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Francisco Palacios

El mito que no cesa

La fama, un imán irresistible en la sociedad del espectáculo, contribuyó a difundir la “divinidad” de Maradona

La cobertura mediática desplegada a la muerte de Diego Armando Maradona reveló la fuerza de los grandes mitos en un mundo cada vez más globalizado por los medios de comunicación. A Maradona se le ha comparado pronto con personajes de la grandeza histórica de Ulises, Miguel Ángel, Napoleón, Gaudí, Picasso, Stravinsky, entre otros muchos. Y aunque no se consideraba creyente, aceptó de buen grado una suerte de divinización laica con el invento de la religión maradoniana, cuyo primer objetivo es “mantener la pasión y la magia con que nuestro Dios juega al fútbol”.

Maradona se jactaba asimismo de ser la “mano de Dios” por el gol marcado a los ingleses en el Mundial de 1986: un gol con sesgos reivindicativos por la derrota de Argentina en la guerra de las Malvinas cuatro años antes. Y en Nápoles, donde realmente empezó a ser idolatrado, se decía que cada gol de Maradona era como un nuevo milagro de San Genaro, patrón de la ciudad. El propio Maradona permitió también que uno de sus programas televisivos se titulara “Dios y Diez”.

En una biografía se unifican todas las contradicciones de una existencia. Se ha definido estos días el comportamiento de Maradona como una especie de divisible dualidad entre el futbolista y el ciudadano, la fama y la infamia, la agonía y el éxtasis, los orígenes humildes y las exhibiciones de nuevo rico. Una falsa dicotomía que trata de aislar cualquier aspecto negativo que pudiera oscurecer el mito luminoso como futbolista.

Pues bien, en ese “naufragio de vaivenes” transcurrió la vida de Maradona. Así, jugando en el Barcelona, la prensa ya denunciaba que su imagen de joven sencillo, humilde, introvertido, disciplinado y generoso había ido cambiando por la de una persona caprichosa, mal educada y poco profesional.

De cualquier modo, la veneración a Maradona va más allá de sus habilidades deportivas: siguió siendo un ídolo después de retirarse como jugador profesional a los 37 años. Se benefició de haber vivido en la era de la publicidad global, del fútbol televisado y de un continuado interés mediático por sus accidentadas peripecias vitales. Y la fama, que es un imán irresistible en la sociedad del espectáculo, contribuyó a propagar de forma extraordinaria el mito de Maradona.

En resumen, los mitos se van adaptando a las épocas y las circunstancias históricas. Y su influencia social depende de que sean luminosos o tenebrosos.

Al respecto, el prestigioso historiador y filósofo argentino, Juan José Sebreli, escribió hace unos años que el culto a los ídolos y los mitos es pernicioso cuando agitan los fanatismos, los delirios de unanimidad, las pasiones colectivas inconscientes y destructivas.

Y Jorge Valdano, otro famoso argentino, sostiene que el fútbol es un deporte insoportablemente humano. En este límite se sitúa el mito de futbolista excepcional que fue Diego Armando Maradona.

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