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El puente

Última carta a Ángel Claudio Villa

El fallecimiento del langreano afincado en León, donde fue concejal

Querido amigo Villa.

Bien sabes que nuestra amistad para nada se interrumpió desde que te fuiste a trabajar a tierras leonesas. Se mantuvo, a lo largo de los años, afectiva y sólida, desde los días en los que comenzamos a compartir quehaceres laborales en el Banco de Asturias.

Cuando te trasladaron a León para ocupar cargos de responsabilidad, cumpliste tan bien, que hasta te fichó otra entidad bancaria. Desde entonces, muchas y largas fueron nuestras conversaciones telefónicas y, los esporádicos encuentros aquí en Sama, los celebrábamos como si fueran días de fiesta.

Mi visita a León, tantas veces proyectada y siempre abortada casi en el último instante, ya no será posible, pero nos quedan los recuerdos de aquellos otros improvisados “picoteos” a los que nos invitaban amigos de Paniciri, Pozobal, o El Cabu, donde un buen chorizu de casa, en primavera y verano, o un caldo reparador en el crudo invierno, nos sabían a gloria.

Cuando supe que te había tentado la política en 2011y tú aceptaste el envite, escribí en estas mismas páginas de LA NUEVA ESPAÑA, un artículo en el que puse las cosas claras. Me alegraba que un buen amigo llegase al Ayuntamiento de León, ciudad tan entrañable para mí, sin importarme que las siglas bajo las que irías, nada tuvieran que ver con mis ideas. Lo fundamental residía en quién y cómo era el candidato. Y, desde el conocimiento de la persona, y del mundo de la política, mostré mi plena confianza en tus valores personales. El tiempo lo confirmó punto por punto.

Años después te escribo esta última carta desde sentimientos encontrados: de un lado, la pena de tu irreparable pérdida; de otro, la alegría de poder ratificar, en estos tiempos de tancredismos, cambios de chaqueta y oportunismos a la carta, tus valores como persona, tu valía profesional, tu decencia política, y tu entrega a los amigos.

Nada diré sobre las confesiones que, a posteriori, me hiciste sobre alguna de las experiencias que viviste, si acaso ratificar que te fuiste sin que ni siquiera una ligera nube de nostalgia, quedase suspendida en tu mente.

Para Begoña, tu esposa, para tus hijos Marián, Ángel y Begoña, y nietos, así como para tu hermano Jacinto, mi abrazo más entrañable y mi pesar más profundo con el que me uno a su dolor.

Viviste y trabajaste en una gran ciudad, y ella se ha ofrecido como tu última morada. Es una gran tierra como, sin duda, pudiste comprobar, la misma que, ahora, te acoge y, el Langreo que te conoció, se honra porque has sido un gran embajador. Ser buen langreano desde la cuna y buen leonés hasta tu muerte, son timbre de gloria en medio del guirigay de banderías y aislacionismos de conveniencia.

De ahora en adelante, para mí, ese León de mis amores, no solo serán los años de internado en los maristas y de la adolescencia allí vivida, o los veranos disfrutados muchos años después, y las presentaciones de la revista Rey Lagarto. Es también el lugar donde reposan algunos amigos inolvidables, entre los que, desde ahora, te cuentas tú,

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