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Carlos Cuesta

A contracorriente

Carlos Cuesta

Regreso a Barbonia

Relato sobre la vuelta de un inmigrante a su tierra natal

Barbonia sigue postrada en su valle de siempre, quizá desde el lejano cuaternario con su anfiteatro natural por donde desciende animoso el río Melsos, el viejo cauce de raíz romana y las atrayentes montañas que lo rodean. Es un territorio mítico, simbólico y pleno de historia personal. Así lo apunta Lorenzo Rodrigálvarez Olay. Tras muchos años en tierras mexicanas, concretamente en la ciudad de Veracruz, este emigrante de estilo, carácter y compostura regresó a su enclave natal para arrastrar con fruición todos los recuerdos almacenados en su mente bulliciosa y aprovechar su estadía para recorrer los íntimos lugares de su adolescencia feliz y reencontrarse con su familia y los amigos de entonces. En Barbonia ya no queda nadie de su tiempo dichoso. Ni familiares ni amigos. Es la ley de la vida. Todos muertos, salvo unos parientes lejanos que le contaron el suceder y los avatares en las últimas décadas en este valle bucólico y apacible. Lorenzo Rodrigálvarez Olay se sintió muy afectado por tanta ausencia y se mostraba como un fantasma perdido en la niebla de su solar de nacencia. Deambulaba por el territorio con la observación del forastero. Las calles, las plazas, la Avenida mayor, el Parque, el paseo fluvial y el propio paisaje de envoltorio verde, se encontraban desiertos, fríos y faltos de la galanura de otro tiempo. Nada es igual. El tiempo todo lo transforma, todo lo cambia. Hasta el aire de esta mañana invernal es distinto, cuando el oreo y la corriente espacial de aquellos años juveniles contenía un soplo abierto y decidido.

El paso del Nalón por Puente de Arcu, en Laviana. | C. Cuesta

Lorenzo Rodrigálvarez Olay regresó a su Barbonia de tiempos mejores, eso pensaba él, y mientras caminaba en su soledad sosegada, su cabeza pensante no cejaba de recorrer en plano secuencia, historias y momentos de antaño cuando la felicidad era consustancial con su ánimo y las amistades conformaban grupo y pasión. Para nuestro protagonista de este relato breve, Barbonia ya no existe, es la consumación de un tiempo que se escapó como el agua gotea de los bolsos de su chaqueta azul. No existe identidad, huella o reflejo directo de lo que un día un tiempo representó Barbonia. Tasio, Celdrán, Facundo, Cirilo, Xata, Carlones, Apolinar, Eladia, Menchu, Marita, Generosa, María Luisa, Senén, Gonzalo, Alegría, Sara, Tolina, Wenceslao, Eduardo, Afrodisio, José, Alonso, Rodrigo, Cuqui, Armandín, Gaspar, Víctor, Ángel, Custodia, Lola, Julio, Mino, Paco, Félix, Leonor, Italia, Darío, Carolina, Julia, Ambrosio y Tomás... entre nombres infinitos de proximidad y afecto suponen esos amigos expatriados que viven la ausencia infinita.

Y allí en el camposanto o ciudad de los muertos, Lorenzo Rodrigálvarez Olay pasó unas horas entre plegarias y oraciones reclamando a la Virgen patrona paz a los fallecidos y ventura a los presentes para construir una Barbonia como en otro tiempo. Pero ya lo dijo el poeta. En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. La vida sigue su ciclo y no hay forma de pararla. Y en el cementerio de Barbonia, Lorenzo Rodrigálvarez Olay se sintió como un alfaqueque, un liberador de su dicha contenida. ¡Es la pura existencia!

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