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Pensamiento

Cien años con Adolfo Sánchez Vázquez

El rastro intelectual de un destacado filósofo español exiliado en México

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Adolfo Sánchez Vázquez (Algeciras, 1915-México DF, 2011). Fue catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), doctor honoris causa por varias universidades de México, España, Argentina y Cuba, Premio UNAM, Premio Nacional de Ciencias y Artes, Gran Cruz de Alfonso X El Sabio, Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, a lo que añadimos que el edificio anexo de la Facultad de Filosofía de la UNAM lleva su nombre. Es decir, uno de nuestros filósofos más insignes; un verdadero sabio, pues siempre fue capaz de explicar con claridad cuestiones muy complejas, sin caer en la pedantería o el escriturismo del posmodernismo.

A los dieciocho años se acercó a la poesía de la mano del Emilio Prados y publicó sus poemas en la revista Octubre, dirigida por Alberti. En 1935 escribió su poemario El pulso ardiendo. La Guerra Civil le obligó a abandonar sus estudios de filosofía e incorporarse a las trincheras. Su destino fue el V Cuerpo de Ejército, comandado por Líster. Allí se encontrará con Miguel Hernández, con el que colabora en el periódico Acero. Combate a los franquistas y a los fascistas italianos en el frente de Teruel y en Cataluña. Después, el 13 de junio de 1939, con 23 años, desembarca del Sinaia en Veracruz, con Pedro Garfias y Juan Rejano, y comienza su exilio en México.

En su exilio se disitnguen varias etapas intelectuales. La primera, de 1939 a 1954, es de un activismo político sin precedentes y de una gran actividad intelectual. Colabora en las revistas Taller, dirigida por Octavio Paz, El Nacional, dirigida por Juan Rejano, y España Peregrina. Concluye sus Sonetos del destierro, en los que polemiza con Gaos. Además, se inicia como crítico literario y ensayista con La decadencia del héroe, en el que fustiga a narradores como Sartre, Kafka, Céline, Giono, Snoch y Queanau. Le seguirá Miseria y esplendor de Gogol y sus indagaciones sobre el teatro de Corneille. Sus textos sobre Neruda, Machado, Unamuno y Ganivet, abren el camino a sugerentes estudios sobre Voltaire o Rousseau. También se ocupa de la alienación del ser humano. Así, en su análisis de El Proceso de Kafka, ve la cosificación del hombre, y en Metamorfosis, la última fase: la animalización a la que nos conduce la sociedad actual

En 1954, con un poema dedicado a León Felipe, su poesía calla y dará comienzo otra etapa hasta 1989. En este periodo se vuelca sobre la filosofía, pero sin renunciar a la literatura, ya que coincidía con Unamuno en que la filosofía española estaba licuada en nuestra literatura. Es el préstamo que la literatura realiza a la filosofía y el empréstito que ésta concede a aquélla. Comienza con sus estudios de estética en Las ideas estéticas en Marx. Y desarrollará la visión de la "praxis creativa" como verdadera actividad del ser humano no sometido a la alienación del mundo actual. A continuación publicará su obra central, Filosofía de la praxis. En la que sentará las bases de un marxismo renovado que enlaza con Labriola, Gramsçi, Mondolfo, Lukács, Korsch y el grupo de intelectuales yugoslavos de la revista Praxis. Es una nueva forma de ver el marxismo, opuesta a las corrientes dominantes y estrujando la undécima Tesis sobre Feuerbach: "Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diferentes modos; de lo que se trata es de transformarlo". Así, Sánchez Vázquez convertirá la praxis en la vara de medir la realidad, el conocimiento, la creatividad y hasta la validez de las teorías. Luego publicó Ética -hoy, con más de treinta ediciones en castellano y traducida a una docena de idiomas-. Trabajo que nació para llenar un vacío en el marxismo y para cubrir una necesidad, la de los estudiantes del mayo francés y los de la plaza de Tlatelolco, cruelmente masacrados, pues carecían de referente en este campo teórico. Después vendrían Del socialismo científico al socialismo utópico, Rousseau en México, Invitación a la estética, De Marx al marxismo en América Latina, Filosofía y economía en el joven Marx, Ciencia y revolución y cientos de ensayos recogidos en A tiempo y destiempo, Incursiones literarias y Filosofía y circunstancias. Es una visión del marxismo que no nace, como en Europa, de la derrota; sino que brota del optimismo de la revolución cubana y del entusiasmo que recorrió Latinoamérica en los años posteriores.

La tercera etapa comenzará en el otoño de 1990, después del encuentro internacional organizado por la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz. Dicho congreso pretendía alcanzar conclusiones sobre la era que se abría con la caída del Muro y la hegemonía de la globalización. Es ahí donde intuyó un tabú -nadie mencionó el nombre de capitalismo, era como si no se pudiera tomar el nombre de Dios en vano- y constató una paradoja -en los momentos que más se necesitaba, nadie hablaba de la necesidad de un nuevo mundo-. Esto le llevó a una polémica con Octavio Paz y dicho congreso, al que calificó de "encuentro para decretar el funeral de Marx". Es a partir de aquí cuando comienza con dos nuevos combates intelectuales.

El primero de esos combates se centró en la necesidad de repensar un nuevo mundo.

La caída del Muro de Berlín posibilitó que el sistema capitalista ya no tuviese rivales y se extendiese por todo el globo. Eso fue teorizado por algunos pensadores afines al Pentágono como "el fin de la historia", Fukuyama, o "el futuro ya está aquí" de Baudrillard. En el fondo subsistía que la historia quedaba cerrada, que ya no había lugar para otro mundo. La utopía neoliberal había llegado, era "el relumbrón utópico del cibercapitalismo", de Don Delillo. Nuestro filósofo se rebeló contra esto y defendió que la historia siempre está abierta, que el ser humano puede cambiarla. Y es cuando acuña tres conceptos:"utopía", "utopismo" y la "utopía del "fin de la utopía"". Por este último entendía la utopía neoliberal de que vivimos en el mejor de los mundos posibles o que habíamos alcanzado el cenit de la historia con la democracia representativa y el mercado como vara de medir y sobrevivir. Defiende la utopía, entendida como todo proyecto posible, realizable, deseable y necesario. Sus palabras son elocuentes: "Un mundo sin utopías, es decir, sin metas, sin ideales, sería un mundo sin historia, congelado en el presente".

Su segundo batallar fue la crítica a la posmodernidad.

Bell había adelantado el "fin de las ideologías" y Lyotard añadió el "fin de los grandes relatos", ideas que difundió la globalización. Así, los pensadores que se proclamaban partidarios de la posmodernidad anunciaron una serie de cadáveres: la historia, el sujeto, la razón, el arte, la novela, los grandes relatos, el proyecto de emancipación humana de la Ilustración... Sánchez Vázquez ve en esas teorías "una conciencia que desmoviliza conciencias", que niegan la emancipación y lucha de la humanidad por un mundo mejor. Esa es la razón por la que carga contra Heidegger, al que considera padre de estas teorías y al que acusa de que le preocupase tanto el Ser con mayúsculas, cuando a pocos kilómetros de su casa se estaba denigrando a los seres humanos en campos de concentración. En todas estas teorías ve el acomodo al sistema, la sustitución de la praxis por la contemplación y la negación de que otro mundo sea posible, todo ello envuelto en una prosa densa y oscura que imposibilita el diálogo y es sólo monólogo; es decir, el escriturismo posmodernista, empeñado en que cuanto más oscuro es lo que se dice o escribe, más profundo resulta. Incluso encuentra un paralelismo entre ellos y los contrailustrados del XIX o la Generación del 98, que vivían el declive que les rodeaba y no encontraban soluciones. En este punto llega a las mismas conclusiones que Fred Jameson de que la posmodernidad es la lógica cultural del capitalismo avanzado, pero le añade un matiz: sólo en el mundo desarrollado, pues en el resto, lo que digan esos pensadores importa bien poco, ya que los seres humanos allí aún tienen necesidades vitales por cubrir, como para preocuparse de las hipotéticas muertes que anuncian esos profetas.

Sánchez Vázquez fue uno de los grandes pensadores de la diáspora republicana. Abordó infinidad de campos de estudio que seguirán sirviendo de enseñanza a generaciones futuras. Y su pensamiento no es que envejezca bien: es de una actualidad inaudita.

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