La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tomás Fernández Antuña

Gracias, Aquilino

La despedida para una vida luchada, comprometida, muy generosa y, sobre todo, incomprendida

Para algunos momentos de la vida no existen las palabras. Nunca antes he sentido la necesidad de expresarme desde el abatimiento más profundo. Nunca antes me he atrevido a hacerlo desde el intenso dolor que tu pérdida me ha producido, pues considero que es el dolor el sentimiento más íntimo que una persona puede experimentar a lo largo de su vida. Por eso me negué al principio a violar mi propia intimidad escribiendo esto. Pero aquí estoy, contradiciéndome a mí mismo y sucumbiendo al impulso de hacer público lo que para mí has representado.

Jamás me imaginé sentado en el salón de tu casa, con el crepitar de la chimenea a mis espaldas, en ese mismo lugar donde cada noche iniciábamos una conversación de una hora en la que juntos planificábamos el día siguiente para que todo funcionara en El Entrego y en La Habana; los dos lugares que han sido los paréntesis de tu vida. Una vida luchada, comprometida, generosa pero, sobre todo, incomprendida. Porque tengo la sensación, mi querido amigo, de que a ti nadie logró comprenderte del todo. Y, sin embargo, a ti te tocó comprender a todo el mundo. Por eso, a todos quienes tuvimos el privilegio de conocerte, nos queda una extraña sensación de deuda ya que nadie, absolutamente nadie, fue capaz de corresponderte y estar a la altura de lo que tu aportabas.

No eras fácil, amigo mío. Pero nada de lo que merece la pena en esta vida lo es. Y nadie que se precie de haberse considerado amigo tuyo, lo ha sido plenamente sin mediar distanciamientos y confrontaciones. Pues uno de tus requisitos para considerarlo amigo, era el reconocerlo desde la diferencia. Algunos supimos entenderlo y otros jamás lo han entendido. Ellos se lo pierden.

A Daniel se le ha muerto su padrino y a mí se me ha muerto ese hermano mayor que la vida me regaló y que ahora me arrebata justo el mismo día en que se cumplían veinte años de la muerte de mi hermano pequeño. Ahora vuelvo a estar, de nuevo, huérfano de hermanos.

Hay cosas que no queremos que pasen pero tenemos que aceptarlas. Hay cosas que no queremos saber pero tenemos que aprender de ellas. Hay cosas extrañas que se anuncian sin presentarse, que se intuyen sin evidencias pero que nos cuesta digerir. Y tu muerte es una de ellas.

Gracias por apoyarme y defenderme siempre, ante todo y todos. Gracias por confiar en mi desde el principio. Gracias por enseñarme que la mediocridad termina flotando como la basura en el agua, y es entonces cuando uno puede ignorarla o combatirla sin ensuciarse con ella. Gracias por enseñarme que la palabra socialista se escribe en la casa del pueblo y no en un mitin o en un coche oficial. Gracias por hacerme entender que el pragmatismo no es nada sin la dignidad y los principios. Gracias por evidenciarme que sin credibilidad uno es menos que nada. Gracias por entender que desde ese pueblo que nos vio nacer se puede proyectar el éxito empresarial cruzando todo un océano sin renunciar al origen y desde la discreción más absoluta, sin titulares, sin reconocimiento alguno. Y gracias por darme el ejemplo de que en cualquier emprendimiento empresarial el camino a seguir es mucho más importante que los objetivos a lograr, pues no hay empresa que merezca la pena si no lleva implícita una visión social de la misma. Gracias, en definitiva, por enseñarme que una cosa es ganar dinero y otra bien distinta generar riqueza. Cuántas luchas has librado tú en este terreno y cuán incomprendido te has sentido por esos mediocres que solo entienden su propia realidad.

Me dejas demasiado pronto. Me dejas solo aunque bien acompañado por aquellos sin cuyo apoyo y compromiso los éxitos logrados no serían lo mismo, por eso es tan necesario que me sigan acompañando, no solo para consolidar lo ya hecho, sino para hacerlo crecer. Ese es el mayor homenaje que podríamos hacerte. El tiempo dirá.

Nuestra amiga Gilda me escribía el mismo viernes que salimos de La Habana que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida. Quizá por eso aún sigo sin creerme que te hayas ido.

Compartir el artículo

stats