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¿Por qué no vivir a gusto?

En Los grandes placeres el profesor Giuseppe Scaraffia recurre a algunos emblemas literarios para ilustrarnos sobre las razones por las que merece la pena existir

¿Por qué no vivir a gusto?

Si dijese aquí que esta deliciosa colección de pequeños ensayos o artículos del doctor y profesor Scaraffia (Turín, 1950) es un libro de autoayuda, no diría la verdad exacta, pues "autoayuda" es un término con connotaciones cada día más pedestres. Y, sin embargo, es un libro de autoayuda, si entendemos por tal un conjunto de indicaciones para que uno se lo pase estupendamente sin necesidad de arruinarse en orientales delicias, de viajar a países cuya ubicación en el mapa cuesta hallar o de componer una cara de idiota feliz a quien todo le parece muy bien porque vive en el mejor de los mundos posibles y todo es en él maravilloso e inmejorable. Es un libro de reflexiones, aunque no de reflexiones de Scaraffia exclusivamente, más bien al contrario. Si quitásemos del mismo las citas, el volumen contaría, qué sé yo, con 50 páginas o menos. Pero la gran aportación del feliz autor es haber leído todo lo que se escribió de bueno y bien sobre los "grandes placeres", haberlo anotado y habérnoslo servido en modo de lectura fácil, amenísima. Scaraffia es uno de esos sabios que trabaja para el deleite propio, aunque, incapaz de contener las alegría que le llena, lo convierte en transitivo y lo comparte para beneficio del lector. Alabado sea.

¿Y cuáles son esos "grandes placeres"? Basta el índice: beso, bicicleta, café, perro, chocolate, dieta, elegancia, faro, flores, jardín, glotonería, lágrimas, mapa, olor, paseo, senos, seda, sobriedad, deporte, tatuaje? Aquellos a los que se entregan, como reza el poema de Borges que abre el libro, esas personas, que se ignoran, pero están salvando el mundo: el que cultiva su jardín, "el que agradece que haya música", "el que acaricia a un animal dormido", "el que prefiere que los otros tengan razón". Para ilustrar ese gozar del mundo, Scaraffia insiste con sus autores de cabecera. Proust, "que una noche llegó a pedir al portero galoneado del Ritz un billete prestado para luego dejárselo de propina". Dumas: "Quien pega al perro golpea al amo". Conrad: "El mar no ha sido nunca amigo del hombre, como mucho ha sido cómplice de su inquietud". El gran vividor Rossini, explicando cómo nació la expresión "Tournedó Rossini": "Dado que el cocinero no se atrevía a empuñar la sartén en su presencia, el músico exclamó: 'Pues bien, hágalo volviéndose hacia el otro lado, tournez moi le dos!' Es decir, deme la espalda". Gide, "emblema de la homosexualidad en la cultura", no pudo ver cómo un bromista "mandó al católico Maurois, que había reprimido sus análogas inclinaciones, un telegrama que hizo reír a todo París: 'El infierno no existe STOP Puedes disfrutar STOP Avisa a Claudel. Firmado: André Gide". Citas, pues, anécdotas muchas para dar gloria a la gloria de vivir: "Mártir y apóstol del chocolate, el joven Hemingway, voluntario de la Cruz Roja, resultó herido por las esquirlas de un mortero mientras repartía tabletas de chocolate en primera línea, como souvenirs impregnados de la esperanza de un futuro retorno a los placeres de la vida pacífica". El citado Dumas escribe a un amigo durante los muy peligrosos o agitados días de 1832, impaciente por que compartan juntos unos platos que el gran autor había cocinado: "Se dice que habéis sido arrestado y fusilado. Si la noticia es falsa, venid esta noche a cenar conmigo. Si es cierta, venid igualmente". Joyce, Baudelaire, Stendhal, Flaubert, D' Annunzio, Zola? nos ilustran sobre el saber vivir. (Y, como ven ustedes por la época en que vivieron, Scaraffia piensa que todo pasado fue mejor). Y el mal vivir: "Tampoco yo soy un apasionado de la muda limpia", comenta Samuel Johnson a su biógrafo. Disfruten este libro, pero, por favor, no llenen con sus cientos de citas las tertulias a las que asistan, sean elegantes.

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