Hubo un puñado de autores argentinos que fueron producto de la emigración española a esa tierra prometida desde mediados del siglo XIX. Entre los de origen asturiano se encuentran algunos considerados importantes allí y no demasiado conocidos aquí, como Pablo Suero o los hermanos González Tuñón. En la apacible senectud, durante los primeros años setenta, el más joven de los hermanos Tuñón, Raúl, le concedió varias entrevistas al periodista y escritor Horacio Salas. «Conversaciones con Raúl González Tuñón» se publicó en 1975, pocos meses después de la muerte del entrevistado y poco antes de que los sables tomaran estruendosamente la casa, y en el libro queda registrada la importancia que tuvo para el escritor su origen asturiano.

«¿Quiénes eran tus padres?», le pregunta Salas, y Raúl responde: «Eran dos inmigrantes españoles que vinieron a los catorce años y se casaron enseguida [?]. Ella vino con Manuel Tuñón, minero asturiano, un abuelo fabuloso que llegó con su gran barba. Y mi padre venía a encontrarse con los hermanos mayores que ya estaban en Buenos Aires». Sus padres, que como tantos otros emigrantes asturianos llegaron adolescentes en busca de una oportunidad, lucharon a brazo partido por conseguir para sus hijos mejor formación que la que ellos tenían. Trabajaron duro y la familia creció, poco más o menos, a vástago por año hasta un total de siete. La madre se murió muy pronto, en 1913, por lo que Raúl, que era de los hermanos más jóvenes, fue criado por el padre con la ayuda de Tita, una de las hermanas mayores.

Nacido en 1905 en el barrio más lunfardo de Buenos Aires, en pleno Barrio Once, Raúl compartió espacios y aventuras -años más tarde también amistad y profesión, quizá incluso mesa en el periódico Crítica- con Carlos Muñoz del Solar, más tarde convertido en Carlos de la Púa o El Malevo Muñoz, autor de los poemas de La crencha engrasada, el libro que crisolizó melancolía y golfería convirtiéndolas en quintaesencia de la lunfardía, hasta el punto que durante su viaje de 1933 para presentar "Bodas de sangre", Federico García Lorca se interesó por los poemas que contenía: «Barrio mío, donde garabateé con tiza / robada del colegio: 'Yo la quiero a Adelita', / 'Abajo el Cachirulo', 'Boicot al Pataliza', / 'El que lee esto es un?', 'Toto afila con Lita'», reza una parte del poema que El Malevo Muñoz le dedicó al barrio.

Raúl González Tuñón no conoció a su abuelo paterno, Estanislao González, más que a través de lo que le contó su padre, pero influyó bastante en su vida. En su libro "La calle del agujero en la media" le dedica un poema, y allí dice que era imaginero: «Qué hermosa profesión y qué hombre más borracho. / En las tabernas, en los hospitales, hacía sus imágenes. / Cristos llagados y vírgenes sensuales». Sin embargo, con el abuelo materno, Manuel Tuñón, socialista y natural de Mieres, pasó mucho tiempo de niño: «Era un obrero del bronce / aquel que en Mieres nació. / Fuese a América con barba / pero allá se la quitó. // Tenía yo nueve años / cuando un día me llevó / por entre los sobresaltos / de una manifestación. // Así nací al socialismo, / así comunista soy, / así sería si viviera / mi abuelo Manuel Tuñón», comienza el poema que abre su libro «La rosa blindada».

El joven escritor entró a trabajar en el diario «Crítica» hacia 1925 y pronto se hizo un personaje dentro de la bohemia porteña. Viajó por Europa, como casi todos los escritores latinoamericanos de su tiempo, y estuvo en el París de 1929 en compañía del periodista y guionista Sixto Pondal Ríos. Empezó también a publicar sus primeros poemarios: «Amo los rincones canallas y las mujeres perdidas / y los lanchones de aguafuerte, sombríos / y los mares y los ríos / y los puertos. / Amo también a Ruth, la camarera / que tiene unos ojos muertos / en la máscara trágica de su cara de cera. / Yo fumaré con ella / en un sucio camastro, / para soñar que es una estrella», rezaba un poema impresionista de su libro «El violín del diablo» que a Roberto Arlt le gustaba citar. Hermano de Enrique González Tuñón, poeta muerto prematuramente en 1943 a consecuencia de la tuberculosis, empezó en «Crítica» de la mano de éste y tuvo luego entre sus páginas mucha presencia: viajó como corresponsal del periódico a la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay y más tarde a la de España, donde ya había estado en 1935 y había entablado amistad con todos los escritores importantes de su generación. Con el corazón partido entre los grupos de los dos barrios que los jóvenes escritores argentinos de su tiempo habían tomado como banderas: Florida y Boedo, supo siempre nadar entre dos aguas para salvar su literatura, comprometida, sí, pero también vanguardista y viajera. Los señoritos vanguardistas de Florida, entre los que se encontraba Jorge Luis Borges, hacían la revista «Martín Fierro» y satirizaban al grupo del barrio proletario de Boedo, partidario de una literatura de compromiso social, entre los que Raúl tenía amigos como Nicolás Olivari. En 1962, al escribir el prólogo a la segunda edición de «La rosa blindada" dejó, sin embargo, las cosas bastante claras: «Si es cierto -sostenía allí- que entre otras cosas no siempre explicables la poesía es el diálogo del hombre con su época, hago mío ese concepto. Pero aclaremos, esa actitud no excluye el otro sentido, la otra constante de mi vida y de mi poesía: los sueños, el amor, la aventura total del espíritu».

Durante su viaje de 1935 a España escribió «La rosa blindada», un libro que vuelve con sus poemas la mirada a la Revolución de Octubre del 34 y se subtitula «Homenaje a la insurrección de Asturias y otros poemas revolucionarios», y durante aquel viaje y el que haría a principios de 1937 para cubrir la guerra civil española trataría mucho con Miguel Hernández, en quien, como señala Eutimio Martín en «Oficio de poeta», biografía dedicada al de Orihuela, influyó más que Pablo Neruda para que cambiara de registro poético y se orientara a una poesía de compromiso («hay veces -parece que le dijo un Hernández ya convencido- en que efectivamente la poesía deviene un arma»). En 1935 González Tuñón está en Madrid con su mujer Amparo Mom y frecuenta la tertulia de Correos, trata con Federico García Lorca y Pablo Neruda, con los que había coincidido en Buenos Aires, y también con León Felipe, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Luis Cernuda, Serrano Plaja, Emilio Prados, César Arconada y un larguísimo etcétera, y durante ese tiempo va dándole forma a «La rosa blindada». Con los acontecimientos de Octubre de 1934 tan recientes no es de extrañar que le dedique un puñado de poemas a la revolución que había sacudido la tierra de la que habían salido sus padres y su abuelo Manuel.

Durante los años cuarenta y cincuenta, por el corte urbano de su poesía, se convirtió en un autor admirado e imitado por los poetas más jóvenes. Colaboró durante muchos años en las páginas culturales del diario «Clarín» y fue muy consciente, hasta el final, de aquello que decía en «Veinte centavos en la ranura», seguramente su poema más citado: «Y no se inmute, amigo, la vida es dura, / con la filosofía poco se goza. / Eche veinte centavos en la ranura / si quiere ver la vida color de rosa». Murió en agosto de 1974, muy poco antes de poder ver impreso el magnífico libro-entrevista que le hizo Horacio Salas. Era su deseo que la Argentina no volviera a ser gobernada por militares, así que, en este sentido, se puede decir que se murió a tiempo. Nos quedan sus poemas, a menudo vibrantes y aventureros, siempre interesantes; y a los asturianos, muy especialmente, nos queda el ramillete de versos dedicados a la Revolución del 34, de los que aquí reproducimos una muestra.

La libertaria

A la memoria de Aída Lafuente,

muerta en la cuenca minera de Asturias. Madrid, 1935.

A Eduardo Ugarte.

Estaba toda manchada de sangre,

estaba toda matando a los guardias,

estaba toda manchada de barro,

estaba toda manchada de cielo,

estaba toda manchada de España.

Ven catalán jornalero a su entierro,

ven campesino andaluz a su entierro,

ven a su entierro yuntero extremeño,

ven a su entierro pescador gallego,

ven leñador vizcaíno a su entierro,

ven labrador castellano a su entierro,

no dejéis solo al minero asturiano.

Ven, porque estaba manchada de España,

ven, porque era la novia de Octubre,

ven, porque era la rosa de Octubre,

ven, porque era la novia de España.

No dejéis sola su tumba del campo

donde se mezcla el carbón y la sangre,

florezca siempre la flor de su sangre

sobre su cuerpo vestido de rojo,

no dejéis sola su tumba del aire.

Cuando desfilan los guardias de asalto,

cuando el obispo revista las tropas,

cuando el verdugo tortura al minero,

ella, agitando su túnica roja,

quiere salir de la tumba del viento,

quiere salir y llamaros hermanos

y renovaros valor y esperanza

y recordaros la fecha de Octubre

cuando caían las frutas de acero

y estaba toda manchada de España

y estaba toda la novia de Octubre

y estaba toda la rosa de Octubre

y estaba toda la novia de España.

La muerte del Roxu

A León Felipe.

Sobre riachuelos de sangre

y cadáveres desiertos

voy a hablar con los soldados

porque son hermanos nuestros.

Entre ventanas cerradas

entre sótanos despiertos,

entre grillos calcinados,

entre pájaros resecos,

entre coágulos de lágrimas,

entre encajonados vientos,

voy a hablar con los soldados

porque son hermanos nuestros.

Sobre lunas mancilladas,

sobre reventados pechos,

sobre tibias cucarachas,

sobre serpientes de acero,

sobre pinos lastimados,

sobre mutilados sexos,

voy a hablar con los soldados

porque son hermanos nuestros.

El "Roxu" llegó al cuartel

más de fervor que de hueso,

azules ojos celtíberos

y canciones de los puertos.

Resabios de un viaje a América,

oh, corazón desenvuelto.

Color perdido en la mina

y recobrado en el fuego.

El "Roxu" llegó al cuartel

y ocho fusiles pusieron

ocho condecoraciones

de sangre sobre su pecho.

La sangre cayó a la tierra

de la cuenca de su pecho.

La tierra se fecundó

con la sangre del minero.

Como era tierra de Asturias

entre sus granos nacieron

miles de puños cerrados

y corazones abiertos.

Cuidado, que viene el tercio

A César Arconada.

La Legión ha entrado a España.

Hombre, cuida tu mujer,

obrero, guarda tu casa.

Mira que vienen los lobos

con el desierto en el alma.

Pobre colono, defiende

tu finca, la hipotecada,

que no te van a dejar

ni verdura ni majada.

La Legión ha entrado a España.

Cierra, pequeño burgués

tu tienda de renta flaca.

Guarda tu novia, muchacho,

de la hez condecorada.

Prostituta, ten cuidado

que no te invadan la casa

los rufianes de la arena

que pegan, pero no pagan.

La Legión ha entrado a España.

Cura, cuida tu sobrina

y el tesoro de tu arca.

Tahur, ándate a los puertos

que para fulleros basta.

Bodeguero, tus corambres

esconde en la cueva vasta

que ya vienen los que traen

el desierto en la garganta.

La Legión ha entrado a España.

Que ya vienen galopando

sobre la angustia de España,

asesinando palomas

y fusilando cigarras,

que ya vienen galopando

sobre la angustia de España

los soldados enemigos

de la dignidad humana.

La Legión ha entrado a España.

La copla al servicio

de la revolución

A Miguel Hernández.

Los toreros son monárquicos,

los frailes también lo son.

¿Y los mineros de Asturias?

¡Viva la revolución!

En Mieres nació mi abuelo,

mi abuela en Pola de Siero.

La capital de mi sangre

se debe llamar Oviedo.

Los moros llegan a Oviedo

-la que siempre estuvo verde-

matan a los españoles,

y violan a sus mujeres.

Camaradas, cómo arde

la ceniza de los muertos.

De los muertos de la cuenca

que la del Tercio no vale.

En aguas de Covadonga

se bañan los Regulares.

Los señores en Mallorca

y los mineros en sangre.

No cantes ni cante jondo

ni copla de Romancero.

Canta "La Internacional"

que ya cambiaron los tiempos.

Al vasco y al catalán,

al gallego y al murciano

dadle también un fusil.

Él también es asturiano.

En Octubre no hay verbenas,

que no son de la estación.

Octubre quiere decir

¡viva la revolución!