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Lady Constance Lytton: una sufragista poco común

Una nueva biografía de una de las grandes luchadoras por el voto femenino

Con motivo de las celebraciones en torno al Día Internacional de la Mujer, recordamos aquí a una de las pioneras del movimiento sufragista, de quien el año pasado se publicó una biografía en inglés, Lady Constance Lytton: Aristocrat, Suffagette, Martyr (Biteback, 2015), a cargo de la historiadora británica Lyndsey Jenkins y que fue reseñada por la periodista y escritora Bee Wilson en el London Review of Books.

Wilson comienza su reseña recordando el momento en que la aristócrata intenta grabarse en el pecho la frase "Votos para las mujeres" durante su reclusión en la cárcel de Holloway, en la que ingresó en marzo de 1909 por participar en manifestaciones sufragistas. En esa prisión, Constance Lytton descubrió que su condición noble le hacía recibir un trato preferente por parte del personal, y no le gustó. Ella tenía importantes contactos entre la clase dirigente, como hermana de un conde e hija de un poeta y estadista que había sido virrey de la India. Era su primera estancia en prisión y estaba ansiosa por ver las condiciones humillantes en las que vivían allí las mujeres; en su lugar, la alojaron en el ala de enfermería, donde se vio atendida por otras reclusas de origen más humilde y recibiendo raciones más generosas que sus compañeras. Grabándose las palabras "Votos para las mujeres" con una horquilla, Lytton, nos cuenta Wilson, pretendía demostrar que no era una dama privilegiada sino una "cliente molesta" que no merecía tratamiento especial alguno.

Lo consiguió, pues fue trasladada al pabellón principal de la cárcel. Lo complicado del caso de Lady Constance Lytton, señala el autor de la reseña, es cómo casar los primeros cuarenta años y los últimos catorce de su vida (1869-1923). A partir de 1909 se convirtió en una sufragista muy beligerante. Sin embargo, durante las cuatro décadas anteriores había llevado una vida tranquila, obediente y exquisita. Como cuenta Lyndsey Jenkins en su biografía, en las etapas anteriores a 1909 Lady Lytton no había dado señal alguna de la rebeldía que iba a protagonizar: lanzando piedras, provocando altercados, siendo arrestada y haciendo huelga de hambre. Puede que no fuera una líder carismática, señala Wilson, pero proporcionó al movimiento uno de los actos más osados, al conseguir que la arrestaran disfrazada de "Jane Warton", una mujer de clase trabajadora, con el fin de poner en evidencia la doble vara de medir de las autoridades.

Las huelgas de hambre, recuerda Wilson, comenzaron en junio de 1909, cuando la artista Marion Wallace Dunlop tiró su comida por la ventana de su celda. Negarse a comer era una hábil treta para asegurarse una pronta liberación, ya que el gobierno no quería que muriesen mujeres en las cárceles. Pero en septiembre cambió la naturaleza de la lucha, al introducir el Ministro del Interior británico nuevas medidas que incluían la alimentación forzosa. Al principio, este sistema resultó controvertido, siendo criticado por numerosos médicos e incluso por sectores de la sociedad no proclives a los métodos del movimiento sufragista. El gobierno esperaba que la alimentación por sonda fuera una medida disuasoria para las sufragistas, pero se convirtió en una nueva forma de martirio, a la que solo se sometían las más valientes. Una de ellas era Lady Lytton, quien parecía estar más preparada para soportar esa tortura que algunas de las sufragistas más entusiastas. Aunque por momentos creyó no ser capaz de aguantar más, la abnegación y el dolor parecían ser algo natural en ella.

Cuando Lytton ingresó en la prisión de Holloway por primera vez, nos cuenta Wilson, en realidad ya estaba acostumbrada al sufrimiento y la reclusión. Desde la infancia destacó por su bondad y su tendencia a aliviar el dolor de los demás, y durante la primera etapa de su vida su gran causa había sido su madre, cuyos deseos siempre atendió, por ejemplo abandonando el periodismo, actividad que había emprendido para escapar de la sensación de claustrofobia que sentía en la modesta casa a la que se tuvieron que mudar cuando su padre murió, dejándolas en una situación demasiado precaria para mantener la mansión familiar.

Constance demostró ser especialmente fácil de persuadir con las atenciones de las principales sufragistas y, de hecho, no se unió al ala más moderada del movimiento, como quizá habría cabido esperar, apunta Wilson, sino a la más militante, pues esta implicaba un mayor grado de sacrificio. Acabaría siendo tan perfeccionista en sus acciones militantes como en su día lo había sido en el arreglo floral.

Gracias a su alter ego humilde "Jane Warton", cuenta Wilson, consiguió recibir alimentación forzosa. Unos meses antes se había hecho arrestar en Newcastle, pero el médico que la atendió se limitó a examinarle el corazón. La soltaron alegando razones de salud, aunque estaba claro que lo hacían por sus lazos familiares. En Liverpool, en cambio, la experiencia de "Jane Warton" sería muy distinta. Nadie le tomó el pulso ni comprobó el estado de su corazón; de hecho, un médico le propinó una bofetada amenazándola con darle dos veces de comer si volvía a vomitar.

Al descubrirse su secreto, el duro trato recibido por Constance en su papel de Jane se convirtió en un escándalo nacional. Mientras algunos titulares de periódico hablaban de "La última chifladura de Lady Constance Lytton", la activista Christabel Pankhurst la consideró una victoria frente al gobierno y Victor Lytton, hermano de Constance, se conmovió ante su valentía y pasó a defender su causa en el Times y ante su amigo Winston Churchill, por aquel entonces Ministro del Interior. El claro ejemplo de doble rasero expuesto por la aristócrata sufragista llevó a Churchill a aprobar la Norma 243ª, según la cual las militantes del WSPU (Sindicato Político y Social de las Mujeres) recibirían un trato menos severo en la cárcel, siempre y cuando no estuvieran acusadas de delitos violentos.

Wilson nos informa de que Victor Lytton llevó la lucha de su hermana hasta el Parlamento, presidiendo una comisión que se encargaría de lograr un consenso político para otorgar a las mujeres el derecho al voto en términos satisfactorios para los moderados. Se redactó un anteproyecto de ley que concedía ese derecho a las mujeres propietarias de una vivienda, pero a ninguna otra. Se trataba de una propuesta muy poco radical, como bien señala Wilson, pero las amistades de Constance la consideraron un triunfo. La aristócrata desfiló, junto a otras 10.000 mujeres, por las calles de Londres el 18 de junio de 1910 en apoyo de ese Proyecto de Ley para la Conciliación. Sin embargo, aunque este pasó su segunda lectura, al final, el Primer Ministro H.H. Asquith cambió de opinión y lo sustituyó por un nuevo anteproyecto que ofrecía el sufragio universal a los hombres.

Habrían de pasar otros ocho años hasta que el derecho al voto de las mujeres se convirtiera en ley, tras la Primera Guerra Mundial. En 1912, las líderes sufragistas, al haber fracasado en su intento de hacer aprobar aquel anteproyecto de Conciliación, emprendieron una nueva campaña de sabotajes y violencia, rompiendo escaparates en las principales avenidas de la capital londinense. Pero Constance ya no tenía salud suficiente para unirse a ellas. Su frágil condición había empeorado con el episodio de Jane Warton y había vuelto a su antigua vida junto a su madre. Siguió desde la distancia las actividades de las sufragistas, brindándoles apoyo financiero y humano. Y en 1914 publicó su obra Prisons and Prisoners [Prisiones y presas], memorias de sus años de sufragista, donde contaba que el disfraz de Jane Warton era tan ridículo que hasta sus compañeras reclusas se habían reído disimuladamente. Pero la aristócrata activista del sufragismo, concluye Wilson en su reseña de la biografía de Jenkins, acabaría sus días entreteniéndose de nuevo con el arreglo floral japonés.

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