el acta de la Sesión ordinaria celebrado el 29 de agosto de 1952, más de un año después de que don Elías se hubiese interesado por la obra: "Examinado el expediente sobre construcción de un cementerio musulmán, cuyas obras fueron adjudicadas mediante subasta, habiéndose aplazado su ejecución ante las referencias que se tenían de que el Batallón de Regulares que guarnece esta plaza se reintegraría a África, la Comisión Permanente, a propuesta de la Presidencia, acordó que quede sobre la mesa pendiente de una gestión acerca del Excmo. Sr. Gobernador Militar de esta provincia".

Efectivamente, quince años después de la caída del Frente Norte la actividad de la resistencia en las Cuencas Mineras ya había desaparecido y todo el mundo daba por hecho que la evacuación de las Tropas Indígenas era inminente porque no existían razones para mantener aquí un destacamento armado de tal envergadura.

A finales de octubre las fuerzas del cuarto Tabor de Regulares destacadas en este concejo volvieron a su plaza de origen en Alcazarquivir y se acordó dejar sin efecto legal ni valor alguno el expediente relativo a la subasta para contratar la adjudicación de las obras. En consecuencia se devolvió a don Elías Godoy la fianza que había constituido en la Depositaría de Fondos del Ayuntamiento y el proyecto del cementerio quedó archivado para siempre. La historia sigue siempre un curso inexorable y el día 14 de aquel mismo mes el destino dio la razón a quienes habían decido el traslado, cuando fue abatido el último fugáu de los montes asturianos Ramón González "Ramonón el de Les Codes" en la calle Carboneras de La Camocha de Gijón poniendo así un simbólico final a la necesidad de tropas de refuerzo en Asturias.

Hemos visto más arriba que el proyecto de Mieres partió de la necesidad de buscar otro lugar cuando se saturó el cementerio que ya existía en Lada, y a la vez nos consta que en los años 40 también se improvisaron otros enterramientos musulmanes en lugares como las cercanías del puente de Santullano. Parecen demasiados muertos para una tropa que ya no participaba en grandes combates y limitaba su actividad a los choques con la guerrilla, donde sus bajas fueron muy escasas.

En otras ocasiones hemos traído a esta página casos de violaciones y asesinatos cometidos por los soldados africanos; también sabemos que fueron muy frecuentes los pequeños hurtos y las consiguientes denuncias de los comerciantes la villa, y quienes vivieron aquellos años aseguran que para mantener la disciplina, los delitos más graves fueron castigados severamente por los mandos militares. A falta de datos sobre enfermedades o accidentes mortales, toma cuerpo la posibilidad de que la mayor parte de los enterramientos se correspondan con ejecuciones sumarias de las que la población civil no tuvo noticia. Terrible.

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