Es fácil deducir que el arte no figurativo es una evolución del arte figurativo. En uno de sus desarrollos, la abstracción geométrica, por ejemplo, se supone que todo empezó con aquella visión de Cezanne de reconstruir en figuras geométricas las formas de la naturaleza, tratar a la naturaleza mediante el cilindro, la esfera y el cono, en un despojamiento encaminado hacia el nervio de la forma, la estructura esencial; los cubistas aprovecharon la visión para deconstruir las formas aparenciales para luego reconstruirlas expresivamente a su manera, aun en la figuración, y luego, constructivistas, suprematistas y neoplasticistas concluyeron, con distintas claves creativas, que una estética de relaciones entre figuras geométricas, espacios y colores podía producir por sí sola, con medios puramente pictóricos, emociones plásticas y, siendo por ello el arte de las formas contenido al mismo tiempo, no se necesitaba el aditivo del tema y eso era abstracción.

María Braña es una artista que en muy poco tiempo ha conseguido producir una obra de notable entidad, e indudable interés y personalidad, dentro de la abstracción geométrica de nuestro tiempo, una tendencia que, heredera de las vanguardias históricas, tiene entre otras particularidades el haber encontrado en la técnica digital un instrumento admirablemente adecuado para replantear, ampliar o enriquecer el repertorio de imágenes creadas por los clásicos. Ha evolucionado en poco tiempo y con brillantez, después de haber dejado atrás lo que quizá fueron inseguridades o injustificados prejuicios hacia la nueva técnica que en determinado momento la llevaron a intentar el imposible de conciliar la pureza formal de la geometría con fingidos tics expresivos, gestuales vibraciones corporales obtenidas, paradójicamente, también por la vía del ordenador. Superado aquel momento, camina ahora con la seguridad y la solvencia de su buen «ojo plástico geométrico» (que era expresión de los griegos), lo que le ha permitido obtener primeros premios en recientes certámenes y ahora presentar una excelente exposición en el Centro Municipal de Arte de Avilés.

Ha conseguido la artista asturiana crear un orden geométrico propio, coherente y estéticamente sugestivo dotado de claridad, equilibrio y lógica estructural en la construcción de formas, en sus relaciones y las relaciones con el color, que les presta carnalidad pictórica y que, incidentalmente, emite señales, violeta-azul, rojo-naranja, de emociones «rotkhotianas». Presenta dos series de obras bien diferenciadas y curiosamente una de ellas parece cercana al constructivismo, de carácter más estático, y la otra, esencialmente dinámica y lírica, es más de inspiración suprematista, aquella aérea «imaginería cósmica» de navegación que idealizaba Malevich. A la primera pertenecen las piezas que profundizan en el círculo, espacio en que venía moviéndose su obra reciente y las relaciones de intersecciones, sectores, formas contenidas en oras formas, configuraciones estructuradas en notable variedad y diversas soluciones, con el color apoyando esas relaciones y reforzando la sensación de materialidad y fijeza en el espacio. Es más sugestiva, también por lo novedosa, la otra familia de obras, los encadenamientos de diferentes figuras, ballets poligonales de simplificación de líneas sin volumen y alada desnudez minimalista, a cuya magia dinámica y navegación hacia un espacio incierto contribuye en mucho la técnica digital.

Eso, algunos intercalados guiños op art con sugestiones moaré, en justa medida como lo son los cromáticos, una prueba de la tentación de pasar a las tres dimensiones el sentido de la obra y un conjunto de veinte cubos de acero cortén y cerámica que pensé que se podrían cambiar de posición como el de K, es lo que da de sí, y es mucho, esta exposición de María Braña.