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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Víctimas de tres guerras

La historia de tres niños langreanos que partieron en 1937 hacia la Unión Soviética

El 23 de septiembre de 1937 partía del puerto de Gijón un carguero con mil cien niños y niñas rumbo a Francia, donde tomaron otro barco que los llevaría definitivamente a la entonces Unión Soviética. Eran los llamados "niños de la guerra", que, huyendo de una cruel guerra civil, pronto se encontrarían con un conflicto mundial aún más terrible y devastador.

Tres hermanos langreanos, Honorina, Libertad y Ramón, formaban parte de aquel forzado exilio infantil; tenían doce, siete y cinco años, respectivamente.

Su padre, Sabino Fernández fue concejal en el Ayuntamiento de Langreo durante la II República; participó en la Revolución del 34 y se hizo maquí tras la caída del frente del Norte. En 1956, se desplazó a Rusia para hacerse cargo de su nieto Miguel.

En su larga estancia en Rusia, los tres hermanos residieron, estudiaron y trabajaron en distintas ciudades, entre otras, Leningrado, Moscú, Saratov. También estuvieron en la Cuba revolucionaria de los primeros años.

En el exilio convivieron con personas de las nacionalidades y culturas más diversas. Y en todos los lugares han sido muy bien acogidos. Para los rusos, siempre fueron "los niños de la heroica España republicana".

Asimismo, un elevado porcentaje pudieron cursar estudios superiores, algo muy difícil para ellos en la España de aquellos años. Así, los tres hermanos langreanos hicieron carreras universitarias: Honorina es médica, Libertad, economista y Ramón, ingeniero industrial. Por ello le estarían "eternamente agradecidos" al pueblo soviético.

En 2001, Libertad publicaba "Memorias de una máquina de escribir", que es la metáfora de un compromiso familiar: sus padres le habían regalado esa "máquina portátil, pequeña y ligera" para que les contara los avatares de aquel azaroso viaje.

Libertad destaca también en estas memorias que aquellos niños estudiaban y crecían con la idea de regresar pronto a España. Y aunque procedían de distintas regiones nunca había oído expresiones regionalistas, todos se sentían simplemente españoles. Tampoco faltan en el libro las notas críticas. Por ejemplo, desvela la existencia de un gulag (campo de concentración) para científicos y artistas: una de las prácticas represivas del stalinismo de las que la autora se percataría años más tarde.

Por otra parte, muchos de aquellos "niños de la guerra" volvieron a España en 1956, tres años después de la muerte de Stalin, y después de 1991, cuando el imperio soviético se había desmoronado.

En los últimos meses, los supervivientes han sufrido los efectos colaterales de una tercera guerra: acaso un episodio menor en sus muy accidentadas biografías.

En efecto, el 25 de febrero pasado, un día después de que Vladimir Putin ordenara lanzar la primera bomba contra Ucrania, la Unión Europea promulgó una serie de sanciones, entre ellas se prohibía aceptar depósitos nacionales rusos o de otras entidades establecidas en ese país, si el valor de los depósitos era superior a los 100.000 euros.

Por tal motivo, algunos bancos retuvieron indebidamente las modestas pensiones que recibían del Gobierno ruso: entre 150 y 250 euros mensuales. Y uno de los adalides de la protesta contra esa retención injusta fue precisamente el hijo de Honorina, Miguel Bas, un periodista internacionalmente reconocido. Parece ser que el problema está ya prácticamente solucionado.

De los tres hermanos langreanos sobreviven dos: Honorina, de 97 años, que reside en el barrio madrileño de Santa Eugenia, y Libertad, de 92, que vive en una residencia de Gijón. Ramón ha fallecido hace unos meses.

En definitiva, aquellos niños expatriados, que hace 85 años salían del puerto de Gijón, han sido a la vez víctimas y testigos, memoria e historia de un destino y unos escenarios donde se dirimieron algunos de los acontecimientos más relevantes de la convulsa historia del siglo XX.

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