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Javier Antuña

Sama y su maratón de baile de 1929

Un concurso celebrado en las fiestas de Santiago, similar al de la película “Danzad, danzad, malditos”

El cineasta americano Sidney Pollack hizo un duro retrato en su película “Danzad, danzad, malditos” (1969) de los concursos de baile de su país en el período de la Gran Depresión. Este tipo de campeonatos servían para poner a prueba la resistencia de los participantes en maratonianas e interminables sesiones. Sus principales precedentes hay que buscarlos en la fascinante década de los veinte del pasado siglo. La profunda crisis económica de los posteriores años treinta agudizó, en la desesperada búsqueda del premio en metálico, la parte más despiadada e inhumana de estos eventos, todo ello magistralmente reflejado en el citado film.

España no fue ajena a estos concursos que en 1924, con gran repercusión mediática en todo el país, se comenzaron a organizar en ciudades como Barcelona. En Asturies ya se tiene constancia de ellos en los primeros años de la década: Grao (1920) y Trubia (1923). Aunque uno de los más renombrados lo constituyó el llevado a cabo el 10 de enero de 1927 en “Los Campos Elíseos” de Xixón, donde el afamado e internacional bailarín Paul Breslau, con un récord de 60 horas de baile ininterrumpido, haría una exhibición como preámbulo del pertinente concurso, que se volvería a repetir en setiembre de ese año con suculentos premios: 250 pesetas para la pareja que aguantase las primeras treinta horas y 750 para la que llegase hasta las cuarenta y cinco.

No hubo localidad asturiana, del ámbito rural o urbano, que no hiciese gala de la celebración de algún torneo, o simplemente baile de “resistencia” -no todo era lucro- para gozo y disfrute de la juventud inoculada por el virus de la danza o de “Terpsicore”, cómo se decía entonces. Entre los años veinte y treinta del siglo XX Asturies se convirtió en una auténtica rave: Mieres, Uviéu, la ya citada Xixón, Sotrondio, Curniana, Siero, Lena -publicitado con la presencia de una “auténtica jazz-band americana”, Infiestu, Colunga…, y por supuesto también en Llangréu.

En los festejos de Santiago del año 1929 uno de sus atractivos fue, tal como recogía la prensa, la “prueba” de resistencia a través del baile que se llevaría a cabo el domingo 28 de julio en el parque de esta localidad, para lo que se contaba con la ayuda de cuatro bandas de música –la militar del Regimiento de Badajoz y las municipales de Llangréu, Noreña y Mieres– además de tres parejas de gaita y tambor, así como de varios organillos. Todo ello dispuesto para lograr complacer, y extenuar, a la voluntariosa y entregada concurrencia, que de salir airosa como recogía el diario “Región” “puede sin miedo alguno presentarse a cualquier concurso de resistencia en el baile”.

La gran verbena –“con luz eléctrica y a la veneciana”– tenía una programación inicial de tres horas, de las diez y media a la una y media de la noche, y entre su repertorio, con suspensión incluida por el pertinente corte de luz, además de la “música del país”, no faltaron los pasodobles, algún vals, ritmos sincopados como el fox-trot, y en definitiva cualquier género o estilo musical que lograra mantener el ánimo de una jornada que los medios de comunicación escritos calificaron de “soberbia” y “que no tiene comparación en parte alguna”. Al día siguiente, y para rematar la faena, aunque sin ya tanto montaje orquestal, los bailes se desarrollaron entre las diez y la una de la noche. Por lo que se ve había que seguir moviendo el cuerpo a toda costa.

Pocos meses después de tan llamativos festejos, y casi como premonitorio de los duros tiempos que se avecinaban, el 24 de octubre de ese año, se produjo en Estados Unidos el denominado “Crac del 29”, que arrastró a las economías occidentales a una gravísima crisis económica. Las cuencas mineras, fuertemente castigadas por la recesión del sector hullero tras la época de “vacas gordas” derivadas de la neutralidad del país en la Primera Guerra Mundial, disfrutaban de todos modos de una cierta bonanza, como consecuencia del intervencionismo de la dictadura de Primo de Rivera, y ello a pesar de la duras condiciones laborales –véase al respecto la alta siniestralidad laboral– que padecían.

El baile siempre ha sido una válvula de escape para la sociedad en general, y para las clases sociales más desfavorecidas en particular. Cualquier excusa, y máxime en una festividad local, constituía la espoleta perfecta para su detonación. Los “locos” años veinte son un buen ejemplo de ello. En Sama, y a la espera de tiempos mejores, que tardarían en llegar, supieron hacer una buena despedida de tan icónica, para el baile y la música en general, década.

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