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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Madrid, Madrid, Madrid...

Las próximas elecciones se cuelan entre los temas de conversación más recurrentes

No hace falta arrugar mucho la frente para saber con certeza cuáles son los temas que interesan más a la población. Sobresale, como siempre, el binomio fútbol política, o al revés, según las ocasiones; si bien, en estos últimos tiempos se ha incorporado un nuevo visitante y, además con una fuerza inusitada: no en balde el coronavirus ha dejado ya más de 2,7 millones de muertos en el mundo, una letalidad que continúa extendiéndose por todas partes, a la vez que hace estragos serios en nuestras conciencias. Hasta el punto de interiorizar que, cuando por fin se vaya el bicho (y cuántas ganas tenemos todos de que eso ocurra), nuestros hábitos de vida habrán cambiado tanto que apenas nos reconoceremos en esa nueva época.

De modo que los medios de comunicación y las conversaciones ciudadanas siguen discurriendo en torno a la incógnita de quién será el próximo campeón de liga: que si el Atlético lo tenía a tiro, pero ahora ya le disparan de muy cerca el Barcelona y el Madrid, o sobre qué tipo de variantes se acabarán imponiendo: que si la británica, la sudafricana o la brasileña, sin olvidarnos de otras que parece que vienen arreando fuerte.

En esta ocasión la tertulia mañanera a la que soy tan aficionado decidió centrar su saliva en torno a las próximas elecciones que se van a celebrar en Madrid. A diferencia de otras veces, solo éramos dos personas las que debatíamos al calor de dos tazas de café (el mío un descafeinado, para no variar), y es que el dichoso virus ha destruido, entre tantos otros estropicios como sigue causando a diario, cualquier intento de socializarnos.

Comenzamos admitiendo que la realidad no invita mucho, precisamente, al optimismo, así que nos consolamos diciendo que la capital del país no iba a ser una excepción. De ahí pasamos a hacer un repaso sobre el perfil de los candidatos y de los partidos a los que representan. Como era lógico, valoramos la posible incidencia de Pablo Iglesias, la energía de su discurso, las cloacas que comienza a destapar; la moderación y buenas formas del candidato socialista; los vaivenes continuos de Ciudadanos y del PP; así como otros aspectos de la campaña y, sobre todo, lo que podría representar un gobierno mixto de Ayuso con Vox.

En ese momento mi interlocutor se refirió a un comentario que había escuchado recientemente en un medio de comunicación acerca de la naturaleza de Vox, y me hizo me hizo la siguiente pregunta: “Tú qué crees, que Vox es, como dicen, un partido de la derecha dura o más bien de la extrema derecha? Yo le respondí que en cualquier análisis lo más importante no son las palabras que empleemos, sino las acciones que les sirvan de fundamento. A continuación le planteé un interrogante: ¿una praxis racista, frenando la inmigración; la derogación de las leyes de género; o el intento de supresión de la ley de memoria histórica, a la vez que se aboga por homenajear a quienes lucharon del lado del dictador Franco, entre otros puntos negros de su programa, no demuestran de un modo suficiente que sus raíces surgen de la barbarie? Y no parece difícil convenir que la barbarie tiene conexión directa con el fascismo, recalqué.

Pronto convinimos en que era así. Después cambiamos a un tercio de banderillas más alegres, imaginando que Ayuso no iba a resultar ganadora y que, por tanto, no podría hacer suya la letra del famoso chotis: “Cuando llegues a Madrid, chulona mía / Voy a hacerte emperatriz de Lavapiés / Y alfombrarte con claveles la Gran Vía / Y bañarte con vinillo de Jerez”.

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